Tras años de constante opresión, Venezuela sigue hoy en día sumida en una crisis social, económica y política que parece nunca terminar. Es espeluznante ver cómo, la supervivencia en algunos y la mala voluntad en otros, ha llevado a los mismos venezolanos a destruirse unos a otros. Donde robar se ha convertido literalmente para unos en el pan de cada día, y para otros en la oportunidad perfecta para vivir a costa de los demás y culpar por ello al mal gobierno.

El tiempo a transcurrido, años y años han pasado y Venezuela sigue hoy en día bajo el mandato de Nicolás Maduro, quien, dicho sea de paso, se ha reelegido presidente sin importar la oposición del pueblo. Un pueblo cansado y maltratado que no ha visto resueltos los problemas económicos y que cada día afronta nuevos retos para lograr sobrevivir, sin recursos de primera necesidad, que han llevado a la muerte de muchos y que siguen llevando a la emigración de su pueblo, donde millones de personas dejan Venezuela, ya no en busca de un sueño de un mejor futuro, sino más bien, como última medida supervivencia.

Venezuela sigue llorando y pide ayuda, sin abastecimiento de alimentos que den fuerza a sus cuerpos desnutridos, sin medicamentos que alivien la propagación de enfermedades y con una economía cada vez más deplorable, que hace imposible que, aunque se trabajen largas jornadas, no se consiga para el alimento de la familia.

La apatía va tomando fuerza en el ser humano, es triste ver cómo nos hemos acostumbrado a ver el dolor y la opresión de muchos países en algunos diarios y noticieros y no nos sentimos ni tocados. Nos estamos acostumbrando a no sentirnos aludidos al grito del que pide ayuda, y a no tomar partida ni pronunciarnos en contra de una injusticia para no salir raspados.

Y como las notificaciones de Facebook, las cuales tan pronto como llegan pasan al olvido, así nosotros dejamos que pase el dolor del que sufre, la petición del que pide ayuda y la oración para el que lo necesita.

Pero ¿y si fuéramos nosotros los que estuviéramos en su lugar?