XXXVI Domingo del tiempo ordinario – Solemnidad de Cristo Rey

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Hoy en el último domingo del año litúrgico, festejamos la solemnidad de Cristo Rey y contemplamos a Jesús que vendrá al final de los tiempos con gran poder y majestad para juzgar–premiar o castigar-a todos los hombres.

Nos sobrecoge la descripción que el Señor hace del Juicio final con el destino terrible de los condenados. Todos estamos encamino hacia el gran Juicio final. Ante el trono de Dios no podremos esconder ni disimular nada. Tal vez tenemos miedo a morir ante todo porque tememos ser avergonzados públicamente, y porque la sentencia será definitiva.

El texto bíblico nos presenta a Jesucristo como el Hijo del hombre en su gloria, como rey, juez del mundo y pastor que separa las ovejas blancas de los cabritos negros. ¿No conocemos a Jesús como el Buen Pastor que va a buscar a la oveja que se perdió para llevarla de vuelta al rebaño? Aquí el Buen Pastor asume rasgos de un juez muy severo. Parece que manda sin piedad a los cabritos de su izquierda a la condenación eterna.

Se trata de una advertencia realmente grave que hace el Señor, ya que los dos grupos que separa no se percataban a quién estaban haciendo el bien ni, mucho menos, a quién se lo negaban.

Y su ignorancia no los salvó ni los condenó, sólo fueron condenados por sus obras. Por las obras que hicieron o las que omitieron hacer.

Las palabras de Cristo que la fundamentan, revelan que es decisivo, para salvarse o condenarse, cómo uno se ha portado para con Él. Mientras Jesús vivía en esta tierra se lo podía encontrar entre los enfermos, entre los pobres de toda clase, entre los marginados y excomulgados. Igualmente, hoy se lo encuentra en estos más pequeños de nuestros hermanos.

Este pasaje del Evangelio ilustra de una manera impresionante el mandamiento del amor de Jesús. Servir al hombre es servir a Dios. Para conocer a Dios hay que mirar al hombre. Para encontrarse con Dios hay que salir al encuentro con el hombre. Amando a la creatura, amamos al Creador.

Conviene recordar que no se trata de oponer el amor al prójimo al amor a Dios, o el servicio al hermano al culto a Dios. Queda en pie que Jesús enseña el doble mandamiento de amor a Dios y al prójimo.

El texto de la descripción del juicio final es un texto didáctico que pretende instruirnos acerca de un solo aspecto de la vida cristiana, sin ocuparse de otros. No se dice nada, por ejemplo de la necesidad de la fe para alcanzar la salvación. Se cometería un grave error si se absolutizara este texto, y dejando de lado otros textos bíblicos igualmente importantes, se dijera que toda la vida cristiana consiste sola y exclusivamente en la atención de los necesitados. Jesús, con su palabra y con su ejemplo, nos enseña que para una vida realmente cristiana es imprescindible conocer su Palabra, son fundamentales la oración, la catequesis y la celebración de los Sacramentos, especialmente la Santa Misa, si bien todo eso quedaría vacío sin un sincero amor al hermano.

La fiesta de Cristo, Rey del universo, concluye el año litúrgico; durante él hemos ido haciendo memoria de cuanto Dios ha hecho ya por nosotros y pudimos por eso sentirnos con Él agradecidos. Tenemos buenos motivos para festejar el reinado de Cristo, que inició cuando venció su muerte y que terminará cuando aniquile toda muerte, también la nuestra. Pero nuestra alegría sería tan inútil como nuestras esperanzas, sin no nos preguntáramos si, de verdad, queremos pertenecer a ese reino.

Con una imagen sugerente, la del pastor que dispone con absoluta libertad de su rebaño, nos ha advertido cómo piensa ser Rey del universo: empezará a reinar cuando acabe de juzgar; con una decisión suya establecerá la suerte definitiva de sus súbditos. Llegará el día-mal que nos pese, es nuestra fe-en que Jesús decidirá cómo va a ser Dios para nosotros, próximo o alejado, y para siempre.

Celebrar el reino de Cristo, tener a Cristo como Rey supone hoy, poder sentirse acompañados y guiados por Él; pero implica, también, tener que responder ante él y acatar cuanto él disponga.

Ése es el compromiso que tenemos que asumir hoy Esta fiesta de hoy, fue especialmente instituida, para mostrar a Jesús como el único soberano ante una sociedad que parece querer vivir de espaldas a Dios.

Cristo vino a establecer su reinado, no con la fuerza de un conquistador, sino con la bondad y mansedumbre del pastor.

Con este espíritu buscó Jesús a los hombres dispersos, a los hombres alejados de Dios por el pecado.

Jesús, curó, Jesús sanó sus heridas. Jesús los amó y nos amó, dando por nosotros la vida. Y Cristo como Rey viene para revelar el amor de Dios.

Por eso quienes queremos seguir a Jesús, debemos ser fermento y signo de salvación, para construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario. Para construir un mundo inspirado en los valores evangélico de la esperanza, de la Vida verdadera ala que todos fuimos llamados.

Así es el Reino de Cristo, y cada uno estamos llamados a trabajar por él, para extenderlo. Tenemos que hacer presente a Cristo en nuestro mundo. Tenemos que poner al Señor de cara a quienes los tienen contra la pared o en un rincón de su alma.

Tenemos la misión de afirmar, con nuestras palabras y con nuestras obras, que aspiramos a hacer de Cristo un auténtico Rey de todos los corazones.

Pidámoselo hoy especialmente a nuestra Madre María, que seamos capaces de extender el Reino de su Hijo.