Las decisiones construyen la vida de los seres humanos

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Por: presbítero Erminio Gómez González

Como todo en el ser humano, su sensibilidad y su universo emotivo es un misterio. No se sabe a ciencia cierta cómo funciona este universo y mucho menos es susceptible de ser controlado. Los impulsos, las sensaciones, las emociones y los sentimientos emergen en el alma de una persona en una absoluta espontaneidad, siendo totalmente inesperados e imprevisibles y no parecen estar sujetos a ninguna regla ni control. Ciertamente, concurre el mundo externo, los acontecimientos, las circunstancias que envuelven al sujeto, pero sus sentimientos y sus emociones no son simples reacciones, al estilo de las reacciones mecánicas; aunque hay un estímulo externo, hay algo que surge desde el propio fondo de la sensibilidad y que forma parte de la vida emotiva y sentimental de todo ser humano.

Uno no controla lo que siente, pero sí puede decidir sobre ello. Puede incluso decidir tornar las condiciones propicias para que unos tales sentimientos se prolonguen o se profundicen, porque son agradables y placenteros, pero puede también decidir procurar las situaciones o circunstancias adecuadas para que dichos sentimientos se detengan, no que desaparezcan —lo cual evidentemente es imposible para nosotros—, pero sí que no se prolonguen ni se intensifiquen cada vez más, haciéndose más fuertes e incontrolables. El caso es que, como casi nunca nos percatamos de lo que sentimos y muy pocas veces ponemos atención a nuestras emociones, las posibles decisiones que podemos llevar a cabo sobre nuestros sentimientos casi siempre llegan tarde y, en ocasiones, nunca terminan de llegar. La compleja esfera de nuestra emotividad y sensibilidad es nebulosa y opaca. Aunque la actividad de nuestra sensibilidad es permanente, suscita afecciones y emociones todo el tiempo y siempre está presente en nuestra vida, porque en parte somos eso, somos seres sensibles y emotivos, no está dentro de nuestras posibilidades ser vigilantes permanentes de nuestra sensibilidad. Solamente cuando alguna emoción o sentimiento particular se levanta por encima de los otros es cuando nos percatamos de él. Pero a veces esto ocurre de manera súbita, inesperada, oculta, furtiva, acechante, camuflajeada, y, frecuentemente, en una indiscreta mezcla con otros sentimientos, no siempre armónicos entre sí, sino a veces hasta encontrados y antagónicos. Estas complejas situaciones emocionales pueden configurarse bajo la forma de una pasión arrebatada, de una ansiedad acuciante, de un delirante enamoramiento, de un inaguantable temor, de unos celos absurdos, de un perplejo nerviosismo, de una cruel vergüenza, de un exaltado orgullo, de una descontrolada euforia, de una desgarradora decepción, de una indescriptible alegría, de un quebranto aniquilador, y en todos estos casos, que podemos valorar tanto positivos como negativos, el sujeto se ve a sí mismo como si fuera una cáscara de nuez en medio de un océano azotado por un ciclón.

El ser humano construye su propia vida a partir de sus decisiones. Puede suceder que en algún momento experimente una situación, como las que hemos ejemplificado anteriormente, en la que estas decisiones no puedan efectuarse fácil y pertinentemente. Puede ser que aparezcan muchos y muy intensos impulsos, tendencias y sentimientos en algún momento o circunstancia de la vida de una persona, pero lo que al fin de cuentas verdaderamente importa para la construcción de su propia vida es lo que decide hacer con esos impulsos y esos sentimientos. Los sentimientos no pueden ser moralmente juzgados; no pueden ser buenos ni malos en un sentido moral, porque en ellos no interviene ni la voluntad ni el entendimiento de la persona; los sentimientos surgen espontáneamente desde el fondo de la naturaleza sensible y emotiva de la persona, y esta no es responsable de tal condición. Las decisiones, en cambio, sí pueden ser moralmente juzgadas, porque ellas se forman a partir de la voluntad y del entendimiento de la persona, que sí pueden ser dirigidos y controlados por ella. Ciertamente, puede ser que las decisiones se tornen difíciles, porque los impulsos o los sentimientos son muy fuertes. Puede ser incluso que la cantidad de sentimientos sea mucha y que su potencia sea tan intensa que terminen simulando una tormenta increíble y estrepitosa de pasiones, en la cual las capacidades de decisión del individuo quedan prácticamente anuladas y a merced del capricho de las olas tremendas que se elevan imparablemente y de manera irregular en una y otra dirección. En tal situación, el juicio y la voluntad de una persona pueden verse desorientados, nublados, cegados, sin la luz necesaria ni la serenidad suficiente para decidir adecuadamente, como decidiría en cualquier otra situación.

En todo caso, la decisión revela el punto más alto de la persona humana: su libertad, que es siempre una conquista sin término, una lucha permanente en la que el sujeto humano, siempre frágil y finito, puede flaquear y desfallecer… pero también puede sobreponerse y salir adelante. El drama en el que se ve envuelto el ser humano consiste en que su libertad y su capacidad de decisión son limitadas; hay muchas cosas y situaciones, no solo ajenas o externas a la persona, sino en el interior de ella misma, que escapan a su libertad y que no caen bajo el control de sus decisiones. Sus decisiones tampoco pueden formularse y llevarse a cabo siempre en la mejor de las situaciones. Cuando la persona se halla presa por alguna de estas situaciones en las que la finitud y la fragilidad parece clamar y gritar por todos lados mientras el infinito guarda un profundo silencio, la única solución es esperar, y si es posible, esperar esperanzadamente, a que llegue un tiempo en el que la tormenta se calme y las aguas de la vida vuelvan a tornarse tranquilas y apacibles. Solo entonces la persona podrá tomar una buena decisión, una decisión que refleje la verdadera grandeza de su espíritu, de un espíritu libre creado por un Dios que para la libertad nos ha liberado.