Como canal informativo de la Diócesis de San Juan de los Lagos tenemos el privilegio de ofrecer un especial que durante este año nos llenó de alegría y emotividad al saber que nuestro querido Obispo Emérito, Felipe Salazar Villagrana, agradece a Dios, junto con el resto de la diócesis, por sus cincuenta aniversario de ordenación sacerdotal.

Fue un 21 de diciembre del año 1968 cuando el diácono Felipe dio un sí rotundo y definitivo a Dios y sus manos fueron ungidas para siempre como pastor de la Iglesia, sin saber que Dios mismo lo llevaría a caminar por senderos inimaginables, por caminos que nunca si quiera visualizó al traerlo hasta nuestro hogar, nuestra Iglesia: la Diócesis de San Juan de los Lagos.

Ciertamente la historia de nuestro querido pastor enmarca miles de experiencias que el Mensajero Diocesano podría relatar por lo menos en un par de ediciones completas; pero sí queremos regalar parte de lo que Monseñor amablemente nos ofreció en días pasados, en una entrevista extensa que la oficina de Comunicación Social de la diócesis llevó a cabo, justamente en marco de este día tan importante.

“Yo pienso que lo mejor de un sacerdote viene al final, quizá ya, cuando no tenga la fogocidad de los primeros años de sacerdote (…) Yo entré al seminario un 23 de octubre de 1954, a la casa de San Martín, allí estaba el seminario menor”, explicó Monseñor Felipe Salazar Villagrana.

Proveniente de una familia pequeña pero unida, Monseñor Felipe recuerda que no fue nada difícil escoger el camino que Dios marcó en su vida: el seminario, sin saber que dentro de esa casa encontraría a una gran familia que nunca olvidaría.

“Me gustaba todo lo de Dios, sin duda, también mis padres influyeron mucho, porque eran unas personas santas (…) Ellos fueron los que influyeron en mi vocación. Mi vocación es muy singular, ahora recuerdo que hacía más de veinticinco años que no había un sacerdote en mi tierra, nativo de ahí. El último sacerdote fue Juan Bernal, un gran sacerdote por cierto, que fue quien fundó el leprosario de Guadalajara” explicó Monseñor Felipe.

¿Cómo brotó esa semilla? Definitivamente un regalo de Dios a los fieles, pues en aquellos tiempos Monseñor Felipe fue conquistado también por la docencia, sin embargo, Dios dispuso diferente y entonces el joven seminarista definió sin dificultades su vocación después de contrastar en la vida su trabajo y la llamada que Dios mismo le fue presentado durante el pasar de los días.

“En 1967, nos llamaron a hacer una experiencia misional en Torreón y cuatro nos animamos; realmente fue algo providencial. Yo estuve destinado en tres comunidades: Rosita, Urquizo y Concordia en Coahuila (…) Sí les explicaba, todavía no soy sacerdote, porque eran casi como confesiones. Pues eso fue lo que me motivó y entonces le escribí al señor rector mi decisión para el diaconado”, recordó Monseñor Felipe.

En su rostro es posible ver todos esos recuerdos, su sonrisa coincide todavía con los relatos y no hay más que agradecimiento por todo lo que Dios ha hecho por él y por nosotros; sin duda, además de su permanencia en San Juan de los Lagos después de ser ordenado en Guadalajara, así como su servicio pastoral, son una pequeña parte de lo que Dios ha ido forjando en su servidor, que hoy en día sigue dando a manos llenas a nuestra amada Diócesis de San Juan de los Lagos con su presencia y sus oraciones.