Seguir a Cristo con firmeza

Queridos hermanos y hermanas: La Primera Lectura de este domingo nos presenta un episodio interesante en el que Josué convoca a todas las tribus de Israel, a los ancianos, a los jueces, a los jefes y a los escribas para hacerles una propuesta: digan aquí y ahora a quién quieren servir, si a los dioses a los que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, a los dioses de los amorreos, o al Dios de Israel. En cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor. Y ellos respondieron: lejos de nosotros abandonar al Dios verdadero, nosotros también serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

El tema de este domingo es claro y edificante: el Señor nos invita a elegirlo libremente. Simple y sencillamente, Dios busca hombres y mujeres, que ejerciendo sus facultades en la libertad, quieran seguirle a Él. Los que se sientan forzados y aquellos que se sientan esclavos o que amen su esclavitud se pueden regresar a su Egipto con su faraón, o bien pueden irse en la búsqueda de otros tiranos. Cada uno de nosotros, en el arco de nuestra vida, vamos tomando nuestras propias decisiones que van dando rumbo a nuestra existencia y van fraguando nuestro destino.

El Evangelio, por su parte, nos presenta al Señor Jesús en el momento en que, muchos discípulos, al oír sus palabras, dijeron: ese modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso? Desde entonces muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los doce: ¿También ustedes quieren dejarme? Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios.

Hoy, queridos hermanos y hermanas, es necesario que cada uno de nosotros, haga una precisa elección, ¿deseas realmente seguir al Señor y servirlo? Porque Dios no nos impone nada, nos deja en libertad. Dios quiere personas que le quieran y que no estén con Él ni por obligación, ni por temor, ni por equivocación.

Que hermosa respuesta da Josué a todo el pueblo reunido en Siquem: En cuanto a mí toca, yo y mi familia serviremos al Señor. Que Dios nos conceda a cada uno de nosotros tener la firmeza y la decisión de Josué. En cuanto a mí toca, renuncio a todo mal, me decido a obrar el bien y a servir al Señor.

San Ignacio de Loyola, piensa en la vida como si fuera dos campos de batalla en donde se alinean en dos bandos contrapuestos los seguidores de Jesús y los que optan por el mal y sus caudillos. San Ignacio concebía esto, como una lucha en la que uno tiene que escoger la bandera de la sencillez sobre la bandera de la vanidad, la bandera del amor sobre la bandera del odio y el rencor y la bandera de la humildad sobre la bandera de la soberbia, la bandera de la verdad sobre la bandera de la mentira.

San Agustín también había propuesto la necesidad de tomar una decisión al concebir la vida cristiana como elección entre la ciudad celeste y la ciudad terrena.

Queridos hermanos y hermanas: Seamos conscientes de que elegir es un valor que tiene simultáneamente un costo: el renunciar a algo o a alguien.

Pero, resulta necesario, el que reconozcamos que solamente el Señor Jesús es quien posee palabras de vida eterna. Aún cuando esas palabras sean duras, exigentes, indigestas e insoportables para no pocos.

La verdad no puede surgir de los consensos, ni de los populismos, ni siquiera de un plebiscito. Me agrada la forma en que lo decía Bertrand Russell, filósofo, matemático, lógico y escritor británico, ganador del Premio Nobel de Literatura en “El Ensayo escéptico”: “Aunque todos los expertos estén de acuerdo, bien pueden estar equivocados”. El que estemos del lado de la mayoría nunca será un criterio de verdad. Hoy conviene que entendamos el viejo adagio: “La verdad hiere pero la mentira destruye”.

La Iglesia prefiere la verdad que en muchas ocasiones nos resulta incómoda, porque la Iglesia no puede aceptar una mentira que olvide al Evangelio de Jesucristo y que destruya al hombre y sus valores. La Iglesia jamás podrá aceptar las drogas porque nos dañan y destruyen, no puede aceptar la violencia como camino de solución de conflictos.

Debemos practicar la tolerancia y la caridad cristiana con todo tipo de personas, sin que por ello nos engañemos pensando que la mentira, en sí misma, pueda ser tolerable.

A todos aquellos hombres y mujeres que cuestionan el que la Iglesia posea todavía sus dogmas en un depósito de fe del que se siente servidora y no la dueña, tenemos que explicarles respetuosamente que un dogma, es un juicio de verdad para nuestra religión. No puede existir una religión sin dogmas. Una religión sin dogmas sería una religión sin pensamientos y sin verdades. Sería como una espalda sin espina dorsal, como un árbol sin raíz o como una hermosa construcción sin cimentación.

Lo anterior, no significa que esté de acuerdo ni con la intolerancia religiosa ni con las prácticas de fanatismo. No puedo estar de acuerdo con aquellos que, lejos de tener a Dios en su corazón lo tienen en sus manos, y que aún en la historia reciente han manipulado los argumentos, presentándose reiteradamente como iluminados para causar tantos desastres y muertes en el nombre de Dios; tampoco estoy de acuerdo con aquellos que escriben nuevos decálogos convirtiendo sus verdades de razón en nuevas creencias y sus propuestas sociales en nuevos movimientos religiosos.

La Iglesia posee sus dogmas, sus verdades, el tesoro de la enseñanza de Cristo, pero de allí, a que le llamen “oscurantista” por tener un depósito de fe que tuvo su fuente en el Nuevo Testamento y que se ha ido clarificando con el paso de estos 2018 años, precisamente ante las necesidades del mismo interior de la Iglesia, es algo con lo que no puedo coincidir.

El Dogma en la historia de la Iglesia no nació por necesidades apologéticas, es decir para defender una verdad o discutirla sino que un dogma nace como un ejercicio hacia el interior de la misma Iglesia. Fue entonces cuando los miembros de la Iglesia, con los obispos, sucesores de los apóstoles, al frente, iluminados por el Espíritu Santo, se dieron a la tarea de clarificar sus conceptos y el pensamiento auténticamente cristiano. No era algo para imponer a la gente de fuera, sino unas verdades para asumir los que estaban dentro, y aquellos que por sus propia libertad y voluntad quisieren ingresar.

En realidad, yo no entiendo porque alguna gente le tiene miedo a los dogmas, si es que por dogma entendemos una verdad absoluta. Sobre todo, porque podríamos asegurar que también las ciencias tienen sus propios “dogmas”.

“El mediterráneo es un gran mar interior comprendido entre Europa Meridional, África del Norte y Asia Occidental. Comunica con el Océano Atlántico por el Estrecho de Gibraltar y con el mar Rojo por el canal de Suez” es un dogma, una verdad absoluta, de la Geografía. “El agua se compone de dos átomos de Hidrógeno y uno de Oxígeno” es un dogma de la química. “La sangre es un plasma líquido que unido a los glóbulos transporta los principios nutritivos desde el aparato digestivo hasta las células a través de las arterias” es un dogma de la anatomía.

Un cirujano posee un conjunto de verdades en torno a sus intervenciones quirúrgicas, si no fuere así, la ciencia médica fracasaría y no habría garantías; pero no tan sólo él: un biólogo tiene sus conjuntos de verdades al examinar y profundizar el don de la vida, un físico al estudiar la materia y la energía, un químico al estudiar la composición de las sustancias y su manera de formarse, un deportista al establecer sus parámetros de medición y su normatividad para hacer operativa una disciplina. La cibernética hoy tiene sus dogmas, y la misma teoría de la relatividad se ha convertido en el más defendido de los dogmas modernos.

Queridos hermanos y hermanas: termino esta reflexión dominical, diciéndoles que no debemos tenerle miedo a los dogmas, sino a los dogmatismos y a la intransigencia; debemos ser cuidadosos con nuestras posturas inamovibles y con nuestra incapacidad de escuchar; tengamos también un temor razonable en relación a los intolerantes y de los que han dogmatizado su ciencia de tal manera que han dejado de ver el rostro humano en las personas y se sienten con el derecho de hacer y deshacer la vida de cualquier ser humano en aras de una ciencia que se convierte en la peor de las inconciencias y en el peor de los dogmatismos.

Debemos tenerle miedo a quienes han convertido el secularismo en religión, y a quienes hacen de sus motivaciones profanas su propio sagrario.

Si bien es cierto que “la verdad será verdad aunque nadie la sostenga”, debemos tener presente que la tolerancia excluye la imposición de la verdad por la fuerza.

Sin caer en un “todo se vale”, aceptemos la enseñanza de la Iglesia: “La verdad no se impone, más que por la sola fuerza de la verdad”.

Digamos hoy como Josué: En cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor. Y así, aunque el mundo contemporáneo presente mentiras como verdades, ídolos llamativos que son frágiles e inconsistentes porque fácil se derrumban, ideologías que pretenden confundirnos con nuevos modelos de vida que dañan la integridad y dignidad de la familia y sus miembros, nosotros nos mantendremos firmes porque la verdad será verdad aunque nadie la sostenga y en Cristo y sus enseñanzas tenemos palabras de vida y de vida eterna. Así sea.