XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

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“QUIEN AGRADECE MAS RECIBE Y DA MÁS”

Toda enfermedad nos pone fuera de circulación. Nos aísla de la vida activa cotidiana y comenzamos a ser una carga para los que nos aman, aunque también somos una alcancía para canjear el cielo. Cuando llega la enfermedad toda la familia y el enfermo han de renovar su promesa de amar en la salud y en la enfermedad, en lo próspero y en lo adverso.

Pero, hay enfermedades que duelen más en nuestra carne enferma cuando somos repudiados por el miedo al contagio, viviendo, por eso, excluidos de la sociedad, como en el tiempo de Jesús, era la lepra y en nuestro tiempo sigue siendo el VIH. La carne podrida de la lepra era considerada una impureza ritual y una evidencia de pecado de quien la padecía. Como impureza podía manchar a quien lo tocara. Eran, pues, los “apestados” de aquel tiempo. Eran juzgados pecadores. La lepra era todo un mal que aplastaba al leproso y lo sumía en una soledad donde nadie podía ayudarlo, y que hasta el mismo Dios estaba ausente.

Sabedor de todo ello, Jesús quiere mostrarse ante aquellos diez leprosos con una gran misericordia para hacerlos sentir que Dios los ama y están cerca de su corazón. Dice el evangelio que los diez se atrevieron a, salir al encuentro de Jesús gritando: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.” Y Jesús, sin más, responde: “Vayan a presentarse a los sacerdotes.” De esta manera Jesús, reconoce su fe y les demuestra lo mucho que le importan los enfermos, especialmente ellos. Pareciera que tiene prisa de curarlos. Pero el milagro no se da inmediatamente, tienen que volverse enfermos, con la palabra de Jesús dada de que sanarán. Y sucedió que por el camino, los diez, fueron sanados. Su alegría es tan grande por el bien recibido que se olvidan del gran bienhechor. Sólo uno reconoce al Dios hecho hombre y agradece, “postrado a sus pies.” Era un samaritano. El milagro con éste fue mayor, porque recibió la salud de su cuerpo y entabló una relación de amor agradecido con Dios, dejando muy claro que: sólo quien ama… agradece. Jesús, deja también asentado que Dios quiere ser amado, por los otros nueve que siguen alejados de Dios.

Dios sigue curando hoy a los enfermos del cuerpo y del alma. No le son indiferentes. Quiere que lo amemos también en la enfermedad y en la adversidad. El milagro de curarnos va más allá, quiere acercarnos a Él, por el agradecimiento para dársenos más.

Hay que agradecer, pues, para recibir más y para enseñarnos a dar más. La vida familiar ha de empezar agradeciendo el milagro de la vida que se nos dio por pura gracia, sin merecerla. Y nos debe llevar este agradecimiento también a amar y a dar, incluso nuestra propia vida por los demás. Agradecer es reconocer la grandeza de quien nos ama para también nosotros amar.