Tras las huellas de los mártires

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Por: Seminario Mayor Diocesano

Para el crecimiento de la vida espiritual es necesaria la presencia de ejemplos dignos de imitación. Crecer en la entrega cotidiana se hace más fácil cuando a nuestro alrededor contamos con testigos insignes de vida cristiana. Por gracia de Dios, nuestra diócesis está regada con la sangre de hombres y mujeres que supieron decir sí a la llamada radical al seguimiento en la cruz, ya sea en el martirio blanco, es decir, en la vida cotidiana, en los dolores y sufrimientos ordinarios; o en el martirio cruento, que consiste en el derramamiento de sangre a causa de confesarse cristianos.

En la formación sacerdotal es de vital importancia encontrarse con ejemplos de vida sacerdotal que sean cercanos. Muchos testigos de plenitud sacerdotal están presentes en nuestros pueblos, muchos de los santos mártires viven en las memorias de nuestros vecinos y familiares, incluso algunos pueden llevar nuestros mismos apellidos.

El Seminario, como familia, tratando de ir formando y configurando los corazones de cada seminarista, nos ha brindado la oportunidad de conocer más de cerca la vida y muerte de uno de nuestros ejemplos, santo Sabás Reyes.

Acudimos desde temprano para recorrer algunos lugares emblemáticos para hacer un viacrucis, conmemorando el camino del mártir. Primero arribamos a la hacienda de san Antonio de Gómez, lugar a donde llegó el padre Sabás y de donde partió para ser vicario parroquial en Tototlán. Luego nos trasladamos al cerrito de la Cruz, lugar que fungía como refugio del Santo, no solo como escondite, sino como lugar de oración, como su propio monte de los Olivos. Posteriormente acudimos al templo parroquial donde oramos junto al pilar donde sujetaron al padre Sabás, donde padeció hambre y sed, así como los dolores de estar fuertemente atado. Luego al lugar donde fue torturado, en el interior de la parroquia y donde actualmente yacen sus reliquias. En este lugar fue maltratado a tirones de soga en el cuello por parte de los soldados, así como quemado. Ahí, al interior del templo, celebramos la santa Misa, presidida por el padre Rector. La liturgia nos adentró en la vocación al martirio y se nos recordaron algunas frases y labores pastorales del Santo.

Inmediatamente después tomamos un descanso para tomar los alimentos. Una vez terminado, con una urna que contenía algunas reliquias del padre Sabás, nos dispusimos a conocer la casa donde vivió, el lugar donde fue apresado, la presidencia municipal, que iba ser quemada por los habitantes del pueblo y que fue protegida por el padre, y, finalmente, el lugar donde, dando la suprema muestra de fidelidad y constancia, se abrieron las puertas del cielo a Sabás Reyes Salazar. De cuatro balazos, después de haber sido sujetado fuertemente a un pilar donde sufrió hambre y humillación, después de haber sido quemado de pies y manos, de múltiples huesos quebrados, de una hendidura en el cráneo, con el cuerpo destrozado, pero el corazón hinchado de fe, nació un Santo, un hombre que aprendió a perdonar a los que lo persiguieron, que se preocupó por las almas a él encomendadas, de ocuparse de la instrucción espiritual de los fieles, de enseñarles los oficios, en fin, un modelo sacerdotal para todos los cristianos, en especial  de los seminaristas.

La procesión que realizamos, acompañados de cantos y vivas, en las calles de Tototlán, ante la mirada de muchos y la suma de otros, nos sigue hablando de la fuerte presencia de santo Sabás en el corazón de los habitantes del pueblo, pero también en el corazón de los seminaristas, y que se hace signo del seguimiento de Cristo por el camino de la fe, el camino de la cruz.

Una lección que nos dan los mártires es sin duda la fidelidad. Ahora en estos tiempos se pide de cada uno el testimonio. Si bien ahora no se sufre el martirio cruento, donde la violencia recrudece, sí se vive un ambiente descristianizado, donde podemos sentirnos avergonzados de proclamar el Evangelio en nuestros hogares, pueblos, trabajos, donde podemos temer el exponer nuestros principios morales y religiosos. Ahí, en la vida de cada día, los futuros pastores, y todo el pueblo de Dios, debemos recordar que seguir a Cristo es darlo todo por amor a Cristo, porque no hay más gloria que dar la vida por Cristo.

Aun debemos seguir proclamando como lo hicieron nuestros antepasados: ¡Viva Cristo Rey!