Solemnidad, LA SANTÍSIMA TRINIDAD

La liturgia de este domingo celebra la fiesta de la Santísima Trinidad, que es el corazón de nuestra experiencia de fe. En nuestra vida de creyentes, continuamente hacemos referencia a este misterio. Fuimos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Varias veces al día nos santiguamos diciendo: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Estas expresiones trinitarias, que forman parte de nuestra rutina diaria, son una manifestación de Dios a la humanidad. Sin embargo, la mejor definición de Dios nos la ofrece el evangelista San Juan, cuando dice: Dios es amor; y el amor es sinónimo de entrega, donación y diálogo. Dice la Escritura: Porque tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo único, para que todo el que crea en Él, tenga vida eterna. Podemos decir que la vida de la Santísima Trinidad es una vida de amor. El Padre pronuncia una Palabra eterna, y esa palabra es su Hijo, el Verbo de Dios; el Padre y el Hijo se aman y el fruto eterno de ese amor es el Espíritu Santo. La vida trinitaria es un darse y un aceptarse, un fluir eterno de vida. Ahora bien, ese amor de Dios en su ser íntimo tiende a salir de sí, a comunicarse. Esta dinámica del amor de Dios que se comunica nos ayuda a entender por qué la acción creadora de Dios y por qué es confiada a nosotros, sus colaboradores, para que la gestionemos mediante la ciencia y la tecnología. Por eso no podemos ver la obra creadora de Dios como algo aislado sino como la manifestación más clara de que Dios nos ama. Cuando uno observa las maravillas de la creación, tanto en el mundo microscópico, nuestro cuerpo, como en la inmensidad del cosmos, tiene que reconocer que semejante perfección y complejidad no pueden ser fruto de la casualidad sino que son el resultado de la planeación sofisticada y grande de un ser superior. Debemos ver la creación, no sólo como manifestación del poder de Dios, sino principalmente como un acto de amor: Dios no quiere permanecer solo, quiere compartir su vida, quiere comunicarse con criaturas hechas a su imagen y semejanza. Por eso la creación, en su infinita riqueza, es la casa que Él diseñó para que la ocupáramos sus hijos, nosotros, porque nos ama. No contento con habernos puesto a vivir en una espléndida residencia, nos regala a su Hijo. San Juan expresa solemnemente el misterio de la encarnación: La Palabra se hizo carne y estableció su tienda en medio de nosotros. Y cuando esa Palabra hecha carne en Jesús de Nazareth termina su ciclo histórico y regresa junto al Padre, nos deja al Espíritu Santo. ¿Qué pretende Dios al crearnos, al darnos a su Hijo y al dejarnos el Espíritu Santo como compañero de camino? Lo dice con gran precisión el Evangelio de hoy: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Nos queda claro que Dios nos ama y quiere comunicarnos su vida divina, nos invita a vivir en comunión con Él pues somos sus hijos. Por ello, todas las expresiones trinitarias no deben quedarse en las fórmulas de la liturgia sino que deben transformar la vida diaria del ser humano, deben transformar nuestra vida. La Santísima Trinidad es el modelo de toda comunidad humana, desde la más sencilla y elemental, que es la familia, a la Iglesia universal. Muestra cómo el amor crea la unidad en la diversidad: unidad de intenciones, de pensamiento, de voluntad; diversidad de sujetos, de características y, en el ámbito humano, de sexo. Y vemos precisamente qué puede aprender una familia del modelo trinitario. Los grandes escritores de la Iglesia han encontrado una profunda correlación entre la Trinidad y la vida familiar. La vida familiar auténtica es una dinámica de amor; los esposos se entregan uno al otro, y ese amor de la pareja se prolonga en los hijos. Así como el amor es generador de vida, el odio es generador de destrucción y muerte. La vida familiar auténtica exige una comunicación transparente, sin verdades a medias ni encubrimientos. Podemos comparar la intimidad de Dios con la vida familiar: La vida de Dios es comunicación y amor; de manera semejante, la vida familiar se construye en el amor como entrega y en la comunicación veraz. A medida que las familias crecen en su entrega mutua y consolidan su comunicación honesta crecen como imágenes y semejanzas de Dios amor, que es la perfecta comunidad en la perfecta unidad. Si la Santísima Trinidad fuera imitada en nuestras familias y comunidades, se convertirían verdaderamente en un reflejo de la Trinidad en la Tierra, lugares donde la ley que rige todo es el amor. Que esta fiesta de la Santísima Trinidad nos sirva para descubrir que Dios no es un ser distante, incomunicado, sino que su plan es comunicarnos su vida. Y esta vida divina ustedes se la pueden apropiar viviendo a plenitud su vida de familia, como esposos, padres, hijos, abuelos, hermanos, como religiosas. Meditando en la pasión y muerte de Jesús comprendemos que el amor de Dios hacia nosotros no conoce límites, pues no nos ha abandonado a nuestra suerte sino que nos ha entregado a su Hijo para que tengamos acceso a la vida que jamás se acaba. Dios Padre envía a la humanidad a este Hijo, en quien ha depositado todo su amor. No se lo reserva para sí. Acepta que sea víctima de la crueldad humana hasta llegar al extremo de la muerte en una cruz. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”. Ahora bien, el plan de Dios respeta nuestra libertad. Dios no realiza nuestra salvación sin nosotros ni contra nuestra voluntad. Pidamos que nos abramos a la persona y al mensaje de Jesús. El misterio de la Santísima Trinidad no sólo debe ser reconocido y honrado a través de la oración. También debe convertirse en principio inspirador de nuestras acciones. En los relatos de la creación se nos dice que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Si Dios en su ser más íntimo es comunidad de amor, nosotros nos iremos haciendo imágenes más fieles de ese Dios comunidad de amor en la medida en que construyamos unas relaciones interpersonales basadas en la verdad y en el amor. El misterio de la Trinidad inspira una hermosa espiritualidad conyugal: en la medida en que los esposos crezcan en su amor mutuo y vayan consolidando un proyecto común serán imágenes más fieles y cercanas de ese Dios que es comunidad siendo unidad perfecta. El misterio de la Trinidad comunica una dinámica especial a la relación entre padres e hijos: en la medida en que establezcan una relación confiada y sincera serán imágenes más cercanas de ese Dios trino y uno. El misterio de la Trinidad fundamenta y estimula los proyectos sociales que conducen a la construcción de comunidades en las que la justicia y la solidaridad sean las reglas de juego. Termino esta reflexión dominical invitándolos a descubrir el gran amor que Dios nos tiene, a redescubrir que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, por lo tanto, a querer asemejarnos a Él en su unidad y en su amor, para que haya unidad y amor en nosotros, en nuestras familias y en la sociedad. Así sea.