Queridos hermanos y hermanas: La Epifanía del Señor es un acontecimiento y, al mismo tiempo, un símbolo. El evangelista describe el acontecimiento de modo detallado, tres reyes magos que venidos de oriente y guiados por una estrella llegan a Belén para adorar al rey que ha nacido. El significado simbólico de este acontecimiento, en cambio, se ha ido descubriendo gradualmente, a medida que el acontecimiento se convertía en objeto de meditación, de reflexión y de celebración litúrgica por parte de la Iglesia.

La peregrinación que los Reyes Magos realizaron hace más de dos mil años desde Oriente hasta Belén en búsqueda de Cristo recién nacido, hoy se repite por millones y millones de discípulos de Cristo, que en todos los templos diseminados por el mundo entero vamos a buscar al Niño Dios para adorarlo, llegamos aquí no con “oro, incienso y mirra”, sino trayendo el propio corazón lleno de fe y necesitado de misericordia y de bendición. San Ambrosio de Milán, al reflexionar sobre los dones que le podemos ofrecer al Señor en este día, menciona en sus escritos una frase profunda: “Dios no mira tanto lo que le damos, cuanto lo que nos reservamos para nosotros”. Dios quiere que le ofrendemos lo más íntimo: nuestro corazón, nuestros pensamientos, todo nuestro ser, sin reservarnos nada, absolutamente nada. ¡Qué atractiva es la historia de los Reyes Magos que vienen de oriente para “adorar” al Rey de Israel! Este acontecimiento, es el que celebramos el día de hoy, La Epifanía del Señor. Epifanía, una palabra griega que significa: “manifestación de Dios”. Podemos decir entonces que Dios, se manifiesta a tres reyes, por medio de una estrella milagrosa, los cuales, gracias a esta estrella, llegan a Belén para adorar al Rey de reyes, a Jesucristo el Señor. Estos tres Reyes Magos venidos de Oriente, representan simbólicamente a todas las naciones y a todos los hombres sin distinción de raza, de cultura o de credo, pues la salvación en Jesús, se abre a todo el género humano, se abre para aquel que esté dispuesto a recibir y aceptar a Jesús en su vida y en su corazón.

Queridos hermanos y hermanas: Hoy al celebrar la Epifanía del Señor, es decir, la manifestación de Dios a los reyes magos y en ellos al mundo entero, el profeta Isaías pronuncia un oráculo a Jerusalén: “Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz”. Este oráculo que hemos escuchado manifiesta que con el nacimiento de Cristo, vino al mundo la luz verdadera que ilumina a todo hombre. Ahora, el destino de cada uno de nosotros, el destino de cada familia, de cada comunidad religiosa y de cada nación se decide según la aceptación o el rechazo de esta luz; en efecto, en esta luz que es Dios, hecho hombre y nacido en Belén, reside la plenitud de la vida de los hombres. Cada nación con su legislación y normativas, acepta o rechaza el plan de Dios para cada uno de sus ciudadanos si se adhiere a las enseñanzas de Cristo o si las rechaza, creyendo que sus propuestas populistas, partidistas e irreflexivas son mejores que las del mismo Cristo; dañando así, las sanas costumbres y la buena marcha social presente y futura.

Estamos llamados a dejarnos iluminar por Él que es la luz que disipa toda tiniebla y oscuridad de nuestra vida. En efecto, cuando nos dejamos iluminar por Cristo se disipan las tinieblas de nuestros errores, nuestras formas torpes de proceder desaparecen, rechazamos el pecado en sus múltiples manifestaciones y se cumple el oráculo del profeta Isaías: “Sobre ti resplandece el Señor y en ti se manifiesta su gloria. Caminarán los pueblos a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora”. Quiere decir, que al dejarnos iluminar por Cristo y al disipar, con su luz nuestras tinieblas y oscuridad, surge en nosotros una luz que no es propia, una luz como la luz de la estrella que guio a los Reyes Magos al Niño Dios. Surge en nosotros una luz que viene del “Sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte”. Surge en nosotros una estrella que quía a los demás al Niño Dios, que guía a los demás a Jesucristo para adorarlo como hicieron los Reyes Magos. El relato de los Reyes Magos puede, en cierto sentido, indicarnos un camino espiritual. Estos reyes magos nos dicen con su actitud que, cuando se encuentra a Cristo, es necesario saber detenerse y vivir profundamente la alegría de la intimidad con Él. “Ellos, entraron en la casa, vieron al niño con María su Madre y, postrándose, lo adoraron”. Por ello, si queremos que la luz de nuestra estrella no se pierda, tenemos que permanecer en continua oración y adoración, pues la vida y la luz de cada cristiano nace, y se regenera continuamente, a partir de esta contemplación de la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo que encontramos en la oración, en la adoración, en la Eucaristía y en la confesión.

Queridos hermanos y hermanas: ¿Quién no siente necesidad de una “estrella” que lo ilumine y lo guíe a lo largo de su camino en la tierra para no perderse y para no perder de vista al Salvador? Sienten necesidad de esta estrella que los ilumine y los guíe: tanto las personas como las familias; tanto las comunidades parroquiales como las comunidades religiosas; tanto los líderes como los gobiernos; tanto las sociedades como las naciones. Cada papá y cada mamá deben ser una estrella que ilumine y guíe a cada uno de sus hijos hacia Dios. Todos los maestros y educadores deben ser una guía auténtica para sus alumnos. Quienes trabajan en los Medios de Comunicación Social deben orientar y no desorientar o confundir a su auditorio con falsas o incompletas informaciones, con simuladas e imprudentes aperturas y tolerancias ante temas escabrosos que pueden dañar las sanas costumbres de un pueblo y que muchas veces no reflejan ni su forma de pensar, mucho menos su forma de vivir. Las religiosas y los sacerdotes debemos ser estrellas encendidas que conduzcamos a los demás al encuentro con Jesucristo Redentor.

Los hermanos mayores deben ser una estrella que ilumine y guíe a sus hermanos menores, los buenos amigos deben serlo con sus amigos desorientados y los jóvenes, en medio de la sociedad difícil que les toca vivir, deben serlo para sus compañeros jóvenes que se encuentran en la oscuridad y en las tinieblas y que viven confundidos o alucinados con cosas falsas que ofrece la sociedad, cosas que deslumbran pero que son frágiles e inconsistentes y que lesionan la integridad y la dignidad de la persona humana. Por lo tanto, para toda comunidad eclesial, para toda comunidad religiosa, para toda persona, resuena el oráculo del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura y que tiene cumplimiento en el Evangelio de San Mateo. “Levántate y brilla como la estrella que condujo a los Reyes Magos a Jesús”.

Levántate y brilla en tu familia, en tu trabajo, en tu comunidad religiosa y en la sociedad. Déjate iluminar por Dios para que seas, en medio del mundo, como un astro que se trasforma en una estrella tan brillante que atrae la mirada de los demás y con sus buenas obras, conduce a quienes le rodean hacia Jesús, el Salvador. Queridos hermanos y hermanas: Concluyo esta reflexión dominical invitándolos a que le ofrezcamos, como los Reyes Magos, tres regalos a Dios: Nuestro amor y nuestra entrega total a Él, como oro personal. Nuestra constante oración y adoración como incienso que se eleva al cielo y lo reconoce como Dios y la aceptación paciente del trabajo, del estudio, de las dificultades y sufrimientos como la mirra amarga de nuestra vida diaria. A él, al Niño Dios nacido en Belén, Señor del tiempo, Dios de Dios y Luz de Luz, elevemos con confianza nuestra súplica. Que su estrella, la estrella de la Epifanía, no deje de brillar en nuestro corazón, señalando a los hombres, a las familias, a las comunidades religiosas, a los gobernantes y legisladores; y a los pueblos, el camino de la verdad, del amor y de la paz. Así sea.