Uno de las aspiraciones centrales de la pasada Revolución Mexicana, sin duda fue el campo y los campesinos. A un siglo de su lucha pareciera que el gobierno mexicano, hoy como ayer, sigue favoreciendo a los muy ricos hacendados de hoy. Las nuevas víctimas actuales, son nuestros lecheros.
Los lecheros, que viven del campo, como los agricultores, han recibido un duro golpe en su ya pobre economía, al no poder competir en el precio del litro de leche, más barata que un litro de agua.
Las políticas públicas, lejos de incentivar al campo y a los campesinos en todo lo que producen: semillas, forrajes, carne, leche, y tantas cosas más, prefieren comprar más barato fuera del país, en grandes cantidades, haciendo, de este modo, que los pobres lecheros y agricultores, vendan a precios de nada, la semilla, la carne y la leche.
Esta repetida situación está haciendo emigrar del campo a todos los que viven de él. ¿A dónde irán que más valgan? ¿Qué harán, los que toda su vida han estado trabajando en esto? Antes, una alternativa dolorosa pero posible, era emigrar a los Estados Unidos. Hoy, el muro del odio contra el inmigrante, ha hecho, del paraíso norteamericano, un infierno posible. Hoy, a los campesinos, en las grandes urbes, los condenan al trabajo informal; a venderse por salarios casi de esclavos; a vivir arremolinados en las grandes ciudades, como dolorosos cinturones de miseria, confundidos entre los millones de pobres que ahí sobreviven.
La queja de los lecheros, pareciera que ni se ve ni se oye. Pero es justa; es fruto del trabajo honrado de quien quiere llevar el pan a su familia.
¿Quién hablará por los que no tienen voz?
