PROHIBIDO ESTAR SOLO EN NAVIDAD

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Ya arrecia el invierno y se busca más el calor del hogar. Todos tenemos más motivos en navidad para estar en familia. Y es que la navidad no solo nos evoca las navidades que vivimos de niños, sino que nos convoca a vivirlas con los más viejos y con los más niños de nuestra familia. Todos deseamos estar juntos. Y más, los que, ordinariamente, estamos lejos. Realmente es una alegría vernos los hermanos juntos. Y quiero pensar que la alegría que buscamos no está en darnos regalos, sino en darnos junto con nuestros regalos, porque, ¡somos nosotros el mejor regalo! Son nuestros ojos que brincan de alegría; es nuestra sonrisa sin parar; son nuestros abrazos que se entretienen para decir al otro cuánto lo necesitamos. Esa alegría, cuando llega, ya no se va.

Reunirse, pues, en familia, es la alegría de la navidad y, por tanto, ¡prohibido estar solo en la navidad! Y se está solo cuando el rencor o la amargura nos meten en la cárcel voluntaria del aislamiento caprichudo que pretende gozarse de no gozar. Se está solo cuando no se quiere perdonar ni a sí mismo, mucho menos a los demás. ¿Acaso solo nacimos para llorar? Se está solo cuando hacemos más grande nuestra marginación porque creemos que, por ser pobres, somos insignificantes, olvidando que fueron los pobres los más invitados por Dios en su primera navidad. En fin, se está solo, y terriblemente solo cuando, para Dios, no hay lugar. Entonces, sí, ¿quién nos puede llenar?