Estamos por comenzar un año nuevo, podríamos decir, un nuevo capítulo en nuestra vida y en la vida de la gente que amamos, es por ello por lo que es necesario sentarnos unos minutos a reflexionar acerca de todo lo bueno y malo que ha ocurrido en nuestras vidas durante este año 2018 que se queda grabado en nuestro libro de experiencias.

Antes que nada, una de las cosas por las que tenemos que ser agradecidos con Dios es por el don de la vida y por todo lo generoso que nuestro amado Padre del cielo ha sido con nosotros; esa generosidad que no es limitada ni tampoco condicionada, sino que es entregada a manos llenas y con tantas virtudes discretamente acomodadas para poder ser mejores personas no solo en temporadas como esta, sino en todo el año.

Partiendo de ese agradecimiento nos será más sencillo poder llevar a cabo esa reflexión con nuestras máscaras de lado, sabiendo que tenemos mucho para dar y que nuestro compromiso es soltar y dar sin limitaciones, sin miedos y con el firme compromiso de amar.

Esa dulce entrega a la que Dios nos invita todos los días consiste plenamente en reconocer que somos totalmente limitados pero que tenemos virtudes que nos llevan a darnos, a esperar y recibir, a entregarnos y hacer de nuestro entorno algo mucho mejor de lo que tenemos, y esta referencia no se trata de lo material solamente sino de todo lo bueno que podemos ofrecer de nuestro servicio a la gente que amamos y a la que no nos ama tanto.

No esperar de nadie es otro tipo de amor y generosidad, es estar conscientes que la vida no es como nosotros queremos y que el tiempo vivido a lado de otras personas también es generoso y nos obsequia experiencias que no siempre valoramos pero que forjan también nuestro carácter, sin dejar de amar por las desavenencias que se producen en el camino.

Vamos pues a vivir este año 2019 con alegría, esperanza, fe, caridad, amor, fraternidad, pero no solo los primeros días del año o por tiempos determinados; al contrario, debemos esforzarnos por dar todo lo que a este mundo le hace falta cada día más, por todo lo que vemos que está perdido y que podemos rescatar, desde un abrazo solidario, un servicio sin recompensa, hasta un beso de alivio y cariño, y un oído de escucha y empatía y muchas otras cosas; somos más de lo que creemos, somos más de lo que pensamos, somos hijos de Dios y tenemos mucho para dar y compartir sin temor.