V DOMINGO DE CUARESMA

0
967

En este quinto domingo de Cuaresma, la liturgia nos lleva a contemplar a Cristo en la Cruz. Es la suprema prueba de amor de Jesús al hombre. De ese amor, tenemos que vivir siempre los cristianos.

Por eso rezamos en la misa de hoy: «Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor, que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo».

En la primera lectura el profeta Jeremías anuncia una Nueva Alianza. Conoce la Antigua Alianza de Dios con su pueblo, pero hace presente en su prédica la Alianza que será definitiva y sellada con la entrega de Jesús; esa Alianza que el Señor escribirá en los corazones.

Y en el Evangelio san Juan relata cómo unos griegos querían ver a Jesús y se lo dicen a Felipe. Este episodio da ocasión a Jesús para anunciar su glorificación por su propia muerte.

Por medio de la comparación con el grano de trigo, Jesús nos hace ver que la muerte es un fracaso sólo en apariencia. El grano muere, se pudre, pero de él surge una nueva planta que crece y luego puede dar muchos granos más.

El fracaso real, sería que el grano de trigo no muriera. El grano de trigo que no se pudre en la tierra, queda solo, no se convierte en planta ni puede dar fruto. No sirve un grano de trigo sin germinar, pero la germinación de vida supone entrar él mismo en la muerte. La muerte de Cristo y de los que estamos unidos a Él por la fe y el Bautismo, es como la muerte del grano de trigo: de esa muerte nace Vida Nueva. Muchas veces queremos seguir a Cristo evitando la muerte, escapando a la cruz y entonces quedamos como el grano de trigo que no germina, no muere, pero tampoco da fruto. La condición del discípulo de Cristo es compartir con Él la pena, para gozar con Él de la Gloria del Padre. Y esto,… con sufrimiento, porque ni al mismo Jesús le fue ahorrado el sufrimiento.

El Señor en este evangelio anticipa la agonía del huerto cuando dice: Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: «Padre, líbrame de esta hora»? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!»La turbación, la desolación y la agonía son condición del cristiano como lo fueron también de Cristo.

Muchas veces nos quejamos de la desolación y del sufrimiento y nos olvidamos que una forma de acompañar al Señor que sigue sufriendo hoy en su Cuerpo Místico que es la Iglesia-, es ofrecer a Dios nuestra desolación y sufrimiento como lo hizo el Señor. Cristo no estuvo consolado en el huerto. Estuvo desolado y turbada su alma. Sin embargo, el Señor encaró valientemente la Pasión y por eso mereció ser glorificado en la Cruz y en la Resurrección. Cuando vemos en la sociedad de hoy, que faltan tanto los valores, que los jóvenes no tienen ideales, que las costumbres se están relajando…Tendríamos que preguntarnos ¿por qué?¿Será que se pueden esperar otros frutos de la forma de vida que llevamos? Para dar buenos frutos, hace falta entregarse como semilla, hace falta comprometerse por lo que uno cree. Si queremos dar fruto, debemos ser capaces de darnos, de entregarnos, de morir por aquello que estamos convencidos que es bueno.

A los cristianos se nos exige renunciar a nosotros mismo, renunciar a nosotros mismos en el servicio. «Servir» y «seguir», son dos palabras que se usan frecuentemente para decir que somos cristianos: se sirve al Señor y se sigue al Señor.

Y si seguimos a Cristo en todo momento y en todas las circunstancias, muriendo con Cristo, también seremos glorificados con Él. Por nuestra entrega de cada día, por nuestro amor servicial, completamos, según nos dice el Apóstol San Pablo, lo que falta ala pasión de Cristo, en su cuerpo que es la Iglesia.

Y por esa entrega, el Señor nos promete la gloria junto al Padre. Creemos en la palabra del Señor, y entonces sabemos que allí donde está él, estaremos también nosotros. Él nos ha precedido con su cruz y nos espera en su gloria junto al Padre.

Vamos a pedir a Dios hoy, que Cristo desde la Cruz, nos atraiga a Él, para que sin temor muramos con Él al pecado para resucitar con Él a la Vida Eterna.