Reflexión

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Queridos hermanos y hermanas: Al escuchar hoy el texto del Evangelio donde Dios envía a los apóstoles para que vayan de dos en dos a predicar el Evangelio. Recuerdo tres interrogantes que hace la Encíclica Evangelii Nuntiandi del Papa San Paulo VI, cuando se pregunta:

1.¿Qué eficacia tiene en nuestros días el Evangelio de Jesucristo, realmente es capaz de sacudir profundamente la conciencia del hombre? O es sólo un barniz, que da colorido y embellece; pero no penetra en el interior del hombre.

2.¿Hasta dónde y cómo esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente al hombre de hoy? O sólo mueve sus sentimientos; pero no logra trasformarlo desde la raíz.

3.¿Con qué métodos hay que proclamar el Evangelio para que su poder sea eficaz?
Estas preguntas desarrollan, en el fondo, la cuestión fundamental que la Iglesia se propone hoy día y que podría enunciarse así: la Iglesia ¿es más o menos apta para anunciar el Evangelio y para sentirlo en el corazón del hombre con convicción, libertad de espíritu y eficacia?

Queridos hermanos y hermanas: Nosotros somos la Iglesia, somos enviados a evangelizar. Por lo tanto, tenemos que preguntarnos: ¿Si hoy seremos capaces de llevar la Buena Nueva de salvación a nuestros hogares, a nuestros centros laborales, educativos y recreativos? ¿Cómo hacerle para sacudir la conciencia del hombre, para hacerlo que reaccione y viva el proyecto de salvación dado en Jesucristo? ¿Podremos con la fuerza del Evangelio transformar verdaderamente al hombre de hoy, es decir, al compañero de trabajo o de estudio, al que asiste cada fin de semana al templo, al que está lejos de la Iglesia y vive en nuestro mismo techo, al que cada fin de semana asiste a los antros o al rodeo, al hermano, al hijo, al esposo, a la esposa, al padre de familia o a la mamá, al sacerdote y a la religiosa?

Queridos hermanos y hermanas: Nuestra vida tiene que ser una continua y permanente evangelización, es decir, anunciar con nuestra forma de vivir el Evangelio, anunciarlo con convicciones personales profundas, de tal manera que en cada gesto, en cada palabra, en cada acción y en cada conducta se transparente la vida de Cristo y su Reino, y que no sea una acción aislada la que manifieste nuestra bondad; que no sea la apariencia, la que nos mueva a hacer el bien; o el que amanecimos de buen humor, porque esto causaría más bien confusión en quienes conviven con nosotros. Por ello, merece que todo apóstol, es decir que cada uno de nosotros, le dedique todo su tiempo, todas sus energías y, si es necesario, le consagre su propia vida a Evangelizar.

Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, mostrándoles cómo vivir en el amor y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: “He aquí que hago nuevas todas las cosas”. Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio.

La finalidad de la evangelización es por consiguiente ese cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir a la persona, hacerlo que cambie su vida por la del Evangelio, convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y sus ambientes concretos. Cuando las cosas cambien en nuestro interior, cuando las cosas cambien en nuestra familia, en nuestros centros laborales y educativos, en nuestros barrios, en nuestros centros recreativos y en nuestra sociedad, hemos dado un paso en la evangelización.

Todos éstos, son sectores de la humanidad que se transforman: para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras de una sociedad y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación.
Posiblemente, podríamos expresar todo esto diciendo: lo que importa es evangelizar -no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces- evangelizar la cultura y las culturas del hombre en el sentido rico y amplio que tienen sus términos dados en la Gaudium et spes 53, tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios.

Saben ustedes cuál es el método más eficaz que propone la Evangelli Nuntianti para evangelizar. Dice en el número 21: La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio. Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, en su familia, en sus reuniones con los amigos y compadres, en sus comunidades religiosas, en sus centros laborales y educativos manifiestan con su ejemplo su capacidad de amar, su capacidad de comprender y de aceptar a todos sin distinción ni discriminación, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno, su solidaridad al apoyar cuando alguien de la familia quiere ayudar al papá o la mamá ancianos, apoyarlos no sólo con dinero, sino con la misma presencia, con cariño, con atención, con buen trato y con amor. Supongamos un cristiano que irradia de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. Supongamos que un padre de familia hoy se decide a dar buen ejemplo y deja de beber en exceso, que una mujer casada decide tratar lo mejor posible a su marido y poner freno a su lengua, supongamos que un hijo se decide hoy a tratar con respeto a sus padres y hermanos y a colaborar en los quehaceres y necesidades de la familia, supongamos que hoy una persona se decide a trabajar con responsabilidad dando lo mejor de sí mismo en una empresa, o que una religiosa o sacerdote se propone tratar lo mejor posible a todo el que se cruce en su camino, supongamos que un niño hoy se decide a ser bueno con todos, a ser obediente y acomedido en los quehaceres del hogar, o que un joven se decide a dejar de embrutecerse cada fin de semana con alcohol o drogas, o decide dejar de decir palabras torpes o burlarse de sus compañeros. Su ejemplo, su testimonio es evangelización, es un anuncio de buenas noticias para quienes le rodean.

Queridos hermanos y hermanas: A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros y se comportan de manera tan distinta? ¿Pôr que decidió cambiar su vida?

Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización. Son posiblemente las primeras preguntas que se plantearán muchos en nuestra familia, en nuestros trabajos, en nuestras escuelas, en nuestros centros de diversión, en nuestras parroquias y en nuestras comunidades religiosas; son posiblemente las primeras preguntas que se plantearán muchos no cristianos, muchos cristianos bautizados no practicantes, mucha gente que vive en una sociedad cristiana pero según principios no cristianos, o bien mucha gente que busca, no sin sufrimiento, algo o a Alguien que ellos adivinan pero sin poder darle un nombre. Surgirán otros interrogantes, más profundos y más comprometedores, provocados por este testimonio que comporta presencia, participación, solidaridad, buen ejemplo, buen trato, responsabilidad, honradez, sencillez, colaboración y que son un elemento esencial y primero en la evangelización.
Todos los cristianos estamos llamados a este testimonio y, en este sentido, podemos ser verdaderos evangelizadores. Por ello, decídete hoy a dar buen ejemplo, a dar testimonio de vida cristiana en tus ambientes.

Sin embargo, quiero decirles que esto sigue siendo insuficiente, pues el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado -lo que Pedro llamaba dar “razón de vuestra esperanza”-, el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios. Se requiere, por lo tanto, expresar con claridad y sin titubear: Hago todo esto, porque creo firmemente en Dios y en su Evangelio.

Termino esta reflexión dominical invitándolos a hacer realidad el mandato de Cristo: Anunciar a todos la Buena Nueva de salvación. Anunciarla con nuestro testimonio y con nuestras palabras, dando razón de nuestra fe a quien nos la pidiere. Anunciarla, adhiriendo nuestra vida al Reino de Dios, es decir, al “mundo nuevo”, al nuevo estado de cosas, a la nueva manera de pensar, de ser, de vivir juntos, que inaugura el Evangelio y la llegada del Reino de Cristo a nuestras vidas y a nuestros ambientes. Así sea.