Reflexión

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Jesús entra en la vida de todos aquellos que le dejan. Algunos lo hacen por necesidad, les piden la curación de sus males, el perdón de sus pecados… le dejan entrar porque le necesitan. Otros, sin embargo, simplemente van a escucharle por curiosidad y sin saberlo, casi sin darse cuenta, le dejan entrar, a través de sus palabras, en sus corazones.

¿De qué tipo somos nosotros? ¿De los que le dejan entrar porque lo necesitan o de los que simplemente se dejaron atrapar? No es que haya mucha diferencia, al menos no en el texto evangélico, pero maticemos. Normalmente, cuando nos acercamos a alguien por necesidad, acabada la necesidad, acabada la relación, o como decimos por aquí: si te he visto no me acuerdo; sin embargo, cuando conocemos a alguien por curiosidad, despacio, así como quien no quiere la cosa, esa persona va calando en nosotros, la vamos descubriendo y nos va descubriendo, hasta que el tiempo hace el cariño.

Para estar con Jesús es preferible no necesitarle; sabemos que está ahí, como lo están los amigos, los padres, los hermanos. Nuestra relación con Él debe ser construida día a día, paso a paso, oración a oración, ejemplo a ejemplo. Y no acordarnos de Él solo cuando el agua la tengamos al cuello. Él mismo lo dijo a sus discípulos antes de irse: siempre estaré entre vosotros.

Jesús siempre está ahí ayudándonos, aunque no lo notemos. Es su ejemplo vital el que nos ilumina y nos anima. Cuando el mundo se nos hace cuesta arriba recordémoslo cargando la pesada cruz, cuando parezca que nadie nos escucha miremos al cielo como Él hizo tantas veces al sentirse solo, cuando estemos enfermos recordemos que también Él sufrió (es parte de nuestra naturaleza humana) … y no lo olvidemos nunca.