Por: ACI Prensa

“El amor es duro, pero es nuestra esencia. Es lo que nos eleva por encima de todas las criaturas”

 Nació en Lima, Perú, en 1586 (año de la aparición de la Virgen en Chinquinquirá) fue la primera mujer americana declarada santa por la Iglesia Católica.

Cambio de nombre

En el bautismo le pusieron el nombre de Isabel, pero luego la mamá al ver que al paso de los años su rostro se volvía sonrosado y hermoso como una rosa, empezó a llamarla con el nombre de Rosa. Y, el señor Arzobispo al darle la Confirmación le puso definitivamente ese nombre, con el cual es conocida ahora en todo el mundo.

Evitando peligros

Un día rezando ante una imagen de la Virgen María le pareció que el niño Jesús le decía: “Rosa conságrame a mí todo tu amor”. Y en adelante se propuso no vivir sino para amar a Jesucristo. Y al oír a su hermano decir que si muchos hombres se enamoraban perdidamente era por la atracción de una larga cabellera o de una piel muy hermosa, se cortó el cabello y se propuso llevar el rostro cubierto con un velo, para no ser motivo de tentaciones para nadie. Quería dedicarse únicamente a amar a Jesucristo.

 Vocación detenida

Se propuso irse de monja agustina, pero el día en que fue a arrodillarse ante la imagen de la Virgen Santísima para pedirle que le iluminara si debía irse de monja o no, sintió que no podía levantarse del suelo donde estaba arrodillada. Llamó a su hermano a que le ayudara a levantarse pero él tampoco fue capaz de moverla de allí. Entonces se dio cuenta de que la voluntad de Dios era otra y le dijo a Nuestra Señora: “Oh Madre Celestial, si Dios no quiere que yo me vaya a un convento, desisto desde ahora de esa idea”. Tan pronto pronunció estas palabras quedó totalmente sin parálisis y se pudo levantar del suelo fácilmente.

Su patrona y modelo

Entonces vino a saber que la más famosa terciaria dominica es Santa Catalina de Siena (29 de abril) y se propuso estudiar su vida e imitarla en todo. Y lo logró de manera admirable. Se fabricó una túnica blanca y el manto negro y el velo también negro para la cabeza, y así empezó a asistir a las reuniones religiosas del templo.

Encierro total

Pero sucedió que la gente admirada de su comportamiento empezó a señalarla y a llamarla, “la Santa”. Entonces ella que sabía que nada es tan peligroso como la vanidad y el orgullo y el deseo de aparecer, se fabricó una pequeña habitación en el solar de la casa donde vivía y allí se dedicó a practicar por largas horas del día y de la noche sus meditaciones, sus penitencias y sus muchas oraciones. Allí pasó el resto de su vida y solamente salía para ir a misa o a socorrer a algún enfermo.

Ataques varios

El demonio la atacaba de muy diversas maneras. Y las tentaciones impuras la hacían sufrir enormemente. Además le llegaban épocas de terribles sequedades espirituales en las cuales todo lo que fuera oración, meditación o penitencias le producía horror y asco. Y fuera de eso la gente se burlaba de su comportamiento y los mismos familiares la consideraban equivocada en su modo de vivir. Alguna vez le protestó amorosamente a Jesucristo por todo esto, diciéndole: “Señor, ¿y a dónde te vas cuando me dejas sola en estas terribles tempestades?”. Y oyó que Jesús le decía: “Yo no me he ido lejos. Estaba en tu espíritu dirigiendo todo para que la barquilla de tu alma no sucumbiera en medio de la tempestad”.

Anunció de la fecha de su muerte

Desde 1614 ya cada año al llegar la fiesta de san Bartolomé, el 24 de agosto, demuestra su gran alegría. Y explica el porqué de este comportamiento: “Es que en una fiesta de san Bartolomé iré para siempre a estar cerca de mi redentor Jesucristo”. Y así sucedió. El 24 de agosto del año 1617, después de terrible y dolorosa agonía, expiró con la alegría de irse a estar para siempre junto al amadísimo Salvador. Tenía 31 años.

Funeral de primera

Y a esta muchacha pobre y sin estudios le hicieron un funeral poco común en la ciudad de Lima. La primera cuadra llevaron su ataúd los monseñores de la catedral, como lo hacían cuando moría un Arzobispo. La segunda cuadra lo llevaron los senadores (u oidores), como lo hacían cuando moría un Virrey. Y la tercera cuadra le llevaron los religiosos de las comunidades, para demostrarle su gran veneración. El entierro hubo que dejarlo para más tarde porque inmensas multitudes querían visitar su cadáver, y filas interminables de fieles pasaban con devota veneración frente a él. Después la sepultaron en una de las paredes del templo.

Honores finales

Los milagros empezaron a sucederse en favor de los que invocaban la intercesión de Rosa, y el Sumo Pontífice la declaró santa y la proclamó Patrona de América Latina.