DOMINGO IV DE PASCUA

El Buen Pastor es una imagen literaria que emplea el propio Jesucristo para referirse a sí mismo; es una imagen recogida de la tradición bíblica, que quiere expresar la solicitud, la preocupación amorosa que tiene Dios por el hombre; la misma preocupación que tiene el pastor por sus ovejas. Miren, Dios nos cuida a todos, de un modo especial a los más débiles -nos lleva sobre sus hombros-, nos conduce hacia buenos pastos, repara nuestras fuerzas, nos conoce, nos da vida eterna. Todos los cuidados de Dios Padre se concretan y se hacen realidad en el Hijo, Jesucristo, el Buen Pastor. El Buen Pastor conoce a sus ovejas. Conocer a alguien es un modo de amar, pues cuanto más se conoce más se ama. Aunque nosotros solemos utilizar el conocimiento, muchas veces, no para amar, sino para descalificar a los otros. Sin embargo, no olvidemos que cuanto más se ama mucho mejor se conoce a la persona. En ciertos países de Europa, las ovejas se crían especialmente por la carne; en Israel se criaban sobre todo por la lana y la leche. Por ello permanecían años y años en compañía del pastor, quien acaba por conocer el carácter de cada una y llamarla con algún afectuoso apodo. Está claro lo que Jesús quiere decir con esta imagen. Él conoce a sus discípulos; conoce a cada hombre, les conoce por su nombre, que para la Biblia quiere decir en su esencia más íntima. Él les ama con un amor personal que llega a cada uno como si fuera el único que existe ante Él. Cristo no sabe contar más que hasta uno: y ese uno es cada uno de nosotros. También dice el Evangelio, que el Buen Pastor da la vida eterna. No sólo una vida plena aquí en la tierra con todos los cuidados que hace el pastor por guiar y cuidar a sus ovejas, sino una vida eterna, para siempre. Jesús, Dios da la vida a las ovejas y por las ovejas y nadie podrá arrebatárselas. La pesadilla de los pastores de Israel eran las salvajes bestias: lobos y hienas y los salteadores. En lugares tan aislados constituían una amenaza constante. Era el momento en que se evidenciaba la diferencia entre el verdadero pastor, el que apacienta las ovejas de la familia, quien tiene la vocación de pastor, y el asalariado que se pone al servicio de algún pastor sólo por la paga que recibe de él, pero que no ama, e incluso frecuentemente odia a las ovejas. Frente al peligro, el mercenario huye y deja a las ovejas a merced del lobo o del malhechor; el verdadero pastor afronta valientemente el peligro para salvar el rebaño. Esto explica por qué la liturgia nos propone el Evangelio del Buen Pastor en el tiempo pascual: la Pascua ha sido el momento en que Cristo ha demostrado ser el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, por cada uno de nosotros. Este domingo se nos invita a ser ovejas del rebaño de Jesús; es decir a, escuchar su voz y a seguirle. Es escuchar con el corazón y llevar a la práctica lo escuchado. Seguir a Jesucristo es querer identificarse con él, asemejarse a él. Pero también es una invitación a ser pastores; es decir, a mostrar la solicitud amorosa que Dios tiene a los hombres prestándoles el servicio que necesitan, llevando adelante el mensaje de Jesús. ¿Quiénes estamos llamados a ser pastores? Todos los que pertenecemos al rebaño de Jesús, todos los cristianos por nuestra entrega a los demás estamos llamados a pasar de ovejas a pastores. Pero hoy, en concreto, recordamos a quienes han consagrado su vida de un modo especial a Dios: religiosos, religiosas, sacerdotes. Todos ellos quieren continuar el pastoreo de Jesús en la Iglesia. Se nos invita a pedir por las vocaciones consagradas, que el Espíritu suscite vocaciones en su Iglesia para que siga creciendo el reino de Dios. Todo bautizado es consagrado con el crisma, es ungido como señal de la elección divina, es dedicado exclusivamente a Dios. Esta dedicación a Dios la tiene que expresar, el seglar, es decir, cada uno de ustedes, en su tarea de transformar el mundo según los criterios del Evangelio. Pues como dijo el Papa Francisco: No olvidemos que la unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. Termino esta reflexión dominical, invitándolos a pedir por las vocaciones, para que Dios suscite en muchos jóvenes el deseo de consagrarse al Señor y por otra parte que nos conceda a cada uno de nosotros saber escuchar la voz de nuestro Pastor y seguirle identificándonos poco a poco con él. Así sea.