El pasado 4 de agosto celebramos al santo Cura de Ars, patrono de los párrocos y modelo inspirador de los sacerdotes “de a pie.” Pues bien, esta celebración reciente me hizo caer en la cuenta de que, en nuestra cultura religiosa, regional, ocupan los señores curas del pasado un protagonismo bienhechor de “padres” para nuestros pueblos que dejó huella e hizo historia.

Y queriendo entender más profundamente por qué les llamamos “padres”, luego me vino a la mente la muy antigua estampa de nuestros primeros evangelizadores, quienes en la dolorosa conquista, al ver cómo maltrataban a los indios, se presentaron defensores y padres de ellos. Los prefirieron; los adoctrinaron en la fe cristiana, los educaron en las ciencias y en las artes y oficios. Con ellos construyeron sus pueblos y les llamaron “Tatas.”

Tras de aquella estampa de ternura compasiva, me vino una más criolla y bronca, de los párrocos ya arraigados como padres de familias; con hijos siervos y señores; indios, españoles y mestizos que anhelaban, sin saberlo, más igualdad y la necesaria independencia. Y pienso que sólo fue un grito el que dieron algunos señores curas como Hidalgo y Morelos. Los demás, que fue la mayoría, abanderaron la paz; promovieron el orden y el respeto a cualquier autoridad, convenciendo a todos de que, lo principal, era sólo Dios, sin importar qué somos, si colonia, imperio, o república. Entonces los pacíficos curas, con su oración, se atrevieron a desafiar el incierto mañana.

Pero, la estampa que más me llega al corazón es la tercera, apenas centenaria. Fueron esos tiempos: de odio, de persecución feroz contra todos los mexicanos católicos, más representados en los obispos, los curas y los sacerdotes. Inexplicable odio de un gobierno anticatólico, decidido hacer desaparecer la fe, frente a un pueblo, cien por ciento, católico.

Pero, en esos tiempos, ni los párrocos, ni los sacerdotes, abandonaron a su grey. De mil maneras murieron por la causa de Cristo Rey. Con su pueblo, se defendieron, luchando por Dios y por la patria.

Y la generación de señores curas que, luego, vinieron recogieron las lágrimas y la sangre de nuestros mártires. Aprovecharon aquella paz para hacer florecer la fe y encauzar el desarrollo de sus pueblos con tanto atraso social. Se comportaron como verdaderos padres de familias, Genearcas de pueblos, Pastores de muchas empresas materiales y espirituales; le apostaron a forjar buenos cristianos y progresistas ciudadanos. Tierra y cielo caminaron juntos.

Esta estampa es la que hoy tengo. Y es la que, con agradecimiento recuerdo. Y, aunque muchos de estos bondadosos señores curas ya murieron, quedó su huella entre nosotros. Y ellos… son nuestra fascinación, acicate y reto.