Aceptar las amonestaciones, servir y amar a los niños.

Queridos hermanos y hermanas: Jesucristo con su persona, con su enseñanza y su vida ha traído un cambio al mundo del hombre. En este cambio se centran de alguna manera los textos litúrgicos de este domingo.

En el libro de la Sabiduría, al impío que no entiende ni acepta la vida del justo se le pide implícitamente un cambio de actitud, que deje de tenderle trampas al que procede justamente, que deje de someterlo a la humillación y a la tortura.

Los discípulos de Jesús, en el relato del Evangelio que hemos escuchado, necesitan cambiar de mentalidad ante las enseñanzas sorprendentes de su Maestro. Si alguno quiere ser el primero que sea el último y el servidor de todos.

El apóstol Santiago propone a los cristianos un programa espiritual que implica un cambio en el estilo de vida que antes llevaban. Que dejen a un lado las rivalidades, que sean comprensivos, dóciles, llenos de misericordia y buenos frutos, que sean imparciales y sinceros.

Queridos hermanos y hermanas: los textos de este domingo nos invitan a cambiar de actitud y de mentalidad para cambiar nuestro vivir.

Nos invitan a cambiar de actitud. ¿Cuál es la actitud del impío para con el justo? Según el libro de la Sabiduría, el impío piensa que el justo es un fastidio para él, porque es la conciencia crítica de su obrar; en lugar de admirarle e imitarle, como debiera, prefiere someterle a prueba; incluso a la prueba de la muerte, saltándose las leyes humanas y divinas, para ver si el Dios en quien confía le protege y le salva. En los versículos 21 y 22 del mismo capítulo se añade: “Así piensan, pero se equivocan… No conocen los secretos de Dios”. Se equivocan. Su actitud no corresponde a la que Dios quiere. Hay, por tanto, que cambiar. El justo, el fiel, el santo ha de ser admirado y propuesto como modelo digno de imitación. Es verdad que el hombre fiel es un reclamo a la conciencia, pero esto debe ser causa de alegría y de gratitud. ¿Por qué no escuchar a alguien que nos reprende, que nos amonesta y que nos echa en cara nuestras fallas, si con ello podemos mejorar? Recordemos lo que ha dicho Georges Clemenceau, político y periodista francés: El hombre absurdo es el que no cambia nunca.

Por ello, que el esposo escuche con atención las amonestaciones de su mujer, que la mujer escuche con serenidad cuando su esposo la reprende, que los hijos escuchen los consejos y correcciones de sus padres y maestros, que la religiosa atienda la corrección de sus hermanas o de la superiora y que el sacerdote escuche con atención las correcciones de sus fieles. Esta semana puede ser, la semana de la escucha a quienes nos reprenden o amonestan para cambiar de actitud.

Los textos de este domingo, nos invitan también a cambiar la mentalidad. A los discípulos de Jesús no les entra en la cabeza el que su Maestro tenga que pasar por el túnel del sufrimiento, que para ser el primero se tiene que ser el servidor de todos y que en las nuevas categorías del Reino de Cristo el niño ocupe un lugar primordial.

No es fácil para ellos dejar la concepción en la que se habían educado desde su infancia. Pero si quieren ser discípulos de Cristo tienen que cambiar su mentalidad. Han de aceptar que el sufrimiento es camino de redención para Jesucristo y lo sigue siendo para los cristianos. Se han de convencer vitalmente que el servir no es un favor que se hace alguna vez, sino el estilo habitual de ser cristiano y de vivir en cristiano.

Cuando los discípulos llegaron a Cafarnaúm, una vez que estaban en casa, Jesús les preguntó de qué discutían por el camino. Pero ellos se quedaron callados, porque por el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos.

Queridos hermanos y hermanas: En esta escena nos encontramos representados todos los hombres y mujeres, aquellos que ufanamente pretendemos ser grandes, y que a base de codazos nos vamos disputando en la vida el llegar a ser los importantes. Se trata de la clara actitud de todos aquellos que nos pasamos la existencia luchando por ser alguien, en búsqueda de la propia auto glorificación y de nuestro agigantamiento a costa del empequeñecimiento de los que nos rodean.

No es otra cosa, sino los afanes de aquellos que vamos invirtiendo nuestros días y nuestras noches en ese intento de destacar o de impresionar a los demás. Aquellos que debajo de nuestras caretas, somos en la realidad una cosa y, ante los demás, fingimos ser algo diferente. Aquellos que vivimos una especie de justa olímpica en la que nuestros esfuerzos se desgastan por competir, compararnos con los demás y pretender sobreponernos a todos los que nos rodean, a como de lugar y pasando por encima de quien sea que se nos pusiere enfrente, no importa que sea mi propio hermano, amigo o compadre.

Quizás no hemos entendido que lo importante en la vida es servir. No hemos entendido que nuestra vida es un proceso de crecimiento: Se empieza exigiendo al nacer, se pasa a dar para recibir, y se descubre la plenitud dando sin esperar. Digámoslo de otra manera: el hombre al nacer nace con sus manos cerradas y al morir lo hace con las manos abiertas. Entendamos que el proceso de aprender a vivir, consiste en aprender a abrir las manos, dar y darnos sin medida; y es esto lo que nos permitirá conquistar la eternidad, el servir, porque el que no vive para servir, no sirve para vivir.

Si quieren ser discípulos de Cristo tienen que cambiar su mentalidad. Han de aceptar que los niños deben ocupar un lugar especial en nuestras vidas, en nuestras familias y en la sociedad. Por ello, deberán olvidar que el niño es algo que no cuenta en la reunión de los mayores, para llegar a la certeza de acoger a quien no cuenta, de respetarlo y tratarlo con mucho amor. Queridos papás y mamás: Pueden corregir a sus hijos, es legítimo hacerlo, es una obligación; pero jamás insultarlos, jamás decirles una palabra torpe, jamás burlarse de ellos, jamás ser irónicos, jamás, jamás golpearlos. Porque las palabras y el trato dado por papá y mamá, dejan huellas en la persona que duran, no pocas veces hasta la edad adulta.

Por ello, como mencionó Mahatma Gandhi: los niños, antes de enseñarles a leer, hay que ayudarles a aprender lo que es el amor y la verdad y no olvidemos lo que mencionó Oscar Wide: El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices.

Recordemos lo que dijo Jesús: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. El que trata con cariño y respeto al niño de la familia, al niño pobre, al huérfano, al niño que desde temprana edad tienen necesidad de trabajar y al que nosotros le regateamos que nos venda más barato un artículo, cuando debiéramos darle el doble o el triple para ayudarlo. Queridos hermanos y hermanas: El que trata con amor y respeto a cada uno de estos niños a Cristo lo hace. Pues como dice el Evangelio: el que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe.

Termino esta reflexión dominical, invitándolos a cambiar de vida. Queridos hermanos y hermanas: Si cambiar el modo de pensar es difícil, mucho más lo es el cambio de vida. Pues bien, El Bautismo, la Confesión y la Eucaristía reestructuran al hombre por dentro, le infunden un nuevo modo de ser y un principio nuevo de actuación, por ello en repetidas ocasiones los he invitado a que se confiesen y se acerquen a recibir la sagrada comunión. En ello está la base del cambio de vida, pero este cambio requiere la gracia de Dios, el trabajo humano y tiempo, unido a la paciencia, para que las nuevas estructuras sean vitalmente asimiladas y configuren día tras día, acción tras acción, el comportamiento humano.

Sólo cuando se haya logrado la nueva configuración existencial, “la sabiduría que viene de arriba, que es pura, pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía” guiará el obrar humano y cada uno de sus actos. Entonces no habrá rivalidades entre nosotros, seremos amantes de la paz, comprensivos, dóciles, estaremos llenos de misericordia y buenos frutos, seremos imparciales y sinceros; y aceptaremos con humildad las amonestaciones y correcciones de los demás. Sin esta configuración que requiere la gracia de Dios, el esfuerzo nuestro y tiempo, unido a la paciencia, las viejas estructuras seguirán vigentes y con ellas, nuestro actuar conducido por las contiendas, las codicias, los deseos de placeres y las envidias. Queridos hermanos y hermanas: Cambiar la vida es la gran tarea del cristiano, llevada a cabo con constancia y entusiasmo, asemejarnos a Cristo, nuestro maestro. Por ello, Digamos con el salmo 53, El Señor es quien me ayuda a logarlo. Así sea.