El 16 de septiembre de 1810, ciertamente un grito de libertad dio el señor cura de Dolores, don Miguel Hidalgo. Y era uno de los muchos más gritos que ya, desde antes, se estaban dando en todas las Colonias de la América Española. Y, ¿por qué estos gritos contra España? Debido a la poquedad del Rey Fernando y a la temida invasión francesa que amenazaba con ensanchar sus propiedades con las de España.
Pero, sobre todo, los gritos se daban, debido a la nueva cultura liberal y democrática que ya se pensaba y se buscaba en el viejo y nuevo mundo. Y para lograrlo había que dar el primer paso: alcanzar la Independencia y señorío de los nativos frente a los españoles peninsulares, vistos como invasores. Curiosamente los indios, los más avasallados, no eran a los que se les permitía pensar y querer independizarse para poder liberarse de la marginación y servidumbre en la que vivían. Quienes hablaban de independencia eran los españoles criollos que aspiraban a tener los altos mandos en la Nueva España y que nunca se les dieron más que a los españoles peninsulares.
Las guerras de independencia no las entendieron las gentes de aquel tiempo como sublimes y patrióticas, sino como “nefastas” porque sembraban muerte por donde pasaban. No había orden, ni paz, en cambio, sí, destrucción y muerte de los dos bandos.
Pronto, con la muerte de los caudillos, se apagó la guerra, mas… no el deseo de independencia. Quienes se sintieron mexicanos, y tenían cabeza y poder para lograrlo, armaron la Independencia. Nadie juzgó traidor a su anterior enemigo insurgente o realista, todos, como buenos mexicanos lograron la independencia. Así lo que empezó, oficialmente con un grito del señor cura don Miguel Hidalgo, en 1810, en 1821, ya enarbolaba la independencia de la Nueva España, ahora México, con un desfile glorioso y trigarente, por primera vez encabezado por el soldado y emperador de México, don Agustín de Iturbide.
¡SIEMPRE LOS HÉROES TERMINAN SIENDO ACUSADOS DE VILLANOS Y SIEMPRE LOS VILLANOS TERMINAN OCUPANDO EL LUGAR DE LOS HÉROES!