Reflexión

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Hoy Dios nos invita a que reflexionemos sobre el llamamiento que nos ha hecho Jesucristo para que lo sigamos.

Andrés y Juan, siguen a Jesús porque se sienten atraídos por Él, por la fuerza de su personalidad.

Juan el Bautista se los señala como «el cordero de Dios», y ellos lo siguieron.

En ese momento, saben poco de Jesús, de su doctrina y de a dónde va a parar el seguimiento. Simplemente lo siguen como quien descubre algo fundamental en su vida.

Juan y Andrés eran discípulos del Bautista, se habían hecho bautizar por él y formaban parte de su pequeña comunidad.

Ahora lo abandonan y siguen a alguien de quien no saben cómo se llama, dónde vive y qué hace.

Juan y Andrés pertenecían al Antiguo Testamento, cuyo último profeta era el Bautista.

El paso que dan hacia Jesús es el comienzo de una vida nueva, de la que aún no tienen experiencia alguna y cuyos últimos alcances solo muy tarde comprenderán.

Todo esto constituye una primera característica del discípulo de Cristo: «Ser discípulo de Cristo es dar «el» paso hacia un mundo nuevo, desconocido aún, pero deseado desde lo más profundo del corazón».

Cuando decimos que los primeros apóstoles debieron abandonar el Antiguo Testamento, decimos algo que posiblemente nosotros no podamos comprender en toda su profundidad.

El Antiguo Testamento era el mundo cultural y religioso en el que ellos se habían educado, era su esquema de valores, era su patria, sus instituciones; era su «todo».

Un «todo», representado por Juan el Bautista, hombre atrayente por la fuerza de su fe, por su valentía y por su palabra enardecida.

Y, sin embargo, Juan, el primer maestro, debe ceder el paso al auténtico Maestro que trae toda la palabra del Padre.

El Antiguo Testamento representa el mundo de lo conocido, de lo seguro, de lo vivido, de lo experimentado; el mundo ya hecho y terminado.

En cambio, el seguimiento de Jesús es el paso hacia el mundo de lo desconocido, de lo nuevo e inseguro, de lo que se debe hacer y completar.

A partir de aquel día aquellos primeros discípulos, como el resto de los apóstoles, deberían aprender lección a lección la nueva palabra divina, el nuevo camino de la vida.

Todo el Evangelio, en cualquiera de sus versiones, es un testimonio de lo difícil que les resultará a los apóstoles recorrer este nuevo camino; pero también es testigo de la inquebrantable confianza de los apóstoles en el Señor que un día los eligiera como iniciadores de un nuevo pueblo.

También nosotros estamos comprometidos en este seguimiento de Jesús, y es importante que nos demos cuenta de que se trata de un camino nuevo y en apariencia oscuro.

Sentimos que Jesús juega un papel muy importante, pero solo paso a paso y lentamente iremos descubriendo todo lo que implica seguirlo.

Seguramente que nuestro bautismo, cuando aún éramos pequeños e inconscientes de lo que hacíamos, fue como ese seguir a alguien en la oscuridad.

Jesús no nos exige comprender todo desde el comienzo ni tampoco nos da toda su palabra de una vez y para siempre. Esto se va haciendo en el seguimiento de todos los días.

Como se lee en la primera lectura de la misa de hoy, siendo Samuel muy pequeño, y mientras dormía, sintió una misteriosa llamada: «Samuel, Samuel», que él interpretó como la voz del sacerdote Elí. Y por eso comenta el texto: «Samuel aún no conocía al Señor, y la palabra del Señor todavía no le había sido revelada. El Señor llamó a Samuel por tercera vez. El se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy, porque me has llamado.» Entonces Elí comprendió que era el Señor el que llamaba al joven, y dijo a Samuel: «Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás: Habla, Señor, porque tu servidor escucha»».

Samuel también debe seguir al Señor, a pesar de que aún no conocía nada acerca de los designios de Dios. Lo primero que se le exige es una total disponibilidad y el vacío de sí mismo, requisito necesario precisamente para poder escuchar toda su palabra.

Algo similar sucede con Andrés y Juan. Al sentirse seguido, Jesús se da vuelta y les pregunta «¿Qué buscan?». Ellos respondieron: «Maestro ¿dónde vives?».

Entonces Jesús les dijo: «Vengan y lo verán».

Y dice el evangelio que fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día.

Hay algo que preocupa a los discípulos: ¿Dónde vive Jesús?, ¿qué piensa?, ¿qué proyectos tiene…?, y el Señor en lugar de contestarles, los invita a seguirlo.

Jesús no les explica de antemano lo que deberá ser el fruto de una vivencia personal.

Hay que ir y ver; hay que moverse, salir de uno mismo y ver, palpar, experimentar.

Seguir a Cristo es comenzar una nueva experiencia de vida a la que lentamente seremos iniciados.

No se trata de aprender un libro o cierta doctrina en varias clases.

¡Es mucho más que eso!, es descubrir el modo de vida de Jesús y experimentarlo como propio; es convivir con Él, quedarse con Él.

No hay otra forma de ser su discípulo. ¡No podemos ser cristianos por correspondencia!

El problema de nuestra vida y de nuestro seguimiento de Cristo, no lo pueden resolver por nosotros, es personal, y germina con el tiempo.

Cada uno de nosotros hemos sido llamados y formamos parte de una comunidad especial, los hermanos de Jesús.

Pero en lo sucesivo, ¡qué oscuro camino tenemos por delante!

Por ahora estamos viendo a este Jesús y su modo de vida y en este ver, vamos descubriendo el sentido de nuestra propia vida.

Cada uno de nosotros fue llamado de forma distinta; no somos una masa recogida en montón; uno a uno fuimos elegidos, y uno a uno tenemos que recorrer el camino que es único y que nadie puede recorrer por nosotros.

Vamos a pedirle hoy al Señor que nos invite a seguirlo para que cada día veamos nuestra vida desde la perspectiva de su Evangelio y a María, que fue su madre y su mejor discípula, pidámosle que nos ayude, a ser en el mundo de hoy fieles testigos de Cristo.