El primer debate nos demostró que debe ser el pueblo quien elija al próximo presidente de México. La buena manera como fue organizado y dirigido nos dio a los ciudadanos la excelente oportunidad de ver y de oír a los candidatos lo que dijeron y lo que no quisieron decir, ni contestar. Después de verlos y oírlos, podremos someter sus declaraciones al detector de mentiras para saber en qué mintieron y adivinar por qué mintieron.
Al “tianguis” de la política mexicana estamos convocados todos los ciudadanos en posibilidad de votar para calificar al mejor candidato de acuerdo a nuestras aspiraciones. Y, antes de decidirnos por cuál votamos, tenemos que hacer, como los que se casan, pensar que los tendremos, para bien o para mal, durante el largo tiempo de seis años.
El primer debate presidencial es nuestra primera escuela de democracia donde los ciudadanos libremente podemos aquilatar nuestro voto, no llevados por las fantasías de la propaganda electoral, sino iluminados por las propuestas claras y realizables que en los tres debates nos presenten cada uno de los candidatos.
En este debate presidencial, comenzó a quedarnos claro lo que “cuenta, y cuenta mucho:” sus silencios, sus evasiones y sus mentiras. Y también nos queda claro que solo merecen nuestro voto los candidatos que en los debates demuestren por qué vale la pena votar por ellos. Decisivas serán sus respuestas y propuestas, más allá de las encuestas. Nadie aún ha ganado… nos faltan todavía dos debates.
