INDIA - OCTOBER 01: Mother Teresa and the poor in Calcutta, India in October, 1979. (Photo by Jean-Claude FRANCOLON/Gamma-Rapho via Getty Images)

Queridos hermanos y hermanas: Esta parábola del Buen Samaritano no se comprende si no se tiene en cuenta la pregunta a la que Jesús intentaba responder: ¿Quién es mi prójimo? A esta interrogante de un doctor de la ley, ¿Y quién es mi prójimo? Jesús responde narrando una parábola. En el ambiente judaico de aquel tiempo se discutía sobre quién debía ser considerado, para un israelita, el propio prójimo. Se llegaba en general a comprender, en la categoría de prójimo, a todos los compatriotas y a los prosélitos, esto es, a los gentiles que se habían adherido al judaísmo. Con la elección de los personajes, un samaritano que socorre a un judío, Jesús viene a decir que la categoría de prójimo es universal, no particular. Tiene como horizonte el hombre, no el círculo familiar, étnico o religioso. ¡Prójimo es también el enemigo! Se sabe que de hecho los judíos no tenían buenas relaciones con los samaritanos (cfr. Jn. 4, 9). Esta es la pregunta de quien sólo se preocupa de cumplir la ley. Le interesa saber a quién debe amar y a quién puede excluir de su amor. No piensa en los sufrimientos de la gente. Jesús, que vive aliviando el sufrimiento de quienes encuentra en su camino, rompiendo si hace falta la ley del sábado o las normas de pureza, le responde con un relato que denuncia de manera provocativa todo legalismo religioso que ignore el amor al necesitado. La parábola enseña que el amor al prójimo debe ser no sólo universal, sino también concreto y activo. ¿Cómo se comporta el samaritano de la parábola? Si el samaritano se hubiera contentado con acercarse y decir a ese desdichado que yacía en su propia sangre: ¡Pobrecito! ¡Cuánto lo siento! ¿Qué ha pasado? ¡Ánimo!, o palabras así, y después se hubiera marchado, ¿no habría sido todo ello una ironía y un insulto? Pero el Samaritano hizo otra cosa: Acercándose al hombre que sufría, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva. Como diría Mahoma: Dale al trabajador su salario antes de que se haya secado el sudor de su frente. Pero lo verdaderamente nuevo, en la parábola del buen samaritano, no es que en ella Jesús exija un amor universal y concreto. La auténtica novedad, observa el Papa Benedicto XVI en su libro sobre Jesús, está en otro punto. Después de narrar la parábola, Jesús pregunta al doctor de la ley que le había interrogado: ¿Quién de estos tres: el levita, el sacerdote o el samaritano, te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? Jesús opera una inversión inesperada respecto al concepto tradicional de prójimo. Prójimo es el samaritano, no el herido, como nos habríamos esperado. Esto significa que no hay que esperar pasivamente a que el prójimo se cruce en nuestro camino, tal vez con luces de emergencia y alarmas. Nos toca a nosotros estar dispuestos a percibir quién es, a descubrirle. ¡Prójimo es aquello a lo que cada uno de nosotros está llamado a convertirse, a ayudar al desprotegido en sus necesidades! El problema del doctor de la ley aparece derribado; de problema abstracto y académico, se hace problema concreto y operativo. La cuestión que hay que plantearse no es: ¿Quién es mi prójimo?, sino: ¿De quién me puedo hacer prójimo, ahora, aquí? ¿A quién debo ayudar en sus necesidades? En su libro, el Papa Benedicto XVI realiza una aplicación actual de la parábola del Buen Samaritano. Ve a todo el continente africano, simbolizado en el desventurado, que ha sido despojado, herido y dejado medio muerto en la cuneta, y ve en nosotros, los de los países del hemisferio norte, a los dos personajes que pasan de largo, si no incluso a los salteadores que le han dejado en esas condiciones. Desearía apuntar otra posible actualización de la parábola. Estoy convencido de que si Jesús viviera hoy en Israel, y un doctor de la ley le preguntara de nuevo: ¿Quién es mi prójimo?, cambiaría ligeramente la parábola, ¡y en el lugar de un samaritano pondría a un palestino! Si después le interrogara un palestino, ¡en el lugar del samaritano encontraríamos a un judío! Pero es muy cómodo limitar el tema a África o a Oriente Medio. Si fuera uno de nosotros el que le preguntara a Jesús: ¿quién es mi prójimo?, ¿qué respondería? Nos recordaría ciertamente que nuestro prójimo no es sólo el compatriota, sino también el extracomunitario; no sólo el cristiano, sino también el musulmán; no sólo el católico, sino también el protestante, prójimo es mi familiar o mi vecino, es todo aquel que pasa por alguna necesidad. Pero añadiría enseguida que no es esto lo más importante; lo más importante no es saber quién es mi prójimo, sino ver de quién me puedo hacer yo prójimo, ahora, aquí; para quién puedo ser yo el buen samaritano. Termino esta reflexión dominical, invitándolos a ayudar a nuestro prójimo en sus necesidades, a mirar a nuestro alrededor y ver quién necesita de nosotros, de nuestra caridad, de nuestra protección y de nuestra ayuda. Así sea.