La procesión fue breve. En ella fue posible ver representados a todos los espacios de la Diócesis de San Juan de los Lagos y con ello, fe, entrega y el reconocimiento de Cristo, como Sumo Sacerdote, y la misericordia de Dios ante la renovación de promesas sacerdotales.

La celebración Eucarística ofrecía uno de los momentos cumbres de la Semana Santa: la bendición de los Santos Óleos y la consagración del Santo Crisma; mientras que nuestros ojos pudieron observar, minuto a minuto, la presencia del presbiterio diocesano, que además de predominar en el majestuoso templo parroquial del Espíritu Santo, también reiteraba y reitera la misericordia de Dios, la presencia viva de Jesucristo y la acción del Espíritu de Amor.

Acompañado de monseñor Felipe Salazar y monseñor Francisco Ramírez, y la presencia genuina del presbiterio, monseñor Jorge Alberto presidió la celebración Eucarística resaltando la importancia de vivir y sabernos cristianos débiles y llenos de defectos para que Dios, en su Santísima Trinidad, pueda acrisolar no solamente nuestras intenciones, sino las vidas de cada uno de los presentes, especialmente de los sacerdotes de la diócesis, al ser pastores de la grey.

“Les pedimos su comprensión, les pedimos sus oraciones antes nuestras fallas, nuestras limitaciones. No somos los mejores. Mal haríamos en decir que somos los mejores porque seríamos soberbios y no dejaríamos lugar ni a la misericordia ni al Espíritu Santo”, explicó Monseñor Cavazos.

Tres veces, “sí quiero”, por más de doscientas voces, decenas de pares de ojos observando, siendo testigos de tan sublime momento, que, respondiendo al llamado, los sacerdotes de la Diócesis de San Juan de los Lagos ofrecieron nuevamente su ser para ser instrumento en la misión de llevar la Buena Nueva con bondad, humildad y su fe en Cristo, como Sumo Sacerdote, ejemplo de entrega y amor.

“Cristo óyenos, Cristo escúchanos”, suplicaron, conscientes de la debilidad humana, y no solo por cada uno de los presentes, sino por sus amigos, sus pastores, por la misma comunidad que es un solo cuerpo, y que necesita de Jesucristo, Sacerdote Eterno, que guía a sus pastores para que ellos, a su vez, acompañen a las ovejas que, sedientas, necesitan más que nunca del reposo y del consuelo que la misericordia ofrece.

Un abrazo fue el sello de confianza, el compromiso de comprender las necesidades, pero también de entender que nuestros sacerdotes son aquellos a los que Dios ha llamado en su misericordia, y que también somos responsables de ellos y de orar por ellos; el abrazo significa, que Cristo nos recibe a todos como seres débiles hermanados por su alianza.