La Pesca Milagrosa queridos hermanos y hermanas: La pesca milagrosa era la prueba que hacía falta para convencer a un pescador, como era Simón Pedro.

Al llegar a tierra, este hombre se arroja a los pies de Jesús diciendo: ¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador! Pero Jesús le respondió con estas palabras que representan la cima del relato y el motivo por el cual el episodio ha sido recordado: No temas, desde ahora serás pescador de hombres.

Todos nosotros tenemos nuestras propias miserias, nuestros propios pecados y Dios no se asusta de ellos, nos invita a cambiar y nos dice: no temas, dándonos una misión. Recordemos que Moisés es elegido a pesar de que no sabe hablar correctamente. David es elegido siendo el pequeño, el menos importante de sus hermanos y muchos otros casos más. El ejemplo mayor sin embargo es el mismo pueblo de Israel, el más insignificante de los pueblos, y, además, pueblo rebelde ante Dios.

Todo esto se interpreta así: para que vean que no son sus fuerzas sino el poder de Dios que está con ustedes. Jesús se sirvió de dos imágenes para ilustrar la tarea de sus colaboradores. La de pescadores y la de pastores. Las dos imágenes requieren actualmente de explicación, si no queremos que el hombre moderno las encuentre poco respetuosas de su dignidad y las rechace. ¡A nadie le gusta hoy ser «pescado» por alguien, o ser una oveja del rebaño! La primera observación que hay que hacer es esta.

En la pesca ordinaria, el pescador busca su provecho, no ciertamente el de los peces. Lo mismo el pastor. Él apacienta y custodia el rebaño no por el bien de este, sino por el suyo, porque el rebaño le proporciona leche, lana y corderos. En el significado evangélico sucede lo contrario: es el pescador el que sirve al pez; es el pastor quien se sacrifica por las ovejas, hasta dar la vida por ellas. Por otro lado, cuando se trata de hombres, ser pescados o recuperados no es desgracia, sino salvación. Pensemos en las personas a merced de las olas, en alta mar, tras un naufragio, de noche, en el frío; ver una red que se les lanza no es una humillación, sino la suprema de sus aspiraciones. Es así como debemos concebir la tarea de pescadores de hombres: como echar un bote salvavidas a quienes se debaten en el mar, frecuentemente tempestuoso, de la vida.

Pero la dificultad de la que hablaba reaparece bajo otra forma. Supongamos que tenemos necesidad de pastores y de pescadores. ¿Pero por qué algunas personas deben tener el papel de pescadores y otros el de peces, algunos el de pastores y otros el de ovejas y rebaño? La relación entre pescadores y peces, como entre pastores y ovejas, sugiere la idea de desigualdad, de superioridad. A nadie le gusta ser un número en el rebaño y reconocer a un pastor por encima. Aquí debemos acabar con un prejuicio. En la Iglesia nadie es solo pescador, o solo pastor, y nadie es solo pez u oveja. Todos somos, a título diverso, una y otra cosa a la vez. Cristo es el único que es silo pescador y solo pastor.

Antes de ser pescador de hombres, Pedro mismo fue pescado y recuperado varias veces. Literalmente repescado cuando, caminando sobre las aguas, tuvo miedo y comenzó a hundirse; fue recuperado sobre todo después de su traición. Tuvo que experimentar qué significa encontrarse como una oveja perdida para que aprendiera qué significa ser buen pastor; tuvo que ser repescado del fondo del abismo en el que había caído para que aprendiera qué quiere decir ser pescador de hombres.

Si todos los bautizados son pescados y pescadores a la vez, entonces aquí se abre un gran campo de acción para los laicos, para todos ustedes. Los sacerdotes estamos más preparados para hacer de pastores que para hacer de pescadores. Hallamos más fácil alimentar con la Palabra y los sacramentos a las personas que vienen espontáneamente a la Iglesia, que ir nosotros mismos a buscar a los alejados. Queda por lo tanto en gran parte desasistido el papel de pescadores. Los laicos cristianos, por su inserción más directa en la sociedad, son los colaboradores insustituibles en esta tarea. Ustedes que viven en el corazón de la sociedad, están llamados a pescar a quien está desesperado en la vida y necesita de su ayuda.

Una vez echadas las redes por la palabra de Jesús, Pedro y los que estaban con él en la barca capturaron tal cantidad de peces que las redes se rompían. Entonces, está escrito, hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarlos. También hoy el sucesor de Pedro y cuantos están con él en la barca -los obispos y los sacerdotes- hacen señas a los de la otra barca -los laicos, a ustedes- para que vayan a ayudarlos.

El paso de los años y la experiencia de siglos nos han llevado a meternos en nuestras Iglesias, queremos que el mundo se evangelice. Hay cristianos que se quejan con dolor y con pena de que la gente no va a la Iglesia y cuando van, están pensando en lo que tienen que hacer cuando salgan; las tareas les ocupa tanto el corazón y la mente que no dejan espacio para Dios y la Palabra que les cambia.

Hay que decirle a la gente que entre a nuestras Iglesias con su vida; que no dejen su vida en la puerta del templo. Tenemos que cuidar que la fe y la vida vayan siempre por el mismo camino. Si una persona tiene una fe que camina por un lado y la vida por otra parte, nunca podrá recibir el mensaje porque nunca sabrá si le está hablando a su vida o a su fe. En cambio, cuando fe y vida van juntas en la existencia de una persona, hablar a una es escuchar la otra. Dedicamos mucho tiempo a nuestras Iglesias pero no debemos de olvidar que tenemos que salir al encuentro de los otros que no vienen. Tenemos que salir a los caminos, a los mercados, a la orilla del lago. Ir, probablemente a nuestras casas y allí encontraremos a alguien que nos ve asistir a Misa pero que él no asiste.

La pedagogía espiritual de Jesús fue muy clara. Él no se quedaba esperando que la gente se acercara a Él; aunque el Evangelio nos cuente muchas y profundas experiencias de lo que lograron los que se acercaron al Señor. El púlpito de Jesús fue la propia vida de la gente con sus miserias y grandezas. Cuando Jesús hablaba conectaba de tal manera con el corazón de la gente que aquel mensaje se convertía en respuesta interior a las preguntas de su corazón. Las Palabras de Jesús podían irritar, calmar, orientar, pero nunca dejaban a nadie indiferente.

Termino esta reflexión dominical, invitándolos a ir a los más alejados y a descubrir que somos pescadores y pescados, que vivimos momentos gratos y también momentos difíciles en nuestra vida que requieren que alguien nos rescate y nos salve. Al mismo tiempo pidamos por todos los seminaristas que se preparan para ser sacerdotes para que Dios los ayude en todas sus necesidades. Así sea.