III DOMINGO DE CUARESMA

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El apóstol San Pablo, en la epístola a los Corintios, nos compara a nosotros con el Templo de Dios, porque en nosotros habita también el Espíritu, y eso hace que nuestros cuerpos, así como el Templo sean sagrados. Pero el Templo del Antiguo Testamento era solo un anticipo imperfecto de la realidad plena de la presencia de Dios que ocurre en cada una de las Iglesias y capillas con la institución de la Eucaristía. Y en el pasaje del Evangelio vemos la indignación de Jesús al ver la situación en que se encontraba el Templo de Jerusalén, y la manera en la que expulsó de allí a los que vendían y compraban.

Hacía mucho tiempo que Moisés había dispuesto que nadie se presentase en el Templo sin nada que ofrecer. Para hacer más fácil este precepto a los que venían de lejos, se permitió que a la entrada del Templo, en atrio, hubiese un servicio de venta de animales para ser sacrificados y ofrecidos. Y, con el correr de los años esto terminó siendo un verdadero mercado. Lo que al principio empezó bien, había degenerado de tal forma que la intención de favorecer a los peregrinos se había vuelto un vil comercio. El Templo dejó de ser un lugar de encuentro con Dios, para convertirse en una feria de ganado. El Señor, al expulsar a los mercaderes del Templo, nos quiso inculcar cuál ha de ser la veneración y el comportamiento que se debe al Templo, por su carácter sagrado. Mucho mayor habrá de ser nuestra actitud de respeto y devoción en nuestras Iglesias y Capillas donde se celebra la Eucaristía y donde Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, está realmente presente en cuerpo y alma en el Sagrario. Para un cristiano, la vestimenta, los gestos y las posturas litúrgicas, las genuflexiones ante el Sagrario, etc. Son manifestaciones concretas del respeto debido al Señor en sus Templos. El Papa Juan Pablo II señala la influencia que tuvo en él la piedad de su padre al hacer oración. El Papa cuenta que «el simple hecho de verlo arrodillado frente al Sagrario tuvo una influencia decisiva en mis años de juventud».San Lucas narra sobre este pasaje que Jesús, al expulsar a los mercaderes también les dijo: «Está escrito, Mi casa será una casa de oración». Con esa devoción debemos ir siempre a la Iglesia. A rezar, … a encontrarnos con el Señor que está allí verdaderamente presente, esperándonos. …. A confiarle a Jesús, en el Sagrario, nuestras preocupaciones, nuestras esperanzas, nuestras dificultades