¿El mundo existe por evolución o por creación?

“Te pido, hijo mío, que mirando al cielo y a la tierra y a cuanto hay en ella, conozcas que de la nada hizo Dios todo esto y también el género humano fue hecho así” (2Mac 7,28).

“Dios creó el mundo para manifestar y comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus criaturas consiste en que tengan parte en su verdad, bondad y belleza” (CEC 319). “Ninguna criatura tiene el poder infinito necesario para ‘crear’ en el sentido propio de la palabra, es decir, de producir y dar el ser a lo que no lo tenía en modo alguno (llamar a la existencia de la nada)” (CEC 318).

“La catequesis sobre la Creación… se refiere a los fundamentos de la vida: explícita la respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica de los hombres de todos los tiempos: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Cuál es nuestro origen? ¿Cuál es nuestro fin? ¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe? Las cuestiones del origen y el fin son inseparables, decisivas para el sentido y orientación de nuestra vida y obrar” (CEC 282).

“Esa cuestión es objeto de numerosas investigaciones científicas que han enriquecido nuestros conocimientos sobre la edad y dimensiones del cosmos, el devenir de las formas vivientes, la aparición del hombre. Estos descubrimientos invitan a admirar más la grandeza del Creador, a darle gracias por todas sus obras y por la inteligencia y sabiduría que da a sabios e investigadores. ‘Fue Él quien me concedió el conocimiento verdadero de cuanto existe, y me dio a conocer la estructura del mundo y las propiedades de los elementos… porque la que todo lo hizo, la Sabiduría, me lo enseñó’ (Sb 7,17-21)” (CEC 283).

“El gran interés que despiertan está estimulado por una cuestión de otro orden, que supera el dominio de las ciencias naturales. Más que saber cuándo y cómo surgió materialmente el cosmos, o cuando apareció el hombre, busca descubrir el sentido de tal origen: si está gobernado por el azar, un destino ciego, una necesidad anónima, o por un ser transcendente, inteligente y bueno, llamado Dios. Y si el mundo procede de la sabiduría y bondad de Dios, ¿por qué existe el mal?, ¿de dónde viene?, ¿quién es responsable de él?, ¿dónde está la posibilidad de liberarse del mal?” (CEC 284).

“…En las religiones y culturas antiguas encontramos numerosos mitos referentes a los orígenes. Algunos filósofos han dicho que todo es Dios, que el mundo es Dios, o que su devenir (proceso de cambio) es el devenir de Dios (panteísmo); otros que el mundo es una emanación necesaria de Dios, brota de esta fuente y retorna a ella; otros afirman la existencia de dos principios eternos, bien y mal, luz y tinieblas, en lucha permanente (dualismo, maniqueísmo); según algunas de estas concepciones, el mundo (al menos el material) sería malo, producto de una caída, y se ha de rechazar y superar (gnosis); otros admiten que Dios lo hizo, pero como un relojero, una vez hecho, lo abandona a él mismo (deísmo); otros no aceptan ningún origen transcendente, es puro juego de una materia que ha existido siempre (materialismo). Estas tentativas testimonian la permanencia y universalidad de la cuestión de los orígenes, búsqueda inherente al hombre” (CEC 285).

“… La existencia de Dios Creador puede ser conocida con certeza por sus obras gracias a la luz de la razón humana (cf. Concilio Vaticano I: DS, 3026), aunque este conocimiento es con frecuencia oscurecido y desfigurado por el error. Por eso la fe confirma y esclarece la razón para la justa inteligencia de esta verdad: ‘Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la Palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece’ (Hb11, 3)” (CEC 286).

¿Qué es la Divina Providencia?

“La divina providencia consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor todas las criaturas hasta su fin último” (CEC 321). “Las disposiciones con las que Dios conduce a sus criaturas a la perfección última, a la que Él mismo las ha llamado. Dios es el autor soberano de su designio. Pero para realizarlo se sirve también de la cooperación de sus criaturas, otorgando al mismo tiempo a estas la dignidad de obrar por sí mismas, de ser causa unas de otras” (Compendio CEC 55).

“Dios otorga y pide al hombre, respetando su libertad, que colabore con la Providencia mediante sus acciones, sus oraciones, pero también con sus sufrimientos, suscitando en el hombre ‘el querer y el obrar según sus misericordiosos designios’ (Flp 2,13)” (Compendio CEC 56).

“Pongan todas sus preocupaciones y ansiedades en las manos de Dios, porque Él cuida de ustedes” (1Pe 5,7) “No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y, sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: ‘¿Qué comeremos?, ¿qué beberemos?, o ¿con qué nos vestiremos?’. Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción” (Mt 6,26-34).