Queridos hermanos y hermanas: El texto de la carta del Apóstol Santiago establece que debe existir una relación estrecha entre la fe y las obras, por ello inicia su discurso con dos interrogantes: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?

Y para que alcancemos una mayor comprensión, el apóstol se vale de un ejemplo diciendo: Supongamos que algún hermano carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: Que te vaya bien; abrígate y come, pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta.

Por ello, nuestro reto, este domingo, consiste en esforzarnos por traducir en obras nuestra fe. Pasar de la reflexión a la acción, del sentimentalismo a la misericordia. Pareciera que algunas veces dedicamos mucho tiempo a escuchar grandes discursos y permanecemos ciegos y sordos al clamor de las necesidades de los demás, manifestando así una disociación entre nuestra fe y nuestras obras.

Cuenta la Madre Teresa de Calcuta que una ocasión fue invitada a participar en una conferencia de alto nivel sobre “El hambre en el mundo y sus graves consecuencias”. Y dice: Por motivos ajenos a mi voluntad, equivoqué el camino y no acerté a llegar a la hora al lugar de la conferencia. Después de varios intentos, di con la dirección correcta. Pero ignoraba que me esperaba una gran sorpresa. Allí, junto a las puertas de la sede donde se impartía la conferencia, había un pobre que se moría de hambre. Lo recogí rápidamente y lo llevé a la casa de las hermanas. Todos los intentos por rehabilitarle fueron inútiles. El hombre murió. Reflexioné y pensé: Más de mil personas escuchaban una hermosa conferencia sobre el hambre, y allí, a pocos metros, ¡un hombre agonizaba por falta de alimento!

Si nuestra fe es auténtica, se traduce en obras y no pasamos indiferentes ante las necesidades de quienes nos rodean. Demos una mirada a nuestro alrededor y descubramos qué obra buena puedo realizar a favor de los demás.

Hoy podríamos decidirnos a iniciar el recorrido de un camino que nos conduzca a vivir auténticamente nuestra fe, traduciéndola en obras.

Nuestra fe se traduce en obras cuando somos capaces de compartir nuestro pan con el hambriento, cuando somos capaces de compartir nuestros bienes y nos sacrificamos para ayudar a nuestros familiares y seres queridos, cuando abrimos nuestro corazón al necesitado que se cruza en nuestro camino. Porque si nuestra fe no se traduce en obras, como dice el apóstol Santiago, es una fe muerta. Por ello, hoy quiero invitarte a que abras tu corazón a las necesidades de tu papá y de tu mamá, más si son ancianos y viven de una pensión miserable e insuficiente.

Dice el apóstol Santiago, tú tienes fe, yo tengo obras. A ver cómo sin obras me demuestras tu fe; yo en cambio, con mis obras te demostraré mi fe. Es una invitación a demostrar nuestra fe con las obras. Obrar con bondad, elegir el bien y rechazar el mal, tratar con paciencia y benevolencia a cada uno de los miembros de la familia, evitar gritos, ofensas, insultos o golpes, saber perdonar al que te ha ofendido, ser respetuoso y gentil con tus empleados o trabajadores, evitar asistir a lugares inconvenientes o desedificantes, hablar con la verdad y no vivir una doble moral: la pública y la privada, la familiar y la de las parrandas.

Manifestamos con obras, nuestra fe, cuando enfrentamos los problemas, las crisis, las adversidades, la enfermedad y la misma muerte con esperanza, con la única esperanza que nunca defrauda y que se encuentra en Dios. Cuando tomamos la cruz de cada día y la asumimos con amor, pues como dice el Evangelio: El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.

Termino esta reflexión dominical con la historia de San Martín de Tours, mejor conocido como San Martín Caballero. De San Martín de Tours apenas conservamos algunos datos históricos. Sabemos que fue soldado del ejército romano, que se convirtió a la fe cristiana siendo adulto y que fue elegido por el clero y el pueblo como obispo de Tours Francia. Pero hay un gesto suyo que la memoria cristiana no ha olvidado.