IMPULSOS DE UN JOVEN SEMINARISTA.

0
1345

Mis más cordiales saludos para ti, lector:

Quien escribe ahora este mensaje para ti es José Ángel Amezola Fonseca originario de Betania Jalisco, actualmente curso el 3er semestre de preparatoria en Atotonilco. Cuento con 16 años de vida y 5 años de experiencia como seminarista (dos años y medio como seminarista Xaveriano en secundaria); hoy no contaré sobre mi historia de vida, hablaré, más bien, de la vocación que habita en mi vida, puesto que un día espero llegar a entregarla con gusto a los que la necesitan en el sacerdocio. ¡Oremos por ello! Bueno, continuemos.

Ahora, te preguntaré algo simple: ¿Has visto cómo crece una planta? ¿Conoces, acaso, los cuidados que se necesitan para que crezca frondosamente y de frutos exquisitos una pequeña semilla? Pues así es, precisamente, como germina una vocación en el seminario. Dentro de la casa de formación, los seminaristas tenemos la responsabilidad de regar nuestras plantas lo suficiente, mantenerlas en buen estado cada día y cuidarlas de todo lo que le pueda dañar a corto o largo plazo. Y pobre de aquel que la deja secar, porque “aquel que se le seca su planta, se le seca su vocación”.

Yo no fui perseverante para ser misionero, ya que, a mis 14 años, después de haber vivido casi tres años en el Seminario Xaveriano de Arandas y tener algunas crisis, puse las cartas sobre la mesa; entendí que mi carácter de vida no favorecía tanto a la comunidad y tomé la decisión apresurada de no continuar en el seminario por un tiempo. Al terminar la secundaria fuera del seminario pude comprender más sobre mi realidad de vida, que no era solo pasajero lo que sentía, sino que debía cambiar “algo” en mí.  Pues aún seguía con la intención de conocer otro punto de vista del seminario desde antes de entrar en crisis.

Ingresé al preseminario en Atotonilco con nuevas esperanzas, pero también con miedos de conocer que quizá ésta no fuera mi vocación. Pero, en esta nueva casa, cuando todos mis compañeros nos presentamos ante el Santísimo Sacramento durante un retiro espiritual sentí “algo”, una especie de nuevo compromiso, conmigo mismo y con Jesús Sacramentado. Me había presentado ante Él cientos de veces en Horas Santas cuando estaba con la comunidad Xaveriana, pero nada comparado con lo que ese día sentí iluminado con la cita bíblica: “El sembrador salió a sembrar” (Mc 4, 3). Ahora, cuando riego mis plantas, las limpio o las acaricio, siento que eso es lo que hago por mi vocación: en los momentos de estudio, cuando duermo rezando o derramo lágrimas al contar mi historia a un amigo, sé que doy los mejores frutos a “El Sembrador”.

Yo te invito, como joven seminarista que soy, a no desfallecer en eso que de verdad deseas alcanzar; a no mentirte a ti mismo sobre lo que vives, si la felicidad no ha llegado sal tú a buscarla, todo se puede con la mano de Dios. Y persevera: lo que sientes ahora no será lo mismo que sientas más adelante, pero tu mente, tu corazón y tu espíritu deben tener el mismo objetivo: cuando estés equilibrado encontrarás la felicidad. La lógica dice que es imposible aprender sin imágenes, por ello nombré a mis plantas con nombres de valores: las llamo perseverancia y paciencia; para aprender de ellas, como seres vivos que son, a poder crecer.