Aunque el Renacimiento Italiano representó una de las épocas más prolíferas en el arte, según mi opinión, no deja de olvidarse poco a poco por aquellos que desconocemos en concreto los periodos de la historia de la pintura, no hablo de un olvido crónico, ni mucho menos absoluto, me refiero en el fondo a dejar de distinguir las obras de esta época como propias de su tiempo.

La Última Cena me recordó algo muy importante esta semana, y supo ayudarme a responder en una reflexión. En una conferencia me preguntó un señor Obispo, ¿cómo puedo recordarles a los jóvenes que la comida en familia es más importante que estar conectados al celular? Mi primera respuesta iba a ser que, por supuesto nos acostumbramos a evitar el contacto personal. Sin embargo en ese momento contemplé un dato sencillo que alguna vez escuché de la pintura de la que hablamos; ¿Por qué Leonardo da Vinci pintó la mesa tan alta, si la tradición nos dice que los judíos utilizaban mesas bajas? ¿Por la época, por lo que veía el autor en su tiempo? Yo pensé en otra cosa. La dignidad.

En seguida respondí al señor Obispo, ¿ha comido alguna vez solo? Claro que sí, contestó él. ¿Y alguna vez acompañado? Por supuesto, dijo con una sonrisa. Y cuando come solo, ¿cómo se siente?

El ser humano come acompañado y sentado a la mesa porque es importante, por su dignidad, por ser valioso. Esa fue mi respuesta, el ser humano debe de entender que el sentarse a la mesa es algo digno, un momento de humanidad.

Sé que no es el mejor significado para esta obra, y quizá le hago un análisis injusto, pero estoy seguro que este gesto de Jesús de sentarlos a la mesa sin duda era para recordarnos lo importante que somos, lo que valemos a sus ojos, lo que valemos por el simple hecho de ser humanos. Creo que le debo una a Leonardo por inmortalizarnos esta gran enseñanza•