Continuamos la catequesis sobre el «Padrenuestro». El Papa Francisco nos recuerda ese paso fundamental y absolutamente necesario en cada oración cristiana, paso que adentra a cada fiel a ese misterio que llena de esperanza, amor y fidelidad: el de la paternidad de Dios.

Manifestó Francisco, que en el cristianismo se debe evitar a toda costa rezar como cotorras, es decir, o cada uno entramos en el misterio, en la certeza de que Dios es nuestro Padre o no rezamos. Si yo quiero rezar a Dios, Padre mío, comienzo por el misterio de reconocerle como Padre creador mío.

Para entender en qué medida Dios nos ama como Padre nuestro, es fundamental pensar en las figuras de nuestros padres, sin olvidar que de alguna manera tenemos siempre que «refinarlas», purificarlas para lograr ver al Padre desde la verdad, es decir, que Él lo es todo en nuestras vidas.

El Santo Padre explicó que nadie de nosotros hemos tenido en tierra a padres perfectos, así como nosotros debemos reconocernos como criaturas que también somos imperfectas en esa dura labor e incluso como pastores que intenten guiar a otros, nuestras limitaciones nos recordarán siempre que somos seres con defectos, todos. 

Así mismo, el Papa invitó a reflexionar acerca de las relaciones sociales y afectivas, mismas que intentan ser vividas con y desde el amor pero que también nos dejan saber nuestros propios límites y el egoísmo que podemos ofrecer ante la posesión o manipulación del hermano más débil, mismo que deposita su confianza ante sus semejantes y busca encontrar las maneras de llenarse del amor carente, es por eso que el Papa refirió a la verdad de hoy, “Pero mira, estos dos se querían tanto la semana pasada; hoy se odian a muerte: ¡esto lo vemos todos los días!” De estos hechos consumados es probable que nosotros mismos podamos hacer una introspección y reconocer que todos tenemos en el interior raíces amargas, que no son buenas y a veces salen y hacen daño a otros hermanos.

Hoy en día es muy probable que el prójimo pueda hacer una valoración exhaustiva de cómo fue amado por sus padres terrenales e incluso hacer valer una verdad a medias al esperar un amor más profundo de parte de otros amigos, mendigando ese amor que muchas veces suple el amor verdadero por uno de tiempo determinado, olvidando no solo el amor verdadero sino la fuente misma del amor puro, real, casi tangible si se es posible reconocerlo desde el corazón, por ello el Papa se entristece al saber que sobre Dios mismo ponemos a esos otros amigos que se quedan en meras experiencias de dolor, angustia, amargura y pesadez para el alma: “¡Cuántas amistades y cuántos amores defraudados hay en nuestro mundo! ¡Cuántos!”.

“Esto es lo que nuestro amor suele ser: una promesa que es difícil cumplir, un intento que pronto se seca y se evapora, un poco como cuando sale el sol por la mañana y se lleva el rocío de la noche”.

Agregó: “Siempre hay una debilidad que nos hace caer. Somos mendigos que en el camino corren el peligro de no encontrar nunca por completo el tesoro que buscan desde el primer día de su vida: el amor”.

Es así como el Papa Francisco nos recuerda que tenemos esa fuente de amor a nuestra disposición las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días de la semana, esa fuente tan viva y cierta que se pierde en el horizonte, que no podemos reconocer dónde empieza ni dónde termina pero que con el simple hecho de detenernos un instante y ver el azul del cielo nos recuerda esa promesa misma de Jesús, esa invitación tan cierta donde nos dice que el Padre ya sabía todo de nosotros, que diseñó nuestro ser con tanto amor que hoy mismo nos ve desde las alturas pensando en cada uno de nosotros con una sonrisa que puede extenderse cada día de nuestras vidas o hacerlo guardar silencio y quedarse serio cuando nosotros simplemente dejamos de reconocerlo como un verdadero Padre y ponemos nuestro corazón y amor en falsos amigos.

“Nadie debe dudar que es destinatario de este amor. Nos ama. «Me ama», podemos decir”, explica, incluso si nuestros propios padres y el resto del mundo nos dieran la espalda y nos negaran para siempre la posibilidad del amor, Él, nuestro Padre, siempre estará para cada uno de nosotros, para amarnos, abrigarnos y calzarnos sandalias nuevas para hacernos recuperar la dignidad que hemos perdido como hijos pródigos que han derrochado el tesoro más valioso, su amor, por eso solo hace falta implorar su presencia infinita, al decir con todo el corazón: Padrenuestro que estás en el cielo•