Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual.

Introducción

El ser humano es un misterio para sí mismo. Una y otra vez nos preguntamos: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo y hacia dónde voy? ¿Cuál es mi misión? ¿Para qué fui creado por Dios?

¿Puedo vivir mi vida como se me antoje? O quizá, ¿debo buscar un camino que me ayude a vivir con madurez cristiana? ¿Cómo llegar a ser lo que debo ser? ¿Dios me dio la vida con algún propósito? ¡Sé lo que eres!

Con esta breve reflexión apropósito de la Exhortación Apostólica: Gaudete et exsultate (Alégrense y regocíjense) Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, del Papa Francisco, deseo promover nuestra vocación a la santidad y despertar el deseo de una vida auténtica, que resuena en el corazón; buscando llenar ese vacío interior, antes de que sea demasiado tarde.

¿Debemos todos ser santos? “Sí. El sentido de nuestra vida es unirnos a Dios en el amor, corresponder totalmente a los deseos de Dios. Debemos permitir a Dios que viva su vida en nosotros (santa Teresa de Calcuta). Esto significa ser santo.

Todo hombre se hace la pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Para qué estoy aquí? ¿Cómo puedo ser yo mismo? La fe responde que sólo en la SANTIDAD llega el hombre a ser aquello para lo que lo creó Dios. Solo en la santidad encuentra el hombre la verdadera armonía consigo mismo y con su Creador. Pero la santidad no es una perfección hecha a medida por uno mismo, sino la unión con el amor hecho carne, que es Cristo. Quien de este modo logra la nueva vida se encuentra a sí mismo y llega a ser santo”. (cf. YOUCAT, 342).

No tengas miedo… “No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. En el fondo, como decía León Bloy, en la vida existe una sola tristeza, la de no ser santos”. (GE, 34).

Este es un hermoso día para comenzar de nuevo, para vivir con alegría y paz; para buscar a Dios en la oración y en el hermano con hambre. Camina hacia adelante, siempre hacia adelante. Pero aprende a detenerte como el buen samaritano, para ayudar a la persona herida, pobre, enferma, vacía, desesperada, prisionera de sus miedos, su adicción, su egoísmo y su pecado. No camines en la vida solo. Déjate acompañar por Dios.

¿Qué camino debo seguir? Depende hacia dónde quieras llegar.

En nuestra naturaleza humana, en nuestro interior, hay una fuerza que nos mueve hacia adelante, a conquistar nuevas montañas, a vencer los desafíos. ¿Pero, vamos en la dirección correcta? ¿Tu vida se orienta hacia la madurez humana? ¿Seguimos nuestro camino a pesar de los problemas, obstáculos y fracasos?

Los padres de familia desean lo mejor para sus hijos. Pero, el pensar en su futuro, es tan sólo estudiar, trabajar y ganar dinero. ¿Es lo mejor? Se busca en ocasiones una vida, cómoda, tranquila, fácil, sin sacrificios, con poco esfuerzo. Acumular bienes y disfrutar, pasear por el mundo.

La vida es hermosa, pero no fácil. El esfuerzo y sacrificio, la valentía y trabajo, el bien común y el servicio gratuito  a los demás son valores que nos hacen mejores personas. Es necesario cultivar un cuerpo saludable, pero no basta. También, cultivar una sana vida intelectual, cultural, laboral, familiar, moral, afectiva y la vida interior (vida espiritual).

1. El llamado a la santidad, también para ti

“Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de tus hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales”. (GE, 14).

“Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida (cf. Gál 5, 22-23). Cuando sientas la tentación de enredarte en tu debilidad, levanta los ojos al Crucificado y dile: Señor, yo soy un pobrecillo, pero tú puedes realizar el milagro de hacerme un poco mejor. En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer hacia la santidad. El Señor la ha llenado de sus dones con la Palabra, los sacramentos, los santuarios, la vida de las comunidades, el testimonio de sus santos, y una múltiple belleza que procede del amor del Señor, como una novia que se adorna con sus joyas (Is 61, 10)”. (GE, 15).

“Esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos. Por ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las críticas. Pero esta mujer dice en su interior: No, no hablaré mal de nadie. Este es un paso en la santidad. Luego, en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que santifica. Luego vive un momento de angustia, pero recuerda el amor de la Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es otro camino de santidad. Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con cariño. Ese es otro paso”. (GE, 16).

Es necesario y urgente recordar el llamado a la santidad que el Señor hace a cada uno de nosotros, ese llamado que te dirige también a ti: Sed santos, porque yo soy santo (Lev 11, 45; 1 Pe 1,16).  ¡Sean santos porque son hijos de Dios! Que Nuestra Madre del Cielo, llena de gracia, alegría, ternura y paz nos acompañe y nos lleve de la mano hasta Jesucristo, nuestro Redentor y Salvador.