El Papa Francisco centró su enseñanza de la catequesis del miércoles 19 de diciembre, en el sentido de la Navidad y subrayó las sorpresas que puede traer la Navidad para aquellos que la viven con un sentido cristiano y evangélico.

Dentro de seis días será Navidad. Árboles, decoraciones y luces por todas partes recuerdan que también este año será una fiesta. La máquina publicitaria invita a intercambiar siempre nuevos regalos para sorprenderse. Pero, ¿es esta la fiesta que agrada a Dios? ¿Qué Navidad le gustaría, qué regalos y qué sorpresas?

Observemos la primera Navidad de la historia para descubrir los gustos de Dios. Esa primera Navidad de la historia estuvo llena de sorpresas.

Comenzamos con María, que era la esposa prometida de José: llega el ángel y cambia su vida. De virgen será madre.

Seguimos con José, llamado a ser el padre de un niño sin generarlo.

Un hijo que, llega en el momento menos indicado, es decir, cuando María y José estaban prometidos y, de acuerdo con la Ley, no podían cohabitar. Ante el escándalo, el sentido común de la época invitaba a José a repudiar a María y salvar así su buena reputación, pero Él sorprende: para no hacer daño a María piensa despedirla en secreto, a costa de perder su fama. Luego, otra sorpresa: Dios en un sueño cambia sus planes y le pide que tome a María con él.

Una vez nacido Jesús, cuando tenía sus proyectos para la familia, otra vez en sueños le dicen que se levante y vaya a Egipto.

En resumen, la Navidad trae cambios inesperados de vida. Y si queremos vivir la Navidad, tenemos que abrir el corazón y estar dispuestos a las sorpresas, es decir, a un cambio de vida inesperado.

Pero cuando llega la sorpresa más grande es en Nochebuena: el Altísimo es un niño pequeño. La Palabra divina es un infante, que significa literalmente incapaz de hablar. Y la palabra divina se volvió incapaz de hablar.

Para recibir al Salvador no están las autoridades de la época, o del lugar, o los embajadores: son simples pastores que, sorprendidos por los ángeles mientras trabajaban de noche, acuden sin demora. ¿Quién lo habría esperado?

La Navidad es celebrar lo inédito de Dios, o, mejor dicho, es celebrar a un Dios inédito, que cambia nuestra lógica y nuestras expectativas.

Celebrar la Navidad, es, entonces, dar la bienvenida a las sorpresas del Cielo en la tierra. La Navidad inaugura una nueva era, donde la vida no se planifica, sino que se da; donde ya no se vive para uno mismo, según los propios gustos, sino para Dios y con Dios, porque desde Navidad Dios es el Dios con nosotros, que vive con nosotros, que camina con nosotros. Vivir la Navidad es dejarse sacudir por su sorprendente novedad.

La Navidad de Jesús no ofrece el calor seguro de la chimenea, sino el escalofrío divino que sacude la historia. La Navidad es el triunfo de la humildad sobre la arrogancia, de la sencillez sobre la abundancia, del silencio sobre el bullicio, de la oración sobre mi tiempo, de Dios sobre mi yo.

Celebrar la Navidad es vivirla como Jesús, venido para nosotros necesitados, y bajar hacia aquellos que nos necesitan. Es seguir el ejemplo de María que se fio y fue dócil a Dios. Celebrar la Navidad es vivir como José que realizó lo que Dios le pidió, incluso si no estaba de acuerdo con sus planes.

San José es sorprendente: nunca habla en el Evangelio: no hay una sola palabra de José en el Evangelio; y el Señor le habla en silencio, le habla precisamente en sueños. Navidad es preferir la voz silenciosa de Dios al estruendo del consumismo.

Si sabemos estar en silencio frente al Belén, la Navidad será una sorpresa para nosotros, no algo que ya hayamos visto. Estar en silencio ante el Belén: esta es la invitación para Navidad. Tómate un tiempo, ponte delante del pesebre, permanece en silencio, escucharás y verás la sorpresa.

Pero nos podemos equivocar de fiesta, y preferir las cosas usuales de la tierra a las novedades del Cielo. Si la Navidad es solo una buena fiesta tradicional, donde al centro estamos nosotros y no Él, será una oportunidad perdida. ¡No mundanicemos la Navidad! No dejemos de lado al Festejado, como entonces, cuando “vino entre los suyos, y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11).

Será Navidad si:

o Como José, damos espacio al silencio

o Como María, decimos aquí estoy, a Dios

o Como Jesús, estamos cerca de los que están solos

o Como los pastores, dejamos nuestras comodidades para estar con Jesús.

o Encontramos la luz en la pobre gruta de Belén.

No será Navidad si buscamos el resplandor del mundo, si nos llenamos de regalos, comidas y cenas, pero no ayudamos al menos a un pobre, que se parece a Dios, porque en Navidad Dios vino pobre.

¡Les deseo una Feliz Navidad, una Navidad rica en las sorpresas de Jesús! Pueden parecer sorpresas incómodas, pero son los gustos de Dios. Si los hacemos nuestros, nos daremos a nosotros mismos una sorpresa maravillosa. Cada uno de nosotros tiene escondido en el corazón la capacidad de sorprenderse. Dejémonos sorprender por Jesús en esta Navidad.