El Señor nos quiere santos, y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada

Fotografía: Especiales

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La Exhortación Pastoral Gaudete et Exsultate, del Papa Francisco, recoge una idea ya puesta de relieve por el Vaticano II: todos estamos llamados a la santidad. El papa nos vuelve a recordar que no es la vocación de unos pocos ni requiere la salida de este mundo ni abandonar las actividades cotidianas ni exige una perfección total y constante. Debemos por ello perder el miedo a la santidad. El papa nos invita a ver la “santidad de la puerta de al lado” (GetE 7), a comprender que un vecino, un familiar, un conocido nuestro, puede ser un santo aunque no nos demos cuenta.

El Señor llama

El llamado a la santidad que el Señor hace a cada uno de nosotros, te lo dirige también a ti (cfr. GetE 10), cada uno por su camino y con su originalidad, lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él (cfr. GetE 11).

“Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra.

¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega.

¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia

¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos.

¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús.

¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales” (GetE 14).

Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23). Son como el carnet de identidad del cristiano.

Las Bienaventuranzas son el camino a la santidad

Te has preguntado: ¿Qué es lo que el hombre desea y busca siempre? Es la felicidad, todos queremos ser felices y pensamos que encontraremos la felicidad en el tener más cosas, en la diversión, en el éxito, en la fama, en la comodidad.

Jesús se dió cuenta cuando vino al mundo, que los hombres buscamos la felicidad donde no está. Es por ello que un día subió a la montaña y habló a todas las personas que lo seguían, sobre LAS BIENAVENTURANZAS, explicándoles que la felicidad no está en el tener, el dominar, el disfrutar sino en algo muy diferente.

Las bienaventuranzas nos ofrecen el gran marco del seguimiento de Jesús, la vida de santidad y de la felicidad. Aunque en ocasiones tengamos que ir contra la corriente dominante en nuestra sociedad. A través de estas indicaciones, de hecho, han caminado los santos que nos han precedido en la patria celestial.

Las bienaventuranzas de ninguna manera son algo liviano o superficial; al contrario, ya que solo podemos vivirlas si el Espíritu Santo nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo.

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Podemos preguntarnos, ¿cómo puede ser feliz una persona pobre de corazón, cuyo único tesoro es el Reino de los cielos? El  pobre para Jesús, no es aquél que no tiene cosas, sino más bien aquél que no tiene su corazón puesto en las cosas. Date cuenta, puedes ser una persona que no tenga cosas materiales pero que no más estás pensando en lo que no tienes y en lo que quieres tener. Entonces no eres pobre de corazón. En cambio puedes ser una persona que sí tenga cosas pero que tu mente está puesta en agradar a Dios, en trabajar por El, en ayudar a otros, en dar tu tiempo y compartir tus bienes. Cuando no vives ocupado en lo que tienes, cuando no eres ambicioso, envidioso, presumido, cuando confías en Dios y no en el dinero, entonces eres libre y feliz.

Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor con su constante novedad. Nos invita también a una existencia austera y despojada. De ese modo, nos convoca a compartir la vida de los más necesitados, la vida que llevaron los Apóstoles, y en definitiva a configurarnos con Jesús, que “siendo rico se hizo pobre” (2Cor 8,9).

Bienaventurados los que lloran porque serán consolados: ¿Cómo pueden ser felices aquellos que lloran? Hay personas que tienen muchos sufrimientos en esta vida y todos pensamos ¡Pobrecito! Pues Cristo dice: Feliz el que sufre, porque ese dolor bien llevado le ayudará a llegar más fácilmente al cielo. Si unes tu sufrimiento a de Cristo, ayudas a tu propia salvación y a la de otros hombres. Hay 3 pasos para aprender a asumir el dolor.

a) Primero súfrelo con paciencia.

b) Luego trata de llevarlo con alegría.

c) Lo mejor es ofrecerlo a Dios por amor

Bienaventurados los mansos. No es fácil entender como Cristo te pide que seas manso, cuando el mundo es violento, cuando para los hombres, el importante es el más fuerte, el más poderoso. Ser manso significa ser bondadoso, tranquilo, paciente y humilde. Ser manso no es ser tonto, el manso es suave por afuera pero fuerte en lo que cree por dentro.  Este es el camino del Señor: el camino de la humildad y de la paciencia.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. Los hombres en este mundo cometemos muchas injusticias con otros hombres: meten preso al inocente, culpan al que no hizo nada, no pagan lo que el otro en justicia merece, roban al otro lo que le pertenece, agreden y hasta matan al inocente ¡Cuántas injusticias conocemos! Tú mismo has sufrido injusticias… Cristo no te dice: véngate, desquítate, sí busca que los responsables de hacer justicia hagan lo que deben hacer, pero alégrate, porque Dios será justo en premiarte en el cielo por lo que has pasado aquí en la tierra.

Bienaventurados los misericordiosos, porque encontraran misericordia. Felices los que saben perdonar, que tiene misericordia por los demás, que no juzgan todo ni a todos, sino que buscan ponerse en el lugar de los demás. El perdón es la cosa de la cual todos tenemos necesidad, nadie está excluido. Por eso al inicio de la Misa nos reconocemos  pecadores. Y no es un modo de decir, una formalidad: es un acto de verdad. Y si sabemos dar a los demás el perdón que pedimos para nosotros, somos bienaventurados. Como decimos en el Padre Nuestro: Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Piensa ¿a quién no has perdonado?, no pienses en lo que te hizo, piensa en que amas mucho a Dios y porque Él te lo pide lo perdonarás.

Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Esta bienaventuranza se refiere a quienes tienen un corazón sencillo, puro, sin suciedad, porque un corazón que sabe amar no deja entrar en su vida algo que atente contra ese amor, algo que lo debilite o lo ponga en riesgo. Cuando el corazón ama a Dios y al prójimo, cuando esa es su intención verdadera y no palabras vacías, entonces ese corazón es puro y puede ver a Dios. Cuida mucho la limpieza de tu corazón, que no te valga ensuciarlo y piensa muy bien antes de hacer algo que tú sabes que lo ensuciará.

Bienaventurados, los constructores de la paz, porque serán llamados hijos de Dios: Miremos el rostro de aquellos que van por ahí sembrando cizaña: ¿son felices? Aquellos que buscan siempre la ocasión para engañar, para aprovecharse de los demás, ¿son felices? No, no pueden ser felices. En cambio, aquellos que cada día, con paciencia, buscan sembrar la paz, son artesanos de la paz, de la reconciliación, ellos son bienaventurados, porque son verdaderos hijos de nuestro Padre del Cielo, que siembra siempre y solamente paz, al punto que ha enviado al mundo a su Hijo como semilla de paz para la humanidad. Jesús dice que debes buscar siempre la paz: la paz en tu trato con los demás, no andarte peleando con todos y por todo, la paz en tu hogar llevándote bien con tu familia. Para aquellas personas que creen que con levantamientos, con armas, con sangre van a lograr justicia. Este no es el camino para lograrlo Cristo repite estas palabras: Bienaventurados los pacíficos.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Jesús recuerda cuánta gente es perseguida y ha sido perseguida sencillamente por haber luchado por la justicia, por haber vivido sus compromisos con Dios y con los demás. Si no queremos sumergirnos en una oscura mediocridad no pretendamos una vida cómoda, porque “quien quiera salvar su vida la perderá” (Mt 16, 25). No se puede esperar, para vivir el Evangelio, que todo a nuestro alrededor sea favorable, porque muchas veces las ambiciones del poder y los intereses mundanos juegan en contra nuestra. La cruz, sobre todo los cansancios y los dolores que soportamos por vivir el mandamiento del amor y el camino de la justicia, es fuente de maduración y de santificación (cfr. GetE 90-92).

Bienaventurados serán cuando por causa mía, los insulten y digan toda clase de calumnias contra ustedes, alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos. Si alguna vez hablan mal, se burlan de ti, te señalan porque eres bueno, porque respetas los mandamientos de Dios, porque rezas, porque hablas de Jesús, porque defiendes lo que Jesús nos enseñó ¡Alégrate, Dios tiene preparado para ti un gran premio en el cielo!

Este es el camino de la santidad, y es el camino mismo de la felicidad. Es el camino que recorrió Jesús, y aún más, es Él mismo este camino.

-Ser pobre en el corazón, esto es santidad

-Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad

-Saber llorar con los demás, esto es santidad

-Buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad

-Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad

-Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el  amor, esto es santidad

-Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad

-Aceptar cada día el camino del Evangelio, aunque nos  traiga problemas, esto es santidad.

Pidamos al Señor la gracia de ser personas sencillas y humildes, la gracia de saber llorar, la gracia de ser mansos, la gracia de trabajar por la justicia y la paz, y sobre todo la gracia de dejarnos perdonar por Dios para convertirnos en instrumentos de su misericordia. Así han hecho los Santos, que nos han precedido en la patria celestial. Ellos nos acompañan en nuestra peregrinación terrenal, nos animan a ir adelante.

En la fiesta de todos los Santos ¿A qué nos sentimos invitados?

¿Vivimos para el Señor o para nosotros mismos, para la felicidad eterna o para alguna satisfacción ahora?

¿Realmente queremos la santidad?

¿O nos contentamos con ser cristianos de nombre, que dicen creer en Dios, pero sin ánimo de seguir a Jesús y vivir el mandamiento del amor?

El Señor pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la que fuimos creados. Es decir, santidad o nada. Es bueno que nos dejemos alentar por el testimonio de los santos, para que elijamos a Dios, la humildad, la mansedumbre, la misericordia, la pureza, para que nos apasionemos por el cielo en vez que la tierra.