Trabajo reporteril: Claudia Rojas y Rosa García

A propósito de los nueve años de Consagración Episcopal y el segundo aniversario del nombramiento de monseñor Jorge Alberto como sexto Obispo de la Diócesis de San Juan de los Lagos, el Mensajero Diocesano presenta una entrevista especial donde el nuestro pastor recuerda ambas fechas y comparte con la feligresía los procesos vividos.

 

  1. Podría compartir con la feligresía y con el Mensajero Diocesano, ¿cómo se siente en esta semana que está cumpliendo nueve años de Consagración Episcopal?

Muchas gracias por esta entrevista, en primer lugar. Esta oportunidad, también, de poder manifestar algunos aspectos del amor de Dios, de lo que he vivido.

En primer lugar, yo me he sentido siempre con mucho agradecimiento al Señor. Lo más fuerte para mí, ha sido precisamente esa amistad que siempre he sentido de Jesucristo, en la que Él me va acompañando en los momentos más felices, en los momentos más dolorosos, más tristes, en los más fáciles, en los más complicados, y esa es una gran experiencia que agradezco al Señor y que considero que así lo hace con toda la Iglesia. Él siempre nos acompaña, a veces sutilmente, a veces también sufriendo en nuestros sufrimientos de cualquier índole, pero también haciendo que manifestemos su gracia y así me he sentido yo, acompañado por Él y lleno de agradecimiento, lleno de esperanza, y sabiendo así, que Él vive y que entonces pues nos invita a siempre responderle a sus llamados.

  1. Hoy, nueve años después de ese momento, ¿cómo lo recuerda?

Muy feliz. En primer lugar, desde que uno es llamado para este ministerio, pues uno no espera esto y le agradece a Dios que se fije en uno. Todos somos muy débiles, muy limitados y yo creo qué, pues, uno más, se siente así, como los apóstoles, que ellos nos eran exactamente del pueblo judío más devoto; algunos de ellos al menos, algunos sí, algunos otros no, pero pues sabes que el Señor llama de aquí y de allá y así se siente uno.

Fue un día muy emotivo, muy lleno de fe. Experimenté la fuerza de la oración de la gente, como muchas veces lo he sentido en mi vida Episcopal. La fuerza de la oración de la gente, la oración de todos me daba mucha fuerza, mucha paz; y pues todos los momentos de los ritos de Consagración Episcopal son muy agradables, muy emotivos; expresan, vaya, una bendición de Dios, una consagración de Dios, un don que Dios te da, todos y cada uno de ellos. Y uno, desde ahí, tras esa bendición, con cada uno de los ritos, descubre mucho de su misión; por ejemplo, cuando te ponen los Evangelios sobre tu cabeza, el hecho de decir: “bueno eso quiere decir que soy quien debe de ser el que conozco más la Sagrada Escritura, el compromiso, y que es una alegría, el meditarla, profundizarla y explicarla”, porque el Obispo es como el primer catequista, entonces uno debe explicar la Sagrada Escritura.

Cuando recibes las insignias, por ejemplo: el anillo pastoral, expresa que es el esposo, representa uno a Cristo; la Cruz Pectoral que no traiga un Cristo, significa que Cristo Resucitado va caminando, va llevando su gracia, glorioso; y así, todo eso para mí, fue un meditar en ese momento, incluso, con lo que Dios me bendecía aún siendo indigno y lo que me pide en la misión.

  1. Monseñor, a lo largo de estos nueve años, seguramente ya lo ha hecho, algún recorrido en el pasado, con uno de los momentos más importantes, ¿con cuál se quedaría, posteriormente a su Consagración Episcopal?

Bueno, quisiera mencionar varios, porque ha habido muchos momentos de todo tipo, pero todos ellos han sido, la verdad, muy significativos.

Desde un momento muy fuerte para la vida de uno, como cuando murió mi padre, por ejemplo.

Mi madre ya había muerto para cuando murió mi padre, y todo lo que aprendí de él, lo que conviví con él, lo que él me enseñó con sus palabras, lo que él me invitó a vivir con el ministerio, hasta cosas simpáticas: dicen que llueve cada que viene un Obispo, ¿verdad? (sonríe un poco), él decía.

Como me quedaba de pasada entre donde yo vivía y la oficina, me quedaba exactamente de pasada, frecuentemente iba a llevarle su desayuno, porque él estaba enfermo y entonces quería atenderlo. Y decía, <<aquí vienes casi todos los días; casi no llueve pero viene el Obispo todos los días>> (sonrió nuevamente).

Y luego los momentos muy fuertes, en el presbiterio cuando estuve en Nuevo Laredo, murieron cuatro sacerdotes en ese corto tiempo por enfermedades que ya tenían, y yo veía al clero, que es poco en número pero grande en capacidades, pues entregados y hermanados; ellos me dieron un gran testimonio que guardo en el corazón, con un gran sentimiento y afecto; muy buenos hermanos.

Otro momento fuerte que he vivido fue cuando fui a visitar a internos al penal, cuando fui a ver a enfermos a hospitales o a atender personas con problemas de drogadicción en algunos barrios, qué grandes experiencias de Dios que ahí está.

Y pues obviamente cuando me pidieron estar acá (San Juan), pues para mí fue una cosa muy feliz, muy alegre y lo sigo viviendo así.

Igual cuando vino el Papa Francisco, lo que él me decía, lo que alcanzamos a platicar recién bajado él del avión; luego cuando le hablé en el mundo del trabajo en ese tema, me expresó una gran hermandad.

Cuando pude saludar al Papa Benedicto (XVI) son experiencias que guardo en el corazón.

Muchos otros momentos y experiencias pastorales con mucha gente.

  1. Monseñor, hace un momento nos comentaba acerca de la familia, la cercanía que tuvo usted, que le quedaba al paso, ¿qué tan importante cree que es el rol de la familia en la vocación?

Muy importante. Yo siempre les he dicho a los sacerdotes, <<recuerden que nosotros, por un llamado de Dios, dejamos la familia>>; y es cómo dice la misma Sagrada Escritura: cuando alguien se va a casar, “Dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer”, dice desde el Antiguo Testamento y Jesús también lo recuerda. Entonces nosotros también dejamos a nuestra familia pero no la abandonamos, no es un abandono, no es un huir, y más bien vemos como ellos necesitan nuestra fe, nuestra oración, nuestra convivencia, y cómo nosotros los necesitamos a ellos en nuestro afecto, porque nuestra familia, hermanos, papás que todavía viven, los abuelitos si todavía viven, o sobrinos, quiénes conforman la familia, con los detallitos, con la convivencia que tenemos así con cada una de las familias, pues fortalece mucho. Es como un oasis agradable, y luego nos chiquean como dicen acá: <<voy a llenar el biberón, es mi día de descanso>>, entonces la familia siempre tiene una fuerza fundamental en cada uno de sus miembros pero de una manera especial en la vida de un sacerdote; porque los que se casan pues van teniendo sus familias, y uno tiene su familia espiritual que es la Iglesia, pero la familia carnal, de sangre, siempre es una paz y una fuerza, un encuentro con Dios, porqué no decirlo, una buena noticia para nosotros.

  1. Monseñor, justamente tocando el tema de los cambios, de Monterrey a Nuevo Laredo y posteriormente a San Juan, ¿cómo se imaginó, como Obispo, sería el contexto de estos cambios?

En primer lugar, yo lo meditaba así, ante Jesús Sacramentado: un apóstol va a donde el Señor lo manda.

El ir a otra comunidad, a otra diócesis, pues obviamente no conoces muchos detalles y el hecho de ver, sin embargo, en los tres lugares que con la gracia de Dios he estado, pues hay mucha fe, hay grandes testimonios sacerdotales, de religiosas, de religiosos, muchos seglares y pues ves la obra del Espíritu Santo en la Iglesia y pues eso te hace más qué ver, ¿cómo lo haré?, porque allá es otro ritmo, es otro estilo; sí, cada región tiene sus características, bendito sea Dios, porque por eso nos hace un país hermoso, hasta en la fe, pero ves que la fe de las personas es muy grande, quien sea: laicos, sacerdotes, Obispos, religiosas, religiosos, entonces todo eso le edifica a uno, y le hace a uno entrar y formar una familia.

Y sí, cada región tiene sus diferencias en la forma de expresar muy bonita y muy grande fe, en los compromisos, según las circunstancias, los estilos; aquí hay una gran riqueza de muchas cosas.

  1. ¿Cómo define, en una frase corta, la experiencia de vivir en San Juan?

Yo la defino como ese consuelo y misericordia de Jesús.

Porque en realidad es una diócesis que tiene experiencia y una historia tan grande y tan hermosa de fe, de compromiso, de dinamismo que uno se siente indigno; y siempre lo voy a decir, es indigno del ministerio y es indigno de esta diócesis que tiene una gran capacidad; y pues eso hace, precisamente, que uno sienta el consuelo de Dios, la iluminación de Dios en todas las circunstancias.

  1. ¿Cuál fue su sentir cuando pisó por primera vez Catedral Basílica, el encuentro con nuestra Madre Santísima de San Juan?

Pues muy grande, porque yo ya había venido con los fieles cuando estaba en una parroquia, luego de Obispo vine un par de veces, pero cuando ya llegas y eres el pastor que nombró el Papa, la mirada hacía María Santísima es distinta y el decir: “Señora y Madre mía en ti me confío, como Juan ante la Cruz, yo recibo esa maternidad tuya”, y pues es un sentimiento muy profundo, muy especial; hay un gozo, un enternecerse, hay un mirar hacía el futuro con esperanza, y con temor a la vez porque uno es débil, pero con esa confianza ante María Santísima.

  1. Su Consagración Episcopal fue en la Basílica de la virgen de Guadalupe en Monterrey, también ahí tuvo su ordenación sacerdotal, llega a una diócesis donde la figura principal es la virgen, ¿qué tan privilegiado y qué tan importante cree que sea eso para usted, como una marca?

La virgen María tiene un lugar muy especial en la vida de todos. Aún aquellos que no la veneran, que no quieren, pues ellos saben, pero en realidad las veces que aparece María Santísima en el Evangelio nos manifiesta lo que Dios quiere decirnos, darnos, consolarnos, o motivarnos a través de ella.

Como María Santísima va con Jesús, cuando a Jesús lo están a juzgue, juzgue y juzgue y María Santísima va y lo quiere consolar y quiere ver a su hijo. Entonces para mí la figura de María Santísima desde la revelación es sumamente importante pero aparte hay un afecto muy especial.

Yo me acuerdo qué, mi madre y mi padre, que en paz descansen, me decían: ¿tú quieres mucho a la virgen María, ¿verdad? Y yo les decía que sí, porque en realidad, desde el primer día que yo ingresé al seminario (tenía dieciocho años) me acuerdo que al entrar a la capilla, después del Cristo, la figura que encontré ante mí era la de la virgen María, la virgen de Guadalupe, y como en mi parroquia era la virgen de Guadalupe, le decía: “me haces sentir en la familia, en la casa, me haces sentir acompañado y que tú me vas a seguir protegiendo”.

Han habido muchas experiencias que la virgen María me ha mostrado; el venir aquí ha sido una de ellas que no acabo de darle gracias a Dios. Ella es muy especial, y en ella siempre descubro una ternura muy especial, un consuelo muy especial, el rezar el Rosario para mí es un momento de paz, un momento tan agradable, un momento que me descansa y me alegra en el cansancio en las situaciones tristes y dolorosas, en los desánimos, en las alegrías, siempre descubro en el rezar el Rosario un momento muy especial del día, como en la Eucaristía; pero ese muy especial también.

Yo la quiero mucho y me dio mucho gusto que el papa Francisco la quiere mucho y cada que sale de viaje, va y le lleva flores, en Santa María la Mayor, y yo creo que es una expresión muy especial de cómo debemos querer a la virgen María y así trato de quererla. Yo en ella me siento muy protegido y bendecido, y digo qué bonito que todo el creyente en Cristo, descubra así a la virgen María, es bien bonito; yo la trato así como a una mamá porque eso es, aquí me gusta mucho que rezamos el Ave María así: <<…Madre de Dios y Madre nuestra…>> y ahora el Papa, por eso acaba de poner esa fiesta después de la fiesta de Pentecostés, la de María Madre de la Iglesia, que está en las letanías del Rosario o la decimos incluso en diversos momentos, pero el Papa ha querido que se ponga como una fiesta de toda la Iglesia, porque ellas es la mamá de todos nosotros, y el Papa dice: “es hermoso que Cristo haya compartido a su mamá como mamá nuestra”.

En mi casa hay imágenes de las muchas advocaciones y en la mañana simplemente mirarla, para mí es suficiente; rezar el Rosario ante una imagen de la virgen es muy bonito, en cualquiera de sus advocaciones, en cualquiera.

  1. Monseñor, hablamos de lo bueno, pero ¿ha habido lágrimas en estos nueve años de Consagración Episcopal?

 

Claro. La vida del sacerdote, la vida del Obispo, y en muchos casos, en los fieles y la Iglesia, ha habido lágrimas de Cristo, ¿por qué? Miren María Santísima también tuvo sus lágrimas, Jesús mismo también lloró cuando Jerusalén no lo reconoce, no lo escucha; y pues uno, obviamente, tiene lágrimas por muchas razones.

A veces, el ver el sufrimiento cuando muere un sacerdote, en realidad a mí me duele mucho; cuando está muy enfermo un sacerdote; cuando un sacerdote a lo mejor, a veces, puede estar molesto o a disgusto, por la razón que sea, con uno o con quien sea o con su ministerio, con la gente, la verdad también para mí han sido lágrimas, pero yo siempre las he puesto siempre en esa actitud de Jesús y de María Santísima, porque ellos, como el Evangelio lo manifiesta pues también les toca vivir.

Como cuando en Nuevo Laredo, morían sacerdotes, yo estaba muy triste, la verdad, porque los traté, los conocí poquito, fui a sus parroquias, vi sus trabajos y sus riesgos, a veces entre cosas de balaceras y ellos arriesgando su vida y solos, ante comunidades de diez mil, veinte mil fieles, solos, y ver que fallecieran, era un dolor muy grande, pero yo sé que al sacerdote, Cristo, le tiene una unidad muy especial, y Él sabe los caminos y el porqué los llamó en esos momentos.

  1. Monseñor, en la Misa Crismal vimos un momento muy emotivo, justamente, vemos en usted a un sacerdote y a un Obispo muy cercano con la feligresía, y aunque podría sonar un poco repetitivo, pero justamente en esa cercanía, ¿qué mensaje enviaría a la feligresía?

Siempre el sacerdote, tenemos desde nuestra familia, una cercanía con la feligresía. ¿por qué? Porque con ellos aprendimos a persignarnos, nuestras primeras oraciones y tatos valores y detalles de la fe y de otras cosas de la vida; entonces, desde ahí ya, es una referencia que Dios nos da, como se la dio a Jesús. A Jesús le hizo convivir, porqué no decirlo, a aprender también del cariño, de la ternura de nuestra Madre Santísima la virgen María; de San José, tanto que le enseñaron a Jesús; entonces, nosotros aprendemos tanto de la feligresía y de los fieles, y desde ahí ya podemos pensar cómo debe ser nuestro trato con todos los fieles; y aquí, un testimonio muy bonito de la época Cristera, que de alguna manera se continúa, de otras formas si quieren, pero está, cómo los fieles defendieron a los sacerdotes, les ayudaron con tantas experiencias, de tanto que he escuchado yo aquí, en esta hermosas diócesis, y de ahí dices: este es un trato que siempre debe conservarse y hacer que produzca frutos de santidad, pero también ves que es una parte que para el sacerdote es una alegría, un beneficio, ¿por qué? Porque el sacerdote necesita esa familiaridad; como yo me he sentido aquí familia, así el sacerdote en su parroquia, con los movimientos, los grupos, necesita esa familiaridad, con quienes le ayudan, y eso es lo que yo sentí ayer (Misa Crismal) que los fieles debían acercarse a los sacerdotes y decirles: “Padre, rezamos por usted, lo apreciamos, valoramos su persona, su sacerdocio, el sí que le ha dado a Cristo”, y entonces esa es una expresión; y esa comunión siempre hasta se pide. Se pide, cuando se pone un párroco, por ejemplo, se hacen esas oraciones, que el sacerdote sirva a esta familia suya, a esta comunidad y que los fieles le ayuden en todos los sentidos.

  1. Monseñor, aprovechando justamente el momento y como canal de comunicación de la diócesis, ¿qué mensaje podría enviar a todas las personas que continuamente le saludan y envían mensajes a través de las redes sociales de la Diócesis de San Juan de los Lagos?

Yo les agradezco sus mensajes, sus palabras.

En primer lugar, les pido sus oraciones cómo ayer mismo, en la Misa Crismal que teníamos, les pido, oren por mí.

También porque Dios encomienda a una diócesis a un Obispo, y el Obispo es débil, es un ser humano y necesita mucho de esa fuerza de la oración; cómo yo les decía, que yo he sentido la oración, pero necesito la oración de la gente.

El Papa nos lo enseñó desde el principio, decía: <<recen por mí>> y él nos pedía que rezáramos por él.

Yo les agradezco sus oraciones y les pido sus oraciones, y que podamos tener esa disposición todos, de dejar que el Evangelio vaya alimentando, vaya fortaleciendo nuestra vida, que vayan viendo como vamos hacía adelante, tomando de las experiencias            que tiene esta diócesis para poder responderle a las situaciones del mundo actual; ya ven que ahora pues igual, siguen habiendo muchas violencias y muchas cosas y hoy tenemos que responderle a la gente, tenemos que ser signo de esperanza, de unidad y tenemos que ir, ya como antes, y el Papa Francisco nos lo aclara, con los más alejados, porque Cristo no vino a salvar a los justos, sino a los pecadores.

Tenemos que ir por todos, y yo les pido, que así, en sus caminares en la vida, en sus familias, en sus trabajos, con su amabilidad, buen trato, justicia, buen testimonio, ayuden a otros a que descubra en ustedes ese olor de Cristo, ese aroma de Cristo y puedan decir, este es un buen testimonio.

Hagámoslo todos, es la Iglesia en salida, es la Iglesia que nos sentimos ungida por Dios pero no para llenarnos de soberbia, sino para llevar un regalo de Dios a tantas personas que hoy han sufrido o que están espiritualmente muertas porque se dedican decididamente al mal, pues que puedan encontrar en nosotros al menos una luz pequeña, un caminito.

Yo les agradezco, les felicito por su fe, no dejemos de orar unos por otros; tengámonos también cariño, paciencia y van a ver que Dios va llevando su obra con el tiempo; como aquí mismo también lo he escuchado y en mi tierra ya se decía: “Los tiempos de Dios son perfectos”, pues vamos dándole tiempo a Dios pero con mucha caridad; y no dejemos de apoyar a todos los que laboran en las parroquias, no solo a los sacerdotes sino a los seglares. Valórense mucho, porque todos, desde los más pequeños hasta los más grandes, están trabajando en algo para evangelizar. Valórense, valoren esa actitud. Limitaciones y fallas todos tenemos; no se vale juzgar, no se vale murmurar, porque eso no nos toca, sería como Cristo dice: <<En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos>> y la manejan a su antojo. No hay que juzgarnos, hay que querernos mucho, valorarnos más y, con esa valoración, apoyarnos a que la evangelización que hoy necesitamos, vaya adelante.

  1. Monseñor, ¿algo más que deseé agregar a esta entrevista?

Yo les agradezco a ustedes su labor; gracias por colaborar para que la evangelización vaya adelante; agradezco al Pueblo de Dios, les pido su paciencia, su oración, su comprensión, y saben que cuenta también con mi cariño todos, y mi oración diaria. Todos los días, todo el Pueblo de Dios está en mi oración.

Sigan pidiendo para que el Señor, que ha querido entrar en esta diócesis montado en este burrito humilde, pues les brinde Él su bendición, su gracia.

Apoyémonos, pues ante tantas cosas tristes que oímos del mundo, de guerras fraccionadas, como dice el Papa, de tantas cosas tristes y dolorosas; hoy como Iglesia debemos de ser una luz de esperanza, de consuelo, de unidad; Jesús lo pide en su oración sacerdotal, en el capítulo diecisiete de San Juan: “Padre que todos sean uno para que el mundo crea”, el mundo va a creer si nos ve unidos.

Más que cumplir la fe, disfrutemos la fe, vivamos la alegría del Evangelio como el papa Francisco nos dice; y pues va a ver cosas tan bonitas.

Quiero invitarles a vivir una Pascua muy feliz, disfruten a Cristo que nos dice: “La paz sea con ustedes”, enviaré un mensaje más breve que el de Cuaresma, pero irá en ese sentido.

Quiero invitarlos a ser ciudadanos responsables, invitarlos a que el día de las elecciones, aunque todavía falta un tiempo, obviamente, cada quien con su conciencia, cada quien con sus decisiones, vayan y voten; porque es una de las formas, no la única, muy importante muy especial en que manifestamos a la sociedad que los que creemos en Cristo queremos instaurar valores, queremos aportar, queremos apoyar, y cada quien elige a su candidato, su partido o como lo vean ustedes. Pero yo los invito, les pido, que no dejen de ejercer ese derecho, ese beneficio, esa participación civil, y ciertamente, siempre con esperanza, siempre orando; oren mucho por los candidatos que hay, oren mucho, y más cuando ya, el Pueblo de Dios, expresando su parecer en las urnas, y ya haya un presidente, todos los poderes o estructuras del gobierno, pues vamos a pedir mucho, como dijo el apóstol Pedro: “Oren por sus gobernantes”, hay que orar mucho por los gobernantes y pues ustedes elijan libremente, siempre consideren los valores del Evangelio, expresados en la doctrina de la Iglesia, sobre la vida, sobre tantos temas que también nuestro país necesita. Por favor, cumplamos como cristianos responsables este deber ciudadano, y muchos otros, no solamente en ese día participamos, cómo ya lo he dicho en otros momentos, desde que salimos de nuestra casa a la calle, por la razón que sea, tenemos ya una responsabilidad civil: respetar al otro; cuidar que no esté sucia la ciudad y simplemente no tirar los papeles ahí donde sea, no es lo correcto; así tantas cosas. Nuestro país va a ser mucho mejor, si cada día, todos nosotros, como buen testimonio de ser cristianos vivimos nuestro ser ciudadanos responsables.

Les envío mi bendición y créanme que están todos los días en oración, en mi cariño, igual ante la virgen, los pongo allí en el manto de la virgen de San Juan.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.