Reflexión

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Queridos hermanos y hermanas:

El punto de convergencia de las lecturas de este domingo, se sitúa en la fuerza y el poder de la fe. En el Evangelio observamos que ante la incapacidad de los médicos para curar a la hemorroisa, responde la fuerza curativa de la fe en Jesús; ante la muerte que se ha impuesto a la vida de la hija de Jairo responde un poder mayor de Cristo para volverla a la vida en virtud de la fe y de la esperanza puestas en Dios.

Estos dos ejemplos evangélicos evidencian que para Dios no hay imposibles.

El Evangelio presenta un altísimo contraste entre la incapacidad humana ante la enfermedad y la muerte, por un lado, y por otro la fuerza impresionante de la fe y de la esperanza puestas en Dios.

La hemorroisa llevaba doce años enferma. Había recurrido a todos los medios humanos, pero todos habían resultado un fracaso. No solo no mejoró, sino que había empeorado.

La mujer, en su trágica situación, está desesperada. La incapacidad humana es manifiesta y la única actitud constructiva ante tal incapacidad es la fe.

Lo que el hombre, con todos sus medios, no puede hacer, lo puede lograr el poder de la fe en Dios. Es con esta convicción, con la que se acerca a Jesús la mujer que padecía flujo de sangre, le toca con la mano la orla de su manto y por su fe, queda curada.

A Jairo le sucede lo mismo. Su hija ha muerto. Ya no hay remedio: la muerte ha vencido. No pertenece a la experiencia humana el poder volver a la vida. Pero la fe en Dios es más fuerte que la muerte. Y por eso Jesús dirá a Jairo: “No temas. Basta que tengas fe”. Y Jairo con la fe, dio por segunda vez la vida a su hija. Con la hemorroisa y con Jairo tenemos dos magníficos ejemplos de la fuerza de la fe en Dios!

Los dos relatos del Evangelio del día de hoy nos presentan una situación difícil vivida desde unas posibilidades agotadas por el ser humano, pero superadas por la firme fe y esperanza depositada en las posibilidades divinas.

Ambos milagros del Evangelio nos dan una lección que tenemos que aprender a practicar en situaciones similares: siempre tener confianza en aquel que lo puede todo, que nuestra esperanza nunca falle, esa esperanza que todo lo consigue, como lo expresaba bellamente Charles Peguy en su libro: “El Misterio de la Esperanza”.

La fe ve solo lo que es.

La esperanza, sin embargo, vislumbra lo que será.

El amor ama únicamente lo que es.

La esperanza, empero, ama lo que será, en el tiempo y por toda la eternidad.”

Guy Maheux le ha llamado a la esperanza: la fortuna de los pobres, y aún cuando Jairo tenga solvencia por ser el jefe de la sinagoga y aquella mujer haya tenido suficientes recursos como para agotarlos, les queda aquella riqueza que se llama esperanza. Lo contrario a la actitud de la desesperanza.

Por la desesperación el hombre deja de esperar en Dios y de Dios sus beneficios. Vivir sin esperanza es tanto como dejar de vivir. Tenemos que recuperar la esperanza ante las situaciones difíciles que vivimos. Porque el cristiano espera en Dios no en las cosas, de tal manera que bien puede perder todas las cosas, pero eso no significa que deba perder la esperanza en Dios. Y así es como ha sucedido con Jairo y con la hemorroisa, esta mujer que padecía flujo de sangre.

Jairo es un hombre que pone toda la confianza en Jesús cuando los medios humanos ya no pueden garantizarle nada, y cuando por el contrario le están exhortando a cerrar ese capítulo de su vida; aquellos criados consejeros no hacen otra cosa que externarle lo que la razón aconsejaría en la prudencia a cualquiera de nosotros “ya murió tu hija, para que sigues molestando al maestro, vámonos”.

Jairo es, junto con aquella hemorroisa, el hombre que ejemplifica la fe. Aquí se subrayará más que a la receptora del milagro, al que intercede para que lo reciba.

Se trata de un jefe de familia que nos muestra el verdadero interés que se tiene por aquella hija que Dios le ha querido confiar. Llama la atención como es el papá y no la mamá quien va en busca del bien para su hija. Es el papá el que implora, el que ruega al Señor.

Y esta es la otra gran enseñanza, y quizá la más importante para todos nosotros: Cuando queremos el bienestar de nuestra familia debemos buscar todos los recursos.

Primero hay que intentar que los seres queridos se acerquen a Dios, para que reciban sus beneficios. Sin embargo llega un momento en que, cuando los hijos ya no pueden o no quieren ir hacia donde está Dios, hay que irle a rogar a Dios para que vaya a las casas y actúe en favor de los hijos. Así lo hizo Jairo, su hija no fue, pero él le llevó a Jesús a su casa, para que le devolviera la vida. En la familia el respeto a la libertad no significa la ignorancia de la verdad ni, mucho menos, nuestra despreocupación. Como Jairo, cada uno de nosotros podemos llevarles a Dios a los que están muertos en vida en nuestros hogares.

Dios tiene sus planes inescrutables, y es allí en donde se encuentran tantas cosas que ignoramos en la vida. Por ello, cuando un día tú y yo experimentemos la frustración y el fracaso ante un funesto desenlace, cuando un día escuchemos los consejos de aquellos que nos dicen: -ya no molestes al maestro-, -ya no perturbes más a Dios-, -las cosas ya han concluido-, -la situación ya no tiene remedio-, -ya no hay vuelta hacia atrás-, -ya no hay regreso-. Entonces, el Señor dirigirá la mirada hacia cada uno de nosotros y nos dirá: “basta que tengas fe”.

En idéntica disposición espiritual se encuentra aquella hemorroisa que ha agotado todos los recursos en su lucha, hasta los monetarios. Y no obstante, esa mujer, llena de confianza, se acercó a Jesús en el secreto del anonimato sin otra búsqueda que la de su salud, y allí será puesta en evidencia, para que Jesús establezca con ella una elevada relación de persona a persona. Mientras que la mujer tiembla, Dios sonríe y le tranquiliza.

Aquella mujer no pretende que Jesús vaya a su vivienda ni que se siente a escuchar sus lamentos, y es que posiblemente no tenga ni vivienda, o por su enfermedad nadie visita su vivienda, y quizá ya se acostumbró a vivir de esa manera. Y no obstante a ella le basta rozarlo, sólo basta tocarle el manto, aunque sea la orla. Se trata de un pequeño milagro arrancado en vuelo, sin solicitudes y sin tantas ceremonias ni complicaciones, ¡basta tocar su manto! La mujer se acerca furtiva. Con ese gesto quiere advertirle, silenciosamente: -también yo existo-, también yo tengo una necesidad. Como pidiéndole una disculpa por su impertinencia u ofreciéndole excusas por el hecho de existir, sobre todo en esas condiciones.

Y entonces sucede lo inesperado: Jesús se detiene, se para, quiere ver la cara de esa extraordinaria intrusa. Y al detenerse y querer conocerla le informa: Para mí ¡Existes solamente tú!, veo tu necesidad, deseo ayudarte.

Esta mujer hemorroisa me recuerda, a tantas personas que con sencillez y humildad, se acercan a Dios y le piden que les ayude, son los que van de rodillas por los templos, prenden con fe una veladora, se acercan a tocar con fe una imagen del templo, hacen una novena o una oración nocturna y Dios sale a encontrarlos, ve su necesidad y les brinda su ayuda.

Jesús se ha apiadado de una persona que vive en la miseria humana, aún cuando haya sido demasiado solvente durante su vida. Y es que la enfermedad nos hace vivir a la vera del camino, al margen de nuestro núcleo social, en ocasiones en un mundo a oscuras o aislados de la comunidad o de nuestra propia familia, sólo viviendo de la limosna que los demás pueden ofrecer, sin que seamos auténticamente productivos, causando tristeza a aquellos que les deberíamos causar alegría, se trata de una vida incolora o desdibujada. Queridos hermanos: jamás dejemos solos y en el anonimato a los enfermos, a ningún familiar enfermo. Visitémoslo y observemos la alegría que produce el saber que alguien aún nos tiene en cuenta.

Jairo y la hemorroisa son dos ejemplos de aquellos que saben acudir a Dios en una situación límite, en una etapa fronteriza de la propia vida sin perder lo más importante: la esperanza. Para ellos los medios humanos han fallado y se han agotado, pero allí en donde termina la posibilidad humana, empieza la posibilidad divina. Jesús interviene y los dos problemas se resuelven favorablemente. El dolor y la muerte quedaron vencidos.

Queridos hermanos y hermanas, termino esta reflexión dominical diciéndoles que la verdadera fe cristiana es aquella que jamás deja de esperar aunque las cosas parezcan terminadas o los recursos humanos se hayan agotado. Por ello, cuando las cosas ya han concluido, cuando la situación ya no tiene remedio, cuando ya no hay vuelta hacia atrás, cuando ya no hay regreso, entonces, el Señor dirigirá la mirada hacia cada uno de nosotros y nos dirá: “basta que tengas fe”. Hijo tu fe te ha salvado. Amén.