Con el fin de una mejor comprensión sobre el ser y quehacer de los formadores en el Seminario, a propósito de los recientes cambios y nombramientos, presentamos lo que dice al respecto el documento “El Don de la Vocación Presbiteral” Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, que fue publicado el 8 de diciembre de 2016 por la Congregación para el Clero, en la ciudad del Vaticano.

Las etapas de formación

Etapa propedéutica:

Tiene el objetivo de discernir la conveniencia de continuar la formación sacerdotal o emprender un camino de vida diverso.

En esta etapa se busca sentar bases sólidas para la vida espiritual, favorecer el conocimiento de sí que permita el desarrollo personal, tener un conocimiento sintético de la doctrina cristiana y desarrollar la dinámica del don de sí en la experiencia parroquial y caritativa (Cfr. No. 59).

Etapa discipular (anteriormente llamada Filosofía)

Este tiempo específico se caracteriza por la formación del discípulo de Jesús destinado a ser pastor, con un especial cuidado de la dimensión humana, en armonía con el crecimiento espiritual, ayudando al seminarista a madurar la decisión definitiva de seguir al Señor en el sacerdocio ministerial y en la vivencia de los consejos evangélicos, según las modalidades propias de esta etapa (Cfr. No. 62).

Etapa configuradora (anteriormente llamada Teología)

La etapa de los estudios teológicos o configuradora, se ordena de modo específico a la formación espiritual propia del presbítero, donde la conformación progresiva con Cristo hace emerger en la vida del discípulo los sentimientos y las actitudes propias del Hijo de Dios; y a la vez lo introduce en el aprendizaje de una vida presbiteral, animada por el deseo y sostenida por la capacidad de ofrecerse así mismo en el cuidado pastoral del Pueblo de Dios (no. 69).

Etapa pastoral

La etapa pastoral o de síntesis vocacional incluye el período entre el fin de la estancia en el seminario y la ordenación presbiteral, pasando obviamente a través de la recepción del diaconado. La finalidad de esta etapa es doble: se trata, por un lado, de insertarse en la vida pastoral, mediante una gradual asunción de responsabilidades, con espíritu de servicio; por otro lado, de esforzarse en adquirir una adecuada preparación, recibiendo un acompañamiento específico con vistas a la recepción del presbiterado (no. 74).

Los formadores

El Rector: es un presbítero que se distingue por su prudencia, sabiduría y equilibrio, altamente competente, que coordina la actividad educativa en el gobierno del seminario. Con fraterna caridad, establecerá una profunda y leal colaboración con los demás formadores; es el representante legal del seminario, para los ámbitos civil y eclesiástico (Cfr. No. 134).

El Vicerrector: debe poseer la necesaria idoneidad en el campo formativo y colaborar con el Rector en su servicio educativo, con la debida discreción y, en caso de ausencia, sustituirlo. En general, el Vicerrector, “debe demostrar cualidades pedagógicas sobresalientes, amor gozoso a su servicio y espíritu de colaboración” (no. 135).

Coordinador de la dimensión humana: debe promover la creación de un clima comunitario propicio para el proceso de maduración humana de los seminaristas, en colaboración con otras figuras competentes en los ámbitos psicológico, deportivo, médico, etcétera (Cfr. No 137).

Coordinador de la dimensión intelectual: al coordinador corresponde proyectar el plan de estudios, aprobado por la competente autoridad eclesiástica, y acompañar y sostener a los maestros, poniendo especial atención a su preparación académica, a su fidelidad al Magisterio y a su continua actualización. Coordina, además, la secretaría de estudios y es responsable de la biblioteca (Cfr. no 137).

Coordinador de la dimensión pastoral: se ocupa de la formación pastoral, teórica y práctica. El coordinador identifica los lugares más idóneos para la práctica pastoral, organiza las experiencias de apostolado, en diálogo con sacerdotes, religiosos y/o fieles laicos (Cfr. No. 137).

El Ecónomo: a través de la gestión administrativa, realiza una verdadera labor educativa dentro de la comunidad del seminario. Sea consciente de la incidencia que pueden tener en los seminaristas los ambientes físicos en que viven y del valor educativo de un uso honesto y evangélico de los bienes materiales, con el fin de formar a los seminaristas en el espíritu de la pobreza sacerdotal (no. 138).

La Diócesis de San Juan de los Lagos, consciente de la riqueza de Cristo que representa cada vocación quiere, a través de la conformación del equipo formador del Seminario Diocesano, ofrecer una propuesta formativa para que los futuros pastores den su respuesta personal conscientes del don que han recibido, madurando gradualmente su configuración con Cristo Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo.

¡Dios, que ha comenzado esta buena obra, Él mismo la lleve a término!