Antes de cualquier cosa quiero aclarar que la interpretación del siguiente cuadro puede ser un tanto amplia en lo que defino, pero muy concreta en su realidad y mensaje. Esta famosa pintura en la Capilla Sixtina revela, a quien la contempla, la grandeza del amor de Dios para los hombres. De un muy buen maestro de Filosofía que tuve aprendí que este cuadro es el resumen de la Teodicea, el encuentro del acercamiento filosófico a Dios.

Los rasgos más obvios y centrales del cuadro para mí son dos, la mano de Dios, extendida a más no poder para acercarse y la posición del ser humano. Dios, con todo el amor y misericordia de su omnipotencia se acerca estirando su dedo en busca de un mínimo contacto que reciba la Vida Divina. Sin embargo el ser humano se encuentra en la posición más cómoda posible, no se arriesga, no se mueve, pero, si necesita, levanta el brazo para recibirlo.

Es en ese flujo eterno de amor en el que el hombre se baña de una gloria que jamás imaginó. Qué gran regalo se contiene en ese pequeño espacio entre sus dedos, qué hermoso intercambio en el que Dios se abaja tanto por la creación, por su obra de amor. Si el hombre supiera el beneficio de ese pequeño esfuerzo arrancaría hasta la última gota de energía de su cuerpo para abrazar a Dios por completo.

Qué gran lección el saber que la búsqueda de Dios es tan mínima en comparación con lo que Dios ha hecho por nosotros que, hasta la misma necesidad de pensar en el máximo esfuerzo posible resultaría mínimo y paupérrimo ante lo que vamos a recibir. Este es el glorioso intercambio por el que toda la lucha vale por el que toda pelea es necesaria, por el que todo deseo y anhelo por vivir la vida de Dios es lo menos que podemos hace. Miguel Ángel nos sorprende de nuevo con esta pequeña enseñanza de Dios.