Las lecturas de la misa de este domingo nos hablan de la sabiduría de quienes invierten todo para comprar el reino de los cielos. Pero para obrar así tenemos que volvernos sabios.

La primera lectura nos muestra a Salomón pidiéndole a Dios la sabiduría,… un corazón comprensivo para discernir entre el bien y el mal. La palabra de Dios nos muestra el rumbo que tienen que tomar nuestras preocupaciones y nuestros desvelos, y nos lleva a pensar que si nuestras autoridades tuvieran siempre la misma rectitud de intención que refleja Salomón en sus peticiones al Señor, las penurias que sufrimos tendrían pronta solución.

El Evangelio nos presenta tres parábolas del reino de los Cielos: el tesoro escondido, la perla de gran valor y la red que echan en el mar y que recoge toda clase de peces, unos buenos y otros malos. Al final se reúnen los buenos en un cesto y los malos se tiran.

Hoy nos vamos a concentrar más en esta última, porque nos puede explicar una duda que muchas veces se nos plantea. Esta red es la imagen de la Iglesia, en la que hay justos y pecadores, y todos pertenecen a ella, aunque de diverso modo.

La Iglesia, que es santa, está también formada por pecadores. Ellos, no obstante siguen perteneciendo a la Iglesia por los valores espirituales recibidos: el bautismo, la confirmación, la fe y la esperanza, y por la caridad de muchos cristianos que luchan por ser santos.

Este pasaje nos enseña la actitud que de debemos tener frente a errores o desviaciones que muchas veces vemos en miembros de la Iglesia, que nos puede llevar a perder la confianza en ella, o a alejarnos.

Y Jesús en esta parábola nos predice lo que ha ocurrido siempre, y seguirá ocurriendo en la Iglesia.

La Iglesia lucha contra los errores de sus miembros equivocados, se esfuerza por corregirlos y por retener a los miembros pecadores en su seno, en la esperanza de su arrepentimiento. Espera que a fuerza de paciencia y de perdón, el pecador que no se haya separado totalmente de ella, volverá para vivir en plenitud. Que la rama adormecida no será cortada ni arrojada al fuego. La Iglesia no se olvida que es Madre, una madre que trata de ayudar a todos sus hijos con una caridad sin límites. Por eso es que necesita de la oración de todos sus miembros, para todos los que no participan de la gracia. De modo particular debemos pedir por aquellos amigos y parientes más allegados, que vemos que están alejados y en el error.

Aunque dentro de la Iglesia existan muchos miembros que puedan ser escándalo para muchos, debemos darnos cuenta que la Iglesia misma, en cuanto divina, está libre de todo pecado. La santidad de la Iglesia se manifiesta continuamente en los frutos de la gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles. Se expresa en las maneras más diversas en cada uno de sus miembros que tienden a la perfección de la caridad. La Iglesia no es una institución propia ni exclusiva del mundo, ni un poder cultural religioso, ni una institución política, ni una escuela científica. La Iglesia ha sido fundada por Cristo, Hijo de Dios Padre, y en ella ha depositado el Señor su palabra y su obra. Su vida y su salvación.

Como decía en una oportunidad el Papa Juan Pablo II, la Iglesia es Madre, en la que renacemos a la vida nueva en Dios. Una madre debe ser amada. Ella es santa en su Fundador, medios y doctrina, pero formada por hombres pecadores. Hay que contribuir positivamente a mejorarla, a ayudarla hacia una fidelidad siempre renovada, que no se logra con críticas corrosivas.

Cuando se habla de los defectos de la Iglesia en el pasado o en el presente, o se dice que la Iglesia debe purificar sus faltas, debe tenerse presente que esas faltas y esos errores se dieron y se dan, precisamente por personas, con responsabilidad personal, que no vivieron su vocación cristiana y no llevaron a cabo la doctrina que Cristo dejó a su Iglesia.

Si amamos la Iglesia no tendremos interés en ventilar como culpa de la Madre, los defectos de algunos de sus hijos. Las experiencias malas o los daños que podamos haber sufrido por parte de algún miembro de la Iglesia alejado de la verdadera doctrina del Señor, debemos asumirlos como eso, en su verdadero alcance, y no dejar que nuestro dolor o nuestro enojo nos impida darnos cuenta que la Iglesia en sí misma sigue teniendo la misma santidad que su cabeza, que es Cristo.

Vamos a pedir hoy al Señor por su Iglesia, y por todos sus miembros. Sobre todo por aquellos que más alejados se encuentran de los verdaderos caminos de Dios.También vamos a pedir por nuestras autoridades, para que, como Salomón, ansíen tener un espíritu atento, para gobernar bien a tu pueblo y para decidir entre lo bueno y lo malo.