XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

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En el Evangelio de la misa de hoy, San Marcos relata que al levantarse la tormenta en el lago de Genezaret, mientras los discípulos luchaban contra la tormenta, Jesús dormía. No fue suficiente la habilidad de los apóstoles para superar la situación. Fue necesaria la intervención del Señor para calmar al viento y a las olas.

Con frecuencia también se levanta la tempestad a nuestro alrededor o dentro de nosotros. Parece que nuestra pobre barca no aguanta más y que corre el riesgo de hundirse. Y puede darnos la impresión de que Dios guarda silencio; y las olas se nos vienen encima. Las dificultades de nuestra vida nos superan. Puede tratarse de enfermedades, dificultades económicas, la falta de un trabajo, problemas con los hijos o en el matrimonio. Pero si por encima de la tempestad que nos ensordece, acudimos al Señor con confianza, por más malo que parezca el momento que estamos pasando, Él nos ayudará a superarlo. Si depositamos nuestra confianza en el Señor podremos encarar los problemas con serenidad. La virtud de la serenidad es una rara virtud que nos enseña ver las cosas desde el ángulo de la fe y darles su verdadero valor. Nos falta la serenidad cuando deformamos la realidad y hacemos de un grano de arena una montaña. Cuantas veces, los problemas que hoy nos parecen insalvables, al cabo de un tiempo nos damos cuenta de su insignificancia. La confianza en el Señor nos va a dar la serenidad de la mente, para no ser esclavos de nuestros nervios, o víctimas de nuestra imaginación. La confianza en el Señor nos va a dar la serenidad del corazón, para no vernos consumidos por la ansiedad ni por la angustia. La confianza en el Señor nos va a dar también la serenidad en nuestra acción, para evitar el derroche inútil de nuestras fuerzas. Pero nadie puede ser sereno si no deposita su esperanza en Jesús y no lucha por adquirir esta virtud cristiana, que nace de la fe y se fundamenta en la fortaleza y la templanza. Las pasiones son una realidad en nosotros. La imaginación puede turbar nuestras mentes. Los nervios existen en todos nosotros. Necesitamos depositar, como Santa Teresa nuestra confianza en el Señor. Ella decía Nada te turbe, nada te espante Todo se pasa, Dios no se muda,. La paciencia todo lo alcanza, Quien a Dios tiene, nada le falta Solo Dios basta Pidamos a María, ella que frente a las muchas dificultades y dolores que debió pasar durante su vida, mantuvo siempre la confianza en el Señor y la serenidad del corazón y de la mente, que nos ayude a luchar con firmeza y perseverancia para adquirir la virtud de la serenidad, con la seguridad de que siempre vamos a contar con el auxilio del Señor para calmar la tempestad que nos amenaza.