DOMINGO VI DE PASCUA

La Paz Queridos hermanos y hermanas: El Evangelio nos dice: Mi paz les dejo, mi paz les doy. No como la da el mundo se la doy a ustedes. ¿De qué paz habla Jesús en este pasaje del Evangelio? No de la paz externa que consiste en la ausencia de guerras y conflictos entre personas o naciones diversas. En otras ocasiones Él habla también de esta paz, por ejemplo cuando dice: Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Aquí habla de otra paz, la interior, del corazón, de la persona consigo misma y con Dios. Se comprende por lo que añade inmediatamente: No se turbe su corazón ni tenga temor. Ésta es la paz fundamental sin la cual no existe ninguna otra paz. En el texto de hoy Jesús nos deja como regalo la paz, pero no una armonía en un mundo donde la guerra y los conflictos no estén presentes. Por desgracia, las violencias humanas están aún presentes en nuestra debilitada humanidad. Lo que Jesús nos deja es la paz consigo mismo que no provoca ni guerras interiores ni exteriores. Yo he observado que muchas personas están en guerra interna contra sí mismas y por ello su forma de relacionarse con los demás y con la realidad externa, siempre es al ataque, a la defensiva. El Señor nos deja nuestra vida pacificada en su amor, nos da amor con paz y paz con amor. Una persona que vive en paz interior nunca perderá el profundo sentimiento de misericordia hacia los demás y no provocará dolor ni a los de cerca ni a los de lejos. La palabra utilizada por Jesús es shalom. Con ella los judíos se saludaban, y todavía se saludan entre sí; con ella saludó Él mismo a los discípulos la tarde de Pascua y con ella ordena saludar a la gente: En cualquier casa que entres, di antes: la paz sea en esta casa (Lc. 10, 5-6). La Biblia nos ofrece el sentido pleno de la paz que da Cristo. En la Biblia shalom dice más que la sencilla ausencia de guerras y desórdenes. Shalom indica positivamente bienestar, reposo, seguridad, éxito, gloria. La Escritura habla incluso de la paz de Dios (Flp. 4, 7) y del Dios de la paz (Rm. 15, 32). Paz no indica, por lo tanto, sólo lo que Dios da, sino también lo que Dios es. En un himno suyo, la Iglesia llama a la Trinidad océano de paz. Esto nos dice que esa paz del corazón que todos deseamos no se puede obtener nunca total y establemente sin Dios, fuera de Él. Dante Alighieri sintetizó todo esto en ese verso que algunos consideran el más bello de toda la Divina Comedia: En su voluntad está nuestra paz. Jesús da a entender qué se opone a esta paz: la turbación, el ansia, el miedo: No se turbe vuestro corazón. ¡Qué fácil es decirlo!, objetará alguno. ¿Cómo aplacar la ansiedad, la inquietud, el nerviosismo que nos devora a todos y nos impide disfrutar de un poco de paz? Hay quienes por temperamento están más expuestos a estas cosas. Si existe un peligro, lo agrandan; si hay una dificultad, la multiplican por cien. Todo se convierte en motivo de ansiedad. El Evangelio no promete una panacea para estos males; en cierta medida, forman parte de nuestra condición humana, expuestos como estamos a fuerzas y amenazas mucho mayores que nosotros. Pero indica un remedio. El capítulo del que procede el pasaje del evangelio dominical empieza así: No se turbe su corazón. Tengan fe en Dios y tengan fe también en mí» (Jn 14,1). El remedio es la confianza en Dios. Tras una de las guerras, se publicó un libro titulado Las últimas cartas de Estalingrado. Eran cartas de soldados alemanes prisioneros en la bolsa de Estalingrado, despachadas en el último envío antes del ataque final del ejército ruso en el que todos perecieron. En una de estas cartas, reencontradas acabada la guerra, un joven soldado escribía a sus padres: No tengo miedo de la muerte. ¡Mi fe me da esta bella seguridad! No olvidemos que una de las misiones del Espíritu Santo es que nos recordará todo lo que nos ha dicho”. La palabra “re-cordar”, como decía Ortega y Gasset, significa “volver a pasar las cosas por el corazón.” Las enseñanzas de Jesús las tenemos que volver a recordar una y otra vez desde esta perspectiva que va desde el oído hasta el corazón. Termino esta reflexión dominical diciéndoles que ahora sabemos que nos deseamos recíprocamente la paz, cuando nos estrechamos la mano, cuando intercambiamos en la Misa el deseo de la paz. Uno de los gestos más significativos que hacemos en la Eucaristía antes de recibir la comunión es el darnos la paz. La paz como gesto y como deseo. La paz que tenemos la entregamos al otro y por ello nos acercamos y nos saludamos con cariño. Nos deseamos el uno al otro bienestar, salud, buenas relaciones con Dios, con uno mismo y con los demás. En resumen, tener el corazón lleno de la paz de Cristo que sobrepasa todo entendimiento. Amén. Así sea.