Mañana trece de junio, se celebra la fiesta de San Antonio de Padua, “el santo de todo el mundo”, como lo llamó León XIII porque su imagen y devoción se encuentran por todas partes.

Nació en Lisboa (Portugal), el 15 de agosto de 1195, con el nombre de Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo, pero adquirió el apellido por el que lo conoce el mundo, de la ciudad italiana de Padua, donde murió el 13 de junio de 1231 y donde todavía se veneran sus reliquias. Primero formó parte de los canónigos regulares de San Agustín y poco después de su ordenación sacerdotal ingresó en la Orden de los Frailes Menores y en una sencilla ceremonia de toma de hábito franciscano cambió el nombre de Fernando por el de Antonio, ingresó a la Orden con la intención de dedicarse a propagar la fe cristiana en África. Sin embargo, fue en Francia y en Italia donde ejerció con gran provecho sus dotes de predicador, convirtiendo a muchos herejes. No le faltaron las pruebas. En la juventud fue atacado duramente por las pasiones sensuales. Pero no se dejó vencer y con la ayuda de Dios las dominó. Él se fortalecía visitando al Santísimo Sacramento. Además desde niño se había consagrado a la Santísima Virgen y a Ella encomendaba su pureza.

Fue el primero que enseñó teología en su Orden. Escribió varios sermones llenos de doctrina y de unción. Llamado “Doctor Evangélico”. Escribió sermones para todas las fiestas del año. Fue canonizado en 1232 por el Papa Gregorio IX. Proclamado “Doctor de la Iglesia” el 16 de enero de 1946 por el Papa Pío XII.

Como dato curioso podría señalarse que fue la persona canonizada más rápidamente por la Iglesia católica, 352 días después de su fallecimiento.

La iconografía lo suele representar con un lirio blanco símbolo de pureza virginal, con las Sagradas Escrituras que fueron el fundamento de sus sermones y con el Niño Jesús en brazos fruto de una visión del santo.