Reflexión

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Young woman reaching hand towards sun

La fuerza de Cristo, arranca de su Palabra y de sus obras. Jesús no pide a sus discípulos nada que no haya probado él primeramente.

Ninguna cruz que Él no haya llevado.

Esto debe ser para nosotros motivo de aliento.

Cada uno de nosotros debe seguir las pisadas de Jesús, poner nuestro pie en la huella que dejaron los pies de Jesús al precedernos por el camino.

Cuando Jesús usa su poder, lo hace para liberarnos del poder del enemigo, como en la sinagoga de Cafarnaún.

En este pasaje del Evangelio, los demonios, reconocen en Jesús al Mesías, le dicen nosotros sabemos que eres el Santo de Dios.

Por eso, nosotros, cuando decimos que creemos en Jesús, no decimos nada especial, porque también el demonio cree en Jesús, como vemos en este Evangelio. Lo realmente importante es que nosotros le creamos a Jesús, para así actuar como él nos mostró.

Dice el Evangelio que Jesús exponía su doctrina con autoridad.

Esa autoridad surge de su vida, porque Cristo vivía lo que exponía.

Esto nos enseña que para predicar con autoridad, hay que vivir en conformidad con lo que se predica.

Nosotros debemos vivir lo que decimos y hablar de lo que vivimos.

No podemos hablar de la fe, si no vivimos en plenitud la fe.

No podemos pensar que somos discípulos de Jesús, si Él no es nuestro modelo.

La autoridad para hablar de Dios y de su Reino, nos la da nuestra vida. Si nuestra vida no es acorde con lo que decimos, no podremos convencer a nadie.

Por eso los padres, los educadores, tenemos una gran responsabilidad, porque la educación que trasmitimos a nuestros hijos, o a nuestros alumnos, no es lo que les decimos sino lo que somos.

Hoy vamos a reparar además en el hecho de que Jesús tiene autoridad sobre los demonios.

Los demonios, temen a Jesús, y se ven obligados a acatar sus órdenes.

Esto tiene que enseñarnos a nosotros a no temer la obra del demonio. El demonio existe, pero Jesús venció al demonio de una vez y para siempre.

Si nosotros no nos apartamos de Cristo, el demonio no tiene poder sobre nosotros. Podrá tentarnos, como tentó a Jesús, pero no podrá con nosotros, porque somos de Cristo.