La religión auténtica y verdadera

Queridos hermanos y hermanas: ¿En qué consiste la religión auténtica?, ¿cuál es el culto verdadero que debemos tributar a Dios?, ¿quién es realmente grato a los ojos del Señor? A estas preguntas responden las lecturas de este domingo.

El libro del Deuteronomio, en la primera lectura, responde que la religión auténtica consiste en cumplir fielmente todos los mandamientos del Decálogo. Por ello, habló Moisés al pueblo diciendo: Escucha Israel los mandatos y preceptos que te enseño, para que los pongas en práctica y puedas así vivir. No añadirán nada ni quitarán nada a lo que les mando.

Estos diez mandamientos, que resumen toda la legislación mosaica, los ha pronunciado Dios para bien de su pueblo y, por tanto, cuando los cumplimos, cuando regimos nuestra vida por ellos, entonces encontramos el camino de la vida, encontramos bienestar. Mientras los otros pueblos se rigen por leyes y preceptos surgidos de la sabiduría y de la voluntad humana, el Decálogo goza de la sabiduría del mismo Dios, por ello deben envolver nuestra vida y penetrarla en todas sus expresiones. La religión auténtica consiste en cumplir los mandatos de Dios que son el camino que nos conduce a la verdadera dicha y bienestar.

El Salmo responsorial se pregunta: ¿Quién será grato a tus ojos, Señor? Y menciona seis acciones concretas.

  • 1.- Es grato a los ojos del Señor, el hombre que procede honradamente y obra con justicia. Por ello, sé honrado en todas tus acciones y dale a cada quien lo que le corresponde en tiempo y en bienes materiales.
  • 2.-Es grato a los ojos del Señor, el que es sincero en sus palabras y con la lengua a nadie desprestigia. Por ello, si con tus palabras no has de agradar o mentira alguna dirás, es mejor callar. Y si insincero procederás, tu propia ruina construirás.
  • 3.- Es grato a los ojos del Señor, quien no hace mal al prójimo ni difama al vecino. Por ello, ve en búsqueda del bien, evita el mal, jamás dañes a quienes te rodean o se cruzan en tu caminar.
  • 4.- Es grato a los ojos del Señor, quien no ve con aprecio a los malvados, pero honra a quienes temen al Altísimo. Por ello, jamás te dejes deslumbrar por alguien que se enriquece por el mal obrar, en cambio al que teme al Señor, a ese has de admirar.
  • 5.- Es grato a los ojos del Señor, quien presta sin usura. Por ello, comparte lo mucho o lo poco que posees, comparte tu pan y tu vestido con el hambriento y el desnudo y jamás te aproveches del infortunio para grandes ganancias logar.
  • 6.- Y finalmente, es grato a los ojos del Señor, quien no acepta soborno en prejuicio de inocentes. Por ello, si un cargo público debes cumplir, jamás te vendas, pues la vida de un pobre e inocente puedes destruir.

Queridos hermanos y hermanas, el Salmo 14, concluye diciendo: El que así obra, ese será grato a los ojos de Dios.

En la segunda lectura, el apóstol Santiago nos dice que la religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre, consiste en visitar a los huérfanos y a la viuda en sus tribulaciones y en guardarse de este mundo corrompido.

Los necesitados, principalmente nuestros familiares y conocidos, deben ocupar un lugar privilegiado en nuestra vida y también deben serlo para la sociedad, porque el verdadero desarrollo de un pueblo y comunidad se mide por el interés que presten a los más desprotegidos y necesitados. Por ello, coincido con el Cardenal Pierre Veuillot, el cual afirmaba que: “Una sociedad se juzga por el lugar que tenga para sus seres más necesitados”.

Siendo realmente honestos, nos podremos dar cuenta de que la civilización que quiera ser la más avanzada y la más humana, será solamente aquella que logre darle preeminencia y fuerza a aquello que expresa el Apóstol Santiago: la religión pura e intachable se fundamenta en los valores éticos, en los valores de convivencia y en las relaciones humanas, en pocas palabras “visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y en guardarse de este mundo corrompido”. Nuestro gran problema radica en que, no pocas veces, el mundo actual ha conseguido que por el trabajo desmesurado, el hombre convierta a sus hijos en huérfanos y a sus esposas en viudas.

Por último, queridos hermanos y hermanas, el Evangelio que hemos escuchado este domingo, nos presenta tres escenas: el reclamo de los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén, La respuesta de Jesús al reclamo y las palabras conclusivas de Jesús a toda la gente reunida.

En la primera escena, los fariseos y los escribas le preguntan a Jesús: ¿por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores? Son hombres que enfatizan la importancia de la religión exterior, el mundo de las apariencias, el qué dirán.

Hoy mismo, en el Evangelio, Jesús quiere evitar que el hombre se quede solo en la pureza exterior y busca que el hombre consiga la pureza auténtica: la interior.

El Evangelio de este domingo nos presenta al Señor Jesús, que no está de acuerdo con una postura religiosa formalista, expresada en la rigidez y la superficialidad, en una legalidad obsesiva. Los fariseos quedaban escandalizados de que Jesús y sus discípulos no hicieran las abluciones necesarias. Según su mentalidad, bastaba con que un alimento fuese llevado a la boca con manos impuras para que todo el hombre quedara impuro, y se convirtiera en un intocable.

Ante esta confusión, en la segunda escena Jesús les contestó: que bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a tradiciones de los hombres.

Con este mensaje, Jesús trató de dejarles en claro a sus contemporáneos que las exigencias del amor son mucho más complicadas que todos los requisitos de la ley. El hombre o la mujer que se compromete a una relación legalista, puede llegar a un punto en que diga: “Ya he hecho lo suficiente. Ya he cumplido todas mis obligaciones”. Por el contrario, el amor verdadero nunca puede decir: “Ya he hecho lo suficiente. Ya he cumplido todas mis obligaciones”. Si sigo la ley, haré todo lo que debo hacer. Si sigo el amor, haré todo lo que pueda hacer, aunque no sea mi deber.

Finalmente en la tercera escena, Jesús llamó a la gente y les dijo: Escúchenme todos y entiéndanme: Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que si lo mancha es lo que sale de dentro; es decir lo que pensamos, lo que sentimos, lo que elaboramos mentalmente, los resentimientos que dejamos que tomen posesión de nuestra vida, porque ello nos pide posteriormente una acción determinada.

Queridos hermanos y hermanas, tenemos que prestar atención a lo que se fragua, a lo que se mueve en nuestro interior: a nuestros pensamientos, a los sentimientos que anidan en nuestro corazón, a nuestras aspiraciones o deseos, a lo que fraguamos o planeamos en nuestro interior. Porque todo lo que pensamos, se traduce en un sentimiento, y lo pensado y sentido demanda una acción. Si mis pensamientos son positivos, mis sentimientos se convierten en positivos y seguramente actuaré positivamente. En cambio, si pienso negativo, se producirán sentimientos negativos que me demandarán actuar negativamente. Si mis pensamientos son agresivos, morbosos, perversos o destructivos, se producirán sentimientos agresivos, morbosos, perversos y destructivos y mis acciones tenderán a estar en sintonía con estos pensamientos y sentimientos agresivos, morbosos, perversos o destructivos. Por ello, con certeza dijo Jesús: Escúchenme todos y entiéndanme: Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que si lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, las difamaciones, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre. Por ello, es necesario que cada uno de nosotros, entre en contacto con su interior para descubrir qué hay en él.

Queridos hermanos y hermanas: termino esta reflexión dominical, invitándolos a pedirle al Señor de la misericordia que sane nuestro interior, nuestra mente, nuestro corazón y que comprendamos que el mal que realmente nos daña está en nuestro interior. Por ello, digámosle a Dios con profunda fe: Señor, dame un nuevo corazón, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, hazme oír el gozo y la alegría, dame ¡Oh Señor de la misericordia! un nuevo corazón. Amén.