“Probablemente no ha habido en América un misionero que con sus predicaciones haya logrado más conversiones que las que Rosa de Lima obtuvo con su oración y sus mortificaciones”.

Papa Inocencio IX

En Lima, Perú, nació una niña el lunes 20 de abril de 1586, justo en el año de la aparición de la virgen de Chinquinquirá, su nombre, Isabel Flores de Oliva. Fue bautizada, el lunes 25 de mayo, poco más de un mes de su nacimiento.

Debido a que Isabel nació con una extraordinaria belleza física que fue acentuándose durante su crecimiento, una india que servía a su familia comenzó a llamarla Rosa, nombre que solamente fueron adoptando familiares y parientes de la niña al inicio; sin embargo, al momento de ser confirmada el Arzobispo santo Toribio de Mogrovejo le puso definitivamente el nombre de Rosa, y es hasta ahora con el nombre con el que es conocida en todo el mundo.

Rosa, desde pequeña, fue inspirada para la oración y la meditación; fue una niña virtuosa en muchos aspectos, entre ellos en el tema de la educación y actividades de su hogar.

Con tan solo veinte años de edad, Isabel trabajaba todo el día en el huerto y durante la noche cosía ropa de familias acaudaladas para colaborar con el sostenimiento de su casa; sin embargo, procuraba mantener su profunda formación espiritual entregándose a la oración.

Era tan intenso su amor por Jesucristo que la llevó a hacer un voto de virginidad consciente de la belleza y las gracias que Dios le había concedido, fue por ello que la santa buscaba la manera de restregar su piel con pimienta para desfigurar lo que a otros ojos era tentador.

Un día rezando ante una imagen de la Virgen María le pareció que el niño Jesús le decía: “Rosa conságrame a mí todo tu amor”, a partir de ese momento, Rosa se propuso no vivir sino para amar a Jesucristo a toda hora; y aunque escuchaba las palabras de su hermano Fernando que describían que muchos hombres se enamoraban perdidamente de ella por una cualidad u otra, santa Rosa inmediatamente buscaba la manera de cambiar tal hecho, como cortarse el cabello si era esa la manera de llamar la atención, o cubrirse el rostro con un velo para que nadie viera su belleza y evitar ser motivo de alguna tentación para el otro.

Santa Rosa también fue requerida para ser esposa, y aunque su familia estaba muy entusiasmada porque el joven pretendiente además era de una alta clase social y podría ser parte de un porvenir prometedor para ella y su familia, Rosa declaró abiertamente que renunciaba total y libremente al matrimonio, por acaudalado que este pudiera ser, porque con corazón dispuesto había prometido su amor total a Dios y nadie podría arrebatar esa decisión.

Por supuesto, se propuso irse de monja agustina; sin embargo, el día en que buscó la respuesta a esta motivación a través de la oración, de rodillas y frente a la Santísima Virgen, Rosa sintió que no podía levantarse del piso. Inmediatamente llamó a su hermano para que la ayudara a ponerse de pie, empero, él tampoco logró moverla ni un centímetro de allí.

Rosa, consciente de lo que sucedía en ese momento, se dio enteró de que la voluntad de Dios iba en otra dirección a la que ella buscaba y con voz firme y conmovida le expresó a la Santísima Virgen María, “Oh, Madre Celestial, si Dios no quiere que yo me vaya a un convento, desisto desde ahora de la idea”. E inmediatamente después de pronunciar estas palabras, Rosa logró ponerse de pie sin inconvenientes.

Convencida que solamente Dios sería quien la guiara en su vida, santa Rosa seguía pidiendo a través de la oración para que se le indicara el camino de la congregación a la que debía ingresar, fue entonces cuando empezó a revolotear cada día junto a ella una mariposa de alas blancas y negras.

Dicha mariposa revoloteaba junto a sus ojos con suavidad e insistencia cada día, con lo que le pareció entender que era necesario buscar una asociación que tuviera un hábito negro y blanco, el de las terciarias dominicas, mujeres que se vestían con una túnica blanca y manto negro y que llevaban una vida como religiosas pero vivían en sus propias casas. Después de pedir ser admitida, la aceptaron.

Santa Rosa se enfocó en imitar a santa Catalina de Siena, terciaria dominica de ejemplo a seguir para la santa, logrando su meta de manera admirable; sin embargo, cada vez más se comenzó a escuchar de la hazaña de Rosa que la gente comenzó a buscar conocer un poco más de ella y de su comportamiento y fue entonces que comenzaron a llamarla santa.

Sabiendo que nada es tan peligroso como la vanidad, el orgullo y el deseo de aparecer, santa Rosa comenzó a fabricarse una pequeña habitación en el solar de la casa donde vivía y dentro se dedicó a practicar por largas horas de día y de noche sus meditaciones, sus penitencias y sus oraciones. En esa habitación permanecería por el resto de su vida y solamente salió para ir a misa y para socorrer a algún enfermo.

Como sucede con la gran mayoría de los santos entregados en cuerpo y alma a Dios, el demonio atacaba a Rosa de muy diversas maneras; por ejemplo, duras épocas de sequedades espirituales donde todo lo que fuera oración, meditación o penitencias le producían horror y asco; así mismo, hubo tentaciones impuras que la hacían sufrir enormemente. También hubo momentos de burla, incluso de sus propios familiares, por su comportamiento, el mismo que señalaban como una forma equivocada de vivir.

“Señor, ¿y a dónde te vas cuando me dejas sola en estas terribles tempestades?”, dijo un día Rosa a Jesucristo. La respuesta que oyó que Jesús le decía fue: “Yo no me he ido lejos. Estaba en tu espíritu dirigiendo todo para que la barquilla de tu alma no sucumbiera en medio de la tempestad”. Entonces Rosa seguramente secaba las lágrimas de sus ojos y comenzaba de nuevo con la seguridad de Jesús estaba a su lado.

Santa Rosa de Lima es la mujer en América que ha realizado la mayor forma y métodos de penitencia y hasta ahora no hay otra mujer que se le compare. Entre esas formas que se propuso mortificar, están: su orgullo, su amor propio, su deseo de aparecer y de ser admirada y conocida. También buscó la penitencia de los alimentos, por lo que hacía ayuno casi continuo; abstinencia perpetua de carne, comía lo mínimo con la intención de no desfallecer de debilidad; no bebía nada aun cuando hacía calor en temporadas de alta temperatura; así mismo, dormía sobre tablas duras, con un palo por almohada, y aunque alguna vez intentó cambiar esas tablas por un colchón más cómodo, le pareció escuchar de Jesucristo lo siguiente, “Mi cruz, era mucho más cruel que todo esto”. Desde ese día nunca más volvió a pensar en buscar otro lecho.

“Si ustedes supieran lo hermosa que es un alma sin pecado, estarían dispuestos a sufrir cualquier martirio con tal de mantener el alma en gracia de Dios” decía santa Rosa cuando escuchaba algunas críticas por sus distintas y continuas penitencias. Por supuesto, distintas enfermedades la atacaron por mucho tiempo y la santa buscó vivir a cada una con valentía y su mirada puesta en Dios; incluso en sus últimos meses de vida seguía exclamando, <<Nunca pensé que una persona tuviera que sufrir tanto, tanto como lo que yo estoy sufriendo. Pero Jesucristo me concede valor para soportarlo todo>>.

Esos últimos meses de su vida, Santa Rosa logró sumergirse en un ambiente de oración mística, con la mente puesta en el cielo y casi olvidándose de la tierra en la que seguía su cuerpo; la oración, sacrificios y penitencias que seguía ofreciendo conseguían numerosas conversiones de pecadores, que también lograron aumentar el fervor en muchos religiosos y sacerdotes.

Santa Rosa desde el año 1614, y con la llegada de día de fiesta de San Bartolomé, el 24 de agosto, demostraba una gran alegría, <<Es que en una fiesta de San Bartolomé iré para siempre a estar cerca de mi redentor Jesucristo>>.

Y así sucedió. El 24 de agosto de 1617, después de terrible y dolorosa agonía, Rosa expiró con la alegría de irse a estar para siempre junto a Jesucristo, con tan solo 31 años de edad.

El funeral de Rosa fue poco común en la ciudad de Lima. Durante la primera cuadra llevaron su ataúd los monseñores de la catedral, como lo hacían cuando moría un arzobispo. La segunda cuadra lo llevaron los senadores (u oidores), como lo hacían cuando moría un virrey. Y la tercera cuadra lo llevaron los religiosos de las comunidades, para demostrarle su gran veneración. El entierro hubo que dejarlo para más tarde porque inmensas multitudes querían visitar su cadáver, y filas interminables de fieles caminaban con devota veneración frente a él. Finalmente la sepultaron en una de las paredes del templo.

Los milagros atribuidos a Rosa empezaron a sucederse en favor de los que invocaban su intercesión, y el Sumo Pontífice la declaró santa y la proclamó patrona de América Latina.