En su viaje apostólico internacional, número 27º de su pontificado, el Papa Francisco hizo historia en Emiratos Árabes Unidos, país nunca antes visitado por un Pontífice.

En contrataposición con su viaje apostólico a Panamá, por su condición de ser una nación de mayoría musulmana, el Papa reiteró desde el principio, “Somos hermanos aunque seamos diferentes” antes de partir rumbo al país que le albergaría un paso histórico.

Para el “pequeño rebaño” cristiano de los Emiratos -pero verlo reunido en el estadio de la Ciudad Deportiva de Zayed no parece tan pequeño-, el Papa Francisco dijo que para vivir las bienaventuranzas evangélicas no se necesitan gestos llamativos. En efecto, es precisamente la vida de Jesús, que no dejó nada escrito y no construyó nada imponente, lo que demuestra que la fe cristiana se juega en la vida cotidiana y en la pequeñez.

El cristiano no está obligado a construir grandes obras ni a realizar actos extraordinarios y sobrehumanos. Es en la extraordinariedad de lo ordinario donde pasa el testimonio. Es gracias a la santidad de la vida cotidiana que, sin signos extraordinarios, se produce el más sorprendente de los milagros. Así que el cristianismo florece, se comunica por ósmosis, sin necesidad de estrategias de marketing, de astucia mediática, de ríos de palabras o de habilidades sobrehumanas.

Las Bienaventuranzas, cambiando los criterios mundanos, nos invitan a “mantener limpios nuestros corazones, a practicar la mansedumbre y la justicia a pesar de todo, a ser misericordiosos con todos, a vivir la aflicción unidos a Dios”. Es como un árbol, explica Francisco, que en suelo árido, como el del desierto que caracteriza a esta región del mundo, cada día absorbe el aire contaminado y devuelve oxígeno.

La invitación a este “pequeño rebaño” de cristianos en los Emiratos es a seguir siendo un oasis de paz, mansedumbre y misericordia. Porque el que responde con gentileza a las acusaciones, no el que ataca o quiere abrumar al otro, es bendecido. Bienaventurado el que considera a los demás como hermanos, no el que sólo ve enemigos.

El Papa Francisco cita a Francisco de Asís, quien instruyó a sus frailes a partir hacia las tierras sarracenas, pidiéndoles que no tuvieran peleas o disputas, sino que fueran “sujetos a toda criatura humana por amor a Dios”, confesando que eran cristianos. En una época en la que, aún hoy, muchas personas llevan armadura, quizás virtual, el Papa nos recuerda que el cristiano “armado” sólo forma parte de su “fe humilde y de su amor concreto”. Porque sólo vive de eso. Y sabe que sólo a través de este testimonio se proclama hoy el Evangelio.

Signo de paz y esperanza para el futuro de la humanidad

En efecto, tal como afirma el Director ad interim de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Alessandro Gisotti, “representa un paso de gran importancia en el diálogo entre cristianos y musulmanes y un poderoso signo de paz y esperanza para el futuro de la humanidad”. Se trata de “un llamamiento acuciante para responder con el bien al mal, para fortalecer el diálogo interreligioso y promover el respeto mutuo, para bloquear el camino a aquellos que soplan sobre el fuego del choque de civilizaciones”.

Ambos líderes religiosos “han indicado juntos un camino de paz y reconciliación que pueden recorrer todos los hombres de buena voluntad”, no solo los cristianos y los musulmanes. De ahí el carácter “valiente y profético” del texto que no teme enfrentar los temas más urgentes de nuestro tiempo sobre los cuales, quienes creen en Dios, están llamados a interpelar sus conciencias y asumir con confianza y decisión su responsabilidad de dar vida a un mundo más justo y solidario.