Queridos hermanos y hermanas: Esta es una bella oportunidad para rendir homenaje a la Palabra de Dios. No olvidemos que la Palabra de Dios constituye el alma de nuestro mensaje, ella es el centro de nuestra vida y nuestra vida debe guiarse diariamente por la Palabra de Dios. Ella debe ser luz y guía para nuestros pasos. Hoy las lecturas nos presentan dos momentos importantes de reflexión.

Esdras y los Levitas en medio del pueblo de Israel al retornar del destierro, leen la Palabra de Dios y la explican; y, por otra parte, el Evangelio menciona la homilía más sublime que se ha pronunciado, cuando Cristo, cerrando el libro, dice: Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír. Cristo nos dice que la Palabra de Dios no es lectura de tiempos pasados sino Palabra viva, espíritu que hoy se está cumpliendo aquí. De allí el esfuerzo de aplicar el mensaje eterno de Dios a las circunstancias concretas del pueblo. Esta es una bella oportunidad para descubrir la importancia que tiene en nuestra vida diaria la Palabra de Dios y la actualización de la misma a través de la homilía.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Dei Verbum, en el número 21, nos dice que la Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura y la ha considerado como suprema norma de su fe ya que nos transmite la Palabra de Dios que hace resonar la voz del Espíritu Santo. A través de ella, Dios sale al encuentro de sus hijos para conversar amorosamente con ellos, les da fuerza y vigor, le da firmeza a su fe, alimenta su alma y es fuente límpida y perenne de vida espiritual. Debemos venerar y darle un lugar especial a la Palabra de Dios en nuestra vida. La Palabra de Dios debe estar presente en nuestros hogares. No solo presente, debe ser un libro abierto y no cerrado, no puede convertirse en un libro decorativo, colocado en un atril o en un lugar especial de nuestra casa. La Palabra de Dios debe ser leída, reflexionada y vivida por nosotros.

El Santo Concilio recomienda a todos los fieles, la lectura asidua de la Palabra de Dios para que adquieran ciencia suprema de Jesucristo. Pues como dice brillantemente San Jerónimo, traductor de la Biblia del hebreo y griego al latín: Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo. Recordemos que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues como dice San Ambrosio, obispo de Milán y un importante teólogo y orador: a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras.

Esdras y todo el pueblo, durante todo el día, leyeron la Palabra de Dios y todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley. El pueblo entero se puso de pie al recibir la Palabra de Dios, nos dan una gran enseñanza y nos enseñan un gran respeto. Los levitas leían con claridad y explicaban el sentido de la Palabra de Dios y la gente lloraba al escucharla. Como podemos ver es un pueblo humilde y sencillo que nos deja una gran enseñanza de cómo comportarnos ante la Palabra de Dios.

La Palabra de Dios debe ser una luz y guía para nuestros pasos. Debe ser Palabra abierta, leída, reflexionada y vivida por cada uno de nosotros. ¿Realmente la Palabra de Dios guía mis pasos y mi vida o la Palabra de Dios no tiene mucho que decirme a mí y no la relaciono con mi existencia? Es tiempo de leer, meditar y vivir la Palabra de Dios. Todos debemos tener en nuestros hogares una Biblia que conduzca nuestros pasos. Junto con la Palabra de Dios es necesario que nos la expliquen, sobre todo en las partes más complicadas o que nos instruyan para que se abra nuestro entendimiento con cosas que no se nos han ocurrido. Por ello, el Vaticano II recomienda encarecidamente la homilía como parte de la Misa, pues a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana se ven más claros.

El tema de la predicación no lo inventa el que predica, sino, la Palabra de Dios lo impone: nos dice el texto de la Escritura: habla de esto, di esto a mi pueblo. El predicador lo que hace es aplicar esa palabra al pueblo, a la asamblea que se ha reunido con el fin de que se iluminen sus realidades. La homilía es un discurso de carácter sagrado, litúrgico, que lleva el corazón del hombre, del oyente, a la fe en Dios, a la alabanza de Dios, a la celebración de la redención que se hace presente en el sacrificio eucarístico: predicamos y celebramos.

Quiero decirles que lo principal en la Misa no es la predicación, esto no es más que el camino; lo principal es el momento en que adoramos a Cristo y nuestra fe se entrega a Dios, iluminados con esa palabra, y desde allí vamos a salir al mundo a realizar esa palabra. Se oye la palabra, se acomoda a la realidad, se celebra y se alimenta en la vida de Cristo y lleva al compromiso del hombre a su deber, a su hogar, a su servicio en el mundo para que sea verdaderamente vida según Dios.

Este año nos toca reflexionar sobre el Evangelio de San Lucas, el tercer Evangelio. Y precisamente de allí, de esa lectura que se ha hecho, el prólogo; el principio de San Lucas y el principio del ministerio de Cristo. El Evangelio de San Lucas comienza con un prólogo dirigido a Teófilo. Los estudiosos afirman que se puede referir no a una persona concreta sino al simbolismo del nombre. “Teófilo” el cual significa literalmente “amado de Dios”; es por tanto un Evangelio escrito para los amigos de Dios. San Lucas intenta hacer un relato ordenado de la vida de Jesús. Dice que ha investigado, que ha recopilado información, que ha profundizado en la verdad de las cosas y de los acontecimientos.

San Lucas intenta meterse en profundidad en la vida de Jesús, en lo que hizo, en quién fue, en su repercusión para la vida de las personas. Este texto que leímos describe la persona de Jesús. Menciona que el Espíritu de Dios está sobre él, que lleva la Buena Nueva a los pobres, libera a los presos, da la vista a los ciegos, pone en libertad a los oprimidos y anuncia un año favorable del Señor. Por ello, toda la vida del cristiano estará siempre marcada por estos elementos.

Escuchar, ver, ser libre, sentirnos reconciliados tanto con Dios como personalmente y con los demás, siempre tienen que estar presentes en la vida de todo creyente en Jesús. Termino esta reflexión dominical invitándolos a leer, meditar y vivir la Palabra de Dios, que esta Palabra de Dios ilumine sus senderos y guíe sus pasos, que la Palabra de Dios les ayude a vivir diariamente y que descubran que Cristo es su Señor y Salvador. Recordemos que lo grandioso del texto de este Evangelio es que se abre para nosotros la posibilidad de que todo lo que se anuncia comience a ser realidad.

En sus palabras: “Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír” Jesús ve en nosotros la capacidad de escucha, de transformación y de compasión hacia los otros. Que la Palabra de Dios resuene en cada persona y que ella sea la guía segura para nuestros pasos. Así sea.