Reflexión

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En este segundo domingo de Cuaresma la liturgia nos invita a meditar el misterio de la Transfiguración de Jesús. En la soledad del monte Tabor, presentes Pedro, Santiago y Juan, únicos testigos privilegiados de ese acontecimiento, Jesús es revestido, también exteriormente, de la gloria de Hijo de Dios, que le pertenece. Su rostro se vuelve luminoso; sus vestidos, brillantes. Aparecen Moisés y Elías, que conversan con él sobre el cumplimiento de su misión terrena, destinada a concluirse en Jerusalén con su muerte en la cruz y con su resurrección. En la Transfiguración se hace visible por un momento la luz divina que se revelará plenamente en el misterio pascual.

La transfiguración del Señor es un acontecimiento clave, no sólo en la misión salvadora de Jesús que el Padre le ha confiado, sino también por la experiencia de fe de los discípulos, que caminan con él hacia la misma meta, y de toda la comunidad de los creyentes que peregrinan hacia la Pascua eterna.

Así, pues, Jesús está de camino hacia Jerusalén, donde deberá «sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser atado y resucitar a los tres días» Allí se cumplirán las antiguas profecías que habían anunciado la venida del Mesías, no como poderoso dominador o agitador político, sino como servidor de Dios y de los hombres, que sufrirá la persecución, el dolor y la muerte.

Al reflexionar sobre este misterio, el recordado Papa Juan Pablo II nos dice que Jesús tiene delante una meta difícil, hacia la que lo impulsa la voluntad de Dios y lo orienta su vocación de «Siervo», y predice su conclusión, que será al mismo tiempo trágica y gloriosa. Su humanidad, para superar la prueba, tiene que ser «confirmada» por el amor poderoso del Padre y confortada por la solidaridad de los discípulos que caminan a su lado.

Y así guía a los apóstoles hacia la comprensión de lo que está a punto de cumplirse, de manera que se conviertan en sus «compañeros» en el camino que deberá recorrer hasta sus últimas consecuencias.

En este camino hacia la cruz hay una pausa. Jesús sube al monte con sus discípulos más fieles: Pedro, Santiago y Juan. Allí, durante breves instantes, les hace entrever su destino final: la gloriosa resurrección. Pero les anticipa igualmente que antes es necesario seguirlo a lo largo del camino de la pasión y de la cruz.

Juan Pablo II nos dice que la «palabra de la cruz» debe transformar nuestras vidas, viviendo el tiempo favorable de la Cuaresma, como momento intenso de ese camino de fe y renovación.

Es muy importante que el itinerario espiritual caracterice de manera imborrable la existencia de fe personal. Sólo si pasamos a través de la muerte, podremos llegar al triunfo de la resurrección.

No cabe duda alguna de que el camino es arduo. Exige responsabilidad, valor y renuncia para poder hacer de la propia vida, siguiendo el ejemplo de Cristo, un «don» de amor al Padre y a los hermanos. Sólo de esta manera uno puede llegar a ser capaz, merced al poder de Espíritu, de anunciar el «evangelio de la cruz» y de realizar la «nueva evangelización» que tiene su centro y su marco en Cristo crucificado y resucitado.

El anuncio que llevan los discípulos es exigente, difícil de comprender y, sobre todo, de acoger y vivir. Pero ellos no están solos; están en comunión entre sí y con Cristo, que murió y resucitó y que ahora, a la diestra del Padre, intercede por ellos.

¡Esta certidumbre, fundada en la fe, nos consuela en medio de las dificultades, al tiempo que nos impulsa, a esperar contra toda esperanza!

Precisamente para que esta esperanza no desaparezca, sino que crezca día tras día es indispensable subir con Jesús al monte y permanecer en su compañía; esto es, estar más atentos a la voz de Dios y dejarse envolver y transformar por el Espíritu. En otras palabras, ¡es necesaria la experiencia de la contemplación y de la oración! «La oración es un sumo bien. Es una comunión íntima con Dios. Así como los ojos del cuerpo al ver la luz se iluminan, así también el alma que tiende hacia Dios es iluminada por la luz inefable de la oración»

No se trata de buscar la evasión frente a las dificultades de la vida diaria, sino el goce de la familiaridad con Dios. De esta forma, es posible volver después con renovado vigor al camino fatigoso de la cruz, que conduce a la resurrección.

Pidamos hoy al Señor que nos ayude a «transfigurarnos»,… a transformar y a mejorar vuestras vidas a luz de su gracia,… a caminar juntos en presencia del Señor y ser fieles a Cristo, no sólo en este tiempo de Cuaresma del año del Jubileo, sino también durante toda vuestra vida.