Reflexión

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Queridos hermanos y hermanas: El texto del Evangelio de hoy nos dice que el Reino de los Cielos se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra por sí sola, va produciendo el fruto.
Pues bien, la vida de cada uno de nosotros tiene mucho parecido con la tierra, porque aquello que sembramos o que permitimos que los demás siembren en nuestra tierra es lo que cosechamos como fruto y es lo que posteriormente ofrecemos a los demás.

Si en la tierra sembramos cardos y espinos, no vamos a querer recibir como fruto manzanas sustanciosas o jugosas naranjas. Igualmente sucede con nuestra vida y con la vida de quienes nos rodean, aquello que sembramos, es lo que cosechamos como fruto: Tú siembras amor en tus hijos, recibirás como fruto el amor, siembras paciencia, fe, esperanza, alegría, humildad, buenos modales, sinceridad, honradez, gratitud, desprendimiento, capacidad de diálogo. Ese será el fruto que cosecharás. En cambio si tú siembras gritos, humillaciones, crítica, desesperación, golpes, arrogancia, pleitos y prepotencia, pasarán las noches y los días y sin que sepas cómo, la semilla germina y crece; y la vida por sí sola, va produciendo los frutos.

Tú, ¿qué estás sembrando en tu tierra, en tu propia vida, qué estás sembrando en la vida de tus seres queridos, de tus amigos, de tus compañeros de trabajo, de las hermanas de tu comunidad? Lo que sembramos es lo que cosechamos.

Nuestra vida y la tierra tienen mucha similitud, pero no son iguales; este es solo un ejemplo analógico, es decir; en cierto sentido se parecen; pero en otro cierto sentido no se parecen; por ello es un ejemplo analógico. La tierra es pasiva y nuestra vida es activa. La tierra tiene que sufrir lo que siembren en ella, no decide qué sembrar ni qué cortar. Nuestra vida, la vida que nos dio Dios es maravillosa, se parece a la tierra; pero no es igual. Yo puedo decidir qué siembro en ella, puedo revisar mi terreno y tengo la posibilidad de cortar desde la raíz, aquello que no me agrada, aquello que los demás sembraron en mí desde mi tierna infancia o juventud, aquello que tu esposo o esposa sembró en ti desde los primeros años del matrimonio, aquello que sembraron en tu escuela, en tu barrio, en tu trabajo, aquello que sembraron en ti desde tu postulantado, aspirantado o noviciado, o en la comunidad religiosa y que te ha hecho daño y te sigue dañando en la actualidad.

Hay gente que sufre por aquel odio que alguien sembró en su interior, por aquel daño o desprecio que le hicieron, por aquella humillación o maltrato recibido, por aquel abuso sufrido; y yo me pregunto, ¿será justo que alguien sufra por aquello que sembraron en su vida, teniendo la posibilidad de arrancarlo de raíz, sembrando aquellas semillas que le den dicha y felicidad?

Por ello, que nada te detenga para que tú decidas que semillas depositas o permites que los demás depositen en tu vida. Observa la tierra que Dios te ha legado como herencia; observa y revisa tu propia vida y como en un paseo interior, descubre qué árboles han crecido en tu vida; descubre cómo estás viviendo en este momento presente, descubre si vives con alegría, con optimismo, con esperanza, con fe y con amor; o si en tu tierra hay resentimientos, si vives con tristeza, con pesimismo, amargura y dolor.

Nuestra vida y la tierra tienen mucho parecido; pero no son iguales, la tierra es pasiva y nuestra vida es activa. La tierra tiene que sufrir lo que siembren en ella, no decide qué sembrar ni qué cortar. Nuestra vida, la vida que nos dio Dios es maravillosa, se parece a la tierra; pero no es igual. Yo puedo decidir qué siembro en ella, puedo revisar mi terreno y tengo la posibilidad de cortar desde la raíz, aquello que no me agrada, aquello que los demás sembraron en mí y que no me hace feliz.

Por ello, que nada te detenga para que tú decidas que permanece en ti y qué es necesario desechar.

Queridos hermanos y hermanas: todos somos tierra en la que se puede sembrar; pero todos somos sembradores que podemos cultivar nuestra propia vida y la vida de los demás.

El oficio del sembrador nos presenta a un Dios generoso en su trabajo a favor de los hombres. En ese trabajo, Dios le da mucha importancia a la siembra que realiza y a la paciencia que debemos tener para recolectar los frutos.
Este sembrador es experto en el oficio de la paciencia, puesto que conoce que todo en nuestra vida tiene un proceso, y que nuestros procesos son sobre todo cuestión de tiempo, que nuestra vida es siempre cuestión de tiempo.
Ésta será una de las mejores enseñanzas del día de hoy: Dios, nuestro sembrador bueno y paciente, encuentra gran alegría en la siembra y posteriormente en la cosecha, y el tiempo que dista para que desgrane la espiga no será nunca un tiempo considerado como perdido sino como un tiempo bien invertido.
Dios tiene puesta una esperanza en ti y también tiene esperanza en mí, Dios tiene paciencia contigo y conmigo, y nos invita a tener paciencia con nosotros mismos y con los demás, paciencia con el esposo, la esposa, los hijos, con los hermanos, paciencia con nuestros trabajadores y amigos, paciencia con la hermana religiosa que no avanza como deseamos. Sembremos semillas buenas en la tierra que Dios nos confió; que es nuestra vida y la vida de quienes nos rodean, porque sólo así, pasarán las noches y los días y sin que sepamos cómo, la semilla, a su debido tiempo, germinará y crecerá.

No olvidemos que la vida se construye de cosas pequeñas que con el tiempo se hacen grandes, como el grano de mostaza. Las cosas pequeñas del diario vivir se convierten en cosas grandes positivas o en cosas grandes negativas.
Este domingo, quiero invitar a todos los padres de familia aquí presentes a prestar especial atención a las semillas que depositan en cada uno de sus hijos. Las palabras de papá y de mamá quedan presentes como huella firme en sus hijos, no pocas veces hasta la edad adulta. Cada uno de nosotros, recordamos y difícilmente olvidamos lo bueno o lo malo que nuestros padres nos dijeron. ¡Corrijan a sus hijos! pero siempre con amor, jamás con una palabra ofensiva, con una humillación o con una ridiculización. Ténganles paciencia.

Con la muerte acaecida de Charles Schultz el 12 de Febrero del 2000, como consecuencia de su padecimiento de cáncer en el colon, publicaron los periódicos algunas notas de su trayectoria, quiero compartirles alguna. Una de ellas narraba su incursión en el dibujo.

“El dibujo ciertamente no estaba muy bien hecho. ¿Cómo podía estar bien hecho si era de un niño de kinder? Sin embargo, la profesora estrechó al pequeño en sus brazos y le dijo:
-¡Qué bien dibujas!
Orgulloso, el niño llegó con su dibujo a casa. Lo mostró a su papá y él le dijo lo mismo: que su dibujo estaba muy bonito. Luego, solemnemente, clavó la hoja con un imán en el refrigerador y anunció a su hijo que a todas las visitas les enseñaría aquel trabajo que lo hacía sentirse orgulloso de él.

De esto pasaron años. Sin embargo lo que le dijeron su maestra y su padre nunca se le olvidó a Charles Schultz, él es el creador de Snnopy, Charlie Brown y todos los personajes de “Peanuts”.

¿Te fijas cómo las palabras de los padres tienen tanta incidencia en la vida de los hijos?

Al final de cuentas se trata de esas semillas que misteriosamente se convertirán en tallos, que dejarán paso a las espigas y en las cuales brotará el grano de esas semillas buenas o malas que hayas dejado en la tierra virginal y fértil de los hijos que Dios te ha confiado.

Termino esta reflexión dominical invitándote a pedirle al Señor, que como buen sembrador deposites buenas semillas sobre la tierra de tus hijos, sobre tus amigos, sobre los miembros que integran tu familia o tu comunidad religiosa. Pídele a Dios que te permita observar con claridad qué hay sembrado en tu vida; y qué necesita ser arrancado de raíz o cambiado. Finalmente recuerda: la cosecha no depende totalmente de ti, pero sí la siembra. Por ello, como dice en su poesía Rafael Blanco Belmonte: “hay que vivir la vida sembrando, siempre sembrando”.

Finalmente, hoy día del padre, quiero invitar a todos los aquí presentes. A que sembremos en nuestro querido papá, si aún lo tenemos, una semilla de amor, que le demos un fuerte y sincero abrazo, una palabra de cariño que lo estimule, una presencia que le haga sentir nuestra cercanía y nuestra gratitud. A todos los papás que hoy nos acompañan, les deseo muchas felicidades, le pido al Señor que los colme de abundantes bendiciones, que nos los deje de su mano en esta tarea tan importante que tienen en sus familias y especialmente con sus hijos, continúen siendo la cabeza de su familia y manténganla unida. Y para aquellos papás que ya fallecieron, una plegaria para que descansen en paz y en ella toda nuestra gratitud y nuestro amor. ¡Feliz día del padre!

Pbro. Armando De León Rodríguez