Para mí, viajar a la ciudad de México tiene su encanto: es encontrarme con la pluralidad de pensamientos, de costumbres, de formas de entretenimiento y de expresiones culturales. Quien sabe amar la historia, no puede no amar esta Ciudad que es protagonista de grandes victorias, como de derrotas; del arribo de grandes personajes, como de los más incógnitos. Lugar de expresión de toda la pluralidad de derechos y de las más paradójicas ideas.

La Ciudad de México tiene vida porque tiene movimiento en la generalidad, pero muchas veces se muere en la individualidad. La Ciudad de México se masifica, no hay rostros de personas, nadie te ve y a nadie ves. Cuando caminas, aprendes que tu mirada va hacia el destino, pero nunca se entretiene en el individuo. En los lugares de negocios y de oficinas, ves miles de personas formalmente vestidas, pero no para un acontecimiento importante, sino para la cotidianeidad en la vida, para el trabajo acostumbrado.

Los pasos tienen que ser rápidos, sin entretención librando millares de personas, prisa que sólo se puede detener si eres turista o vas animado con dos o tres amigos o familiares con los que se puede dar el lujo de disfrutar aquí, sí: sólo uno entre 5 millones.

Los valores fuertes, en su mayoría, son los del capitalismo que invita el disfrute individualista de sinnúmero de posesiones y nuevas necesidades secundarias.

Hago ésta muy breve descripción porque en estos días algo ha cambiado con una fuerte sacudida, lo veo en sinnúmero de imágenes que llegan casi al instante a través de los diferentes medios.

La vida en la ciudad de México ha hecho una pausa. En las grandes calles, se veían las caras de reflexión introspectiva. Del individualismo, se ha pasado a estar atentos a los otros, se ha recordado el valor de la vida, la gente se mira a los ojos, rostros atentos a descubrir una historia, alguna expresión de profunda necesidad que ocupe de una generosa ayuda, los trajes se han ensuciado y los peinados se desaliñan por un casco, de las finas manos salen ampollas y callos y, no para ganar dinero, sino para olvidarlo buscando vida, buscando esperanza.

Ya no importó el trabajo remunerado como prioridad, ni las ganancias personales, ni la prisa endémica. De ninguna manera diré que la tragedia sea buena, todos la sufrimos, hasta el mismo Dios lo hace… pero ahora, estoy seguro, desde mi hogar a cientos de kilómetros ¡he encontrado vida entre los escombros!

Pbro. Javier Hernández